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HUNTER CAMPBELL

Londres, Reino Unido.

—Campbell —la voz dulce de Eve me sobresaltó, me giré, y allí estaba, con su pelo negro azabache suelto, su tez pálida y sus ojos mercurio líquido, como su vestido de seda con escote profundo en V—. ¡Qué sorpresa! Nunca recibí tu respuesta.
Eve me observó con cautela a un metro de mí, con una copa de champán en su mano.
Estaba agotado física y mentalmente. Llevaba más de cuarenta y ocho horas despierto, y no estaba preparado para enfrentarme a Eve en aquel momento, no con aquellas ojeras de trasnochar, ni con aquel humor de perros.
—Cross —la saludé con voz tensa—. Estaba ocupado —me masé la densa mata de pelo negro y exhalé sonoramente, molesto a cada segundo más.
No quería enfrentarme a nada.
No debía estar allí.
—¿Con tus tríos? —preguntó socarrona.
El comedor de estilo renacentista italiano tenía las paredes empapeladas de color escarlata, como los cortinones señoriales; los techos abovedados y las molduras eran de color oro y detalles como ángeles, santos... Me separé de la ventana y me acerqué a la chimenea de mármol que presidia el comedor. Había candelabros y cuadros en las paredes, así como una lámpara de araña que colgaba del techo, suspendida sobre una mesa alargada de roble con sillas de color escarlata, cubertería y arreglos florales de rosas blancas y melocotón.
—No; eso ya pertenece al pasado —el calor del fuego me calentó, pues mi sangre había abandonado mi cuerpo, dejándome momentáneamente helado. El fuego... no había arma más letal que aquél.
El comedor William Kent del Hotel Ritz de Londres tenía capacidad para sesenta personas, sesenta personas distribuidas en aquel comedor y en el jardín colindante. Eve se acercó a mí y me pasó la mano por la espalda.
—Me sorprendes —le agarré de la muñeca, apartándosela de mí. Eve me escrutó con el ceño fruncido. Seguía siendo hermosa y sus labios carnosos me habían anillado la polla a lo largo de la carrera en la New York University. Después de ella y antes que Mía, había tenido gran predilección por Eve.
—Lo hago a menudo —respondí altanero.
Cuatro años después volvíamos a suspirar el uno por el otro. Sólo era atracción carnal, pero allí estaba, como la incertidumbre por saber qué la había hecho invitarnos.
—Sí —se llevó la copa a sus labios.
Se parecía tanto a su abuelo.
Era su viva imagen.
Donovan Cross me había confiado la protección de su nieta durante los años de facultad —Eve, como yo, era víctima del bullying—, ambos habíamos cursado el grado en derecho y el máster en la NYU y tras orlarnos con matrícula de honor, Eve se desmoronó cuando la empresa de su abuelo quebró ante Hughes Inc., una empresa fundada con los fondos de Baltashar Campbell.
Eve no estaba preparada para ver cómo su abuelo pasaba de ser el dueño y señor de todo a no ser nada. D. Cross & Co. cayó al vacío: su sede central y todas sus sucursales, y salió a la luz sus empresas offshore, las cuales usaba para blanquear dinero, dinero procedente de conductas ilícitas; fue condenado, avergonzado y reprochado por las Cortes, la prensa y el pueblo: él y toda su familia.
Por aquel entonces sólo había alguien capaz de poner un punto y aparte a ese asunto y ese era mi abuelo. Donovan cedió ante Baltashar y saldó sus deudas antes de que el banco embargase todos los bienes de la familia Cross, sin embargo, todo tenía un precio.
Nada era gratis.
Todo se cobra.
«Ahora lo tuyo es mío» esas fueron las frías palabras de Baltashar a Do. Lo demás, de ahí en adelante, era historia, o más bien, una puta pesadilla.
Meses después Donovan Cross optó por desaparecer del mundo, como un cobarde, como una persona que se había resumido en un empresario corrupto; pero antes me confió —como había hecho cuatro años atrás— la protección de Eve.
«Cuídala, Hunter. Me fio de ti; siempre lo haré». De haber sabido que una hora después se pegaría un tiro habría hecho algo por detenerlo, sin embargo, preferí acabarme aquella botella de ron añejo que tenía delante.
No pude salvarlo, como él había hecho por mí, tantas veces como fue capaz; además no cumplí su cometido: abandoné a Eve a su suerte y, eso, no me lo perdonaría nunca, y ella a mí tampoco.
Hunter Campbell no era de fiar.
—Has logrado mucho con la Fundación Cross —la aparté del escrutinio de la gente, hasta el jardín. Tenía la espalda desnuda y el roce de mi piel con la suya la erizó.
—Gracias —me miró a los ojos. La Fundación Cross recaudaba dinero para personas desempleadas, personas que habían formado parte de la plantilla de D. Cross & Co.—. He trabajado duro para conseguirlo. No he tenido que hundir a nadie para llegar hasta aquí.
Su reproche no me pasó desapercibido.
El jardín tenía abetos frondosos y setos, mesas redondas de hierro forjado con arreglos florales, como los del comedor.
Decidí dar el paso, por Cross, se lo debía.
—Me gustaría que formases parte de mi equipo.
Percibí a mis padres hablar con los de ella, animadamente, mientras Jerome y su cita se sacaban fotos y saboreaban el caro champán.
—Gracias, pero reniego totalmente de la familia Campbell —sentenció y aparté la mano de su espalda desnuda. Me había propuesto como meta seducirla, sólo si eso la hacía retroceder; sabía que aquello era la calma que precedía la tormenta. Le coloqué un mechón de pelo negro tras la oreja; su cabello era liso, con un brillo cegador.
—Entonces..., ¿por qué estamos aquí? —le agarré el rostro con las manos. En nuestros años de facultad, Kenneth, ella y yo éramos el trío perfecto, pero los encuentros sexuales sucedían de a poco y como Mía, Eve quería más de mí. Yo le fallé y Kenneth, ni nombrarlo.
—Porque os tengo una sorpresa —le solté el rostro y la ira comenzó a bullir en mi fuero interno. Lo sabía, mis sospechas eran ciertas. Me tensé de inmediato—. Hughes Inc. debería llamarse Campbell Inc. ¿no crees? Kenneth con la ayuda de tu abuelo acabó con nuestra empresa, con nuestro sustento... ¿cómo debo actuar ante esto? ¿Cómo actuarías tú de estar en mi lugar?
No respondí a eso, de hecho, de ser Eve no habría esperado cuatro años, los habría exterminado a todos.
—Lo sé —me pasé la mano por la nuca y busqué a un camarero con esmoquin blanco. Necesitaba un buen trago para asimilar lo que se nos venía encima—, y, créeme, no estoy de acuerdo con ello.
Me reí; joder yo sabía tanto como Eve la jugada de mi abuelo y su sed de dinero. Su ambición no tenía límites.
»Eve, detesto a Baltashar tanto como tú, créeme.
Quería hacerla entrar en razón.
—Tú le temes —me pasó las manos por el pecho y depositó un beso caliente en mi cuello, poniéndome la piel de gallina—; yo no. Me miró con sus ojos grises empañados. Joder.
—Eve, espera —la agarré del brazo e hice algo, algo que nunca habría hecho de no ser por Mía, había empezado a darle castos besos a Mía porque ella necesitaba aquel contacto, sin embargo, para mí no era crucial. Tiré de Eve y estampé mis labios contra los suyos. Mía nunca me perdonaría esa traición—. Por favor —me separé un segundo después: su mirada mostraba dos cosas: asombro y amor. Un amor enterrado.
—¿Me estás rogando? —me preguntó, pasándose la lengua por los labios, para luego tocárselos.
«Como somos los humanos ¿eh? Siempre rogando» le escupí a Mía después de habérmela follado con Ken, y ella con la voz rota soltó una bomba: «Te amo, y cuando una persona ama a otra le ruega».
Lo siento, honey. Cerré los ojos con fuerza.
—Cuando una persona ama a otra le ruega, Eve —me sentí el capullo más grande del mundo y el rostro cruzado de dolor de Mía apareció ante mí, con sus ojos color ámbar empañados y su piel pecosa pálida.
—Tú no sabes amar, Hunter; me has besado, algo que nunca creía que pasaría, pero no sabes amar y Mía lo sabe —cuando Eve nombró a Mía me tambaleé mareado y retrocedí dos pasos. ¿Cómo sabía ella de Mía?—. Juego en otra liga, Hunter, y lo hago con ventaja.
Eché mano de todo mi autocontrol para no acabar con aquella farsa. Me hervía la sangre y la vena del cuello se me agrandó y empezó a temblarme. Formé dos puños con mis manos y fulminé a Eve con la mirada.
—¿De qué coño hablas? —arremetí, acercándome a ella con la ira a punto de estallar.
—De todo y de nada —me acarició el pecho y a su lado apareció un chico; no pude verle el rostro porque donde estábamos la luz era tenue y él vestía una chupa de cuero con capucha, pero pude ver parte de su cabello castaño oscuro—. No deberías frecuentar la Redención, no sabes a quién puedes encontrarte; no sabes la de cosas que puedes descubrir en una sola noche.
De las dos veces que llevé a Mía a la Redención, una coincidí con Eve y aquello me hizo odiarme más como persona.
—Ahora sé de ella y de su vida tanto o más que tú —me besó en los labios—. Cuando la verdad os estalle en la cara ni siquiera os podréis mirar sin sentir asco el uno del otro.
Me acerqué amenazante a Eve, pero el chico, hasta ahora al tanto, se acercó y se abrió la chupa, mostrándome una Desert Eagle, una pistola semiautomática. Joder, armas de fuego allí no.
—Espero le haya gustado el ramo de rosas blancas y color melocotón —recordé aquel ramo de rosas al instante; Mía estaba llorando en el vestíbulo de la asesoría cuando entró al ascensor echa un mar de lágrimas, arrasándolo todo a su paso y los pétalos y el ramo pronto pasaron a ser parte de lo que nos rodeaba. Ella se marchó en tranvía y yo volví a la torre; el ramo se quedó allí, los regueros de agua se llevaron los pétalos sueltos, así como las lágrimas de Mía y el dolor de —por momentos— haberla perdido. El ramo era como los que había hoy en el comedor: rosas blancas y color melocotón. Me atraganté y se me formó un nudo en el estómago—. Cuento con un plus en todo esto, Hunter y dentro de poco seremos más, eso espero.
—No te acerques a ella —bramé, apretando la mandíbula.
—No queremos nada de ella —Eve saludó a sus padres y estos, junto a los míos, levantaron la copa de champán a modo de saludo. Estaban contentos y radiantes; felices de haber recuperado su amistad—. Bueno sí, algo que al parecer ahora le pertenece.
Se lo daría; le daría lo que fuese para que la dejase tranquila.
—¿El qué?
—Tú, Hunter.

CROSSWhere stories live. Discover now