Capítulo XX

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LONDRES, INGLATERRA

FINALES DE AGOSTO DE 1713

CASA DEL CONDE DE EGMONT

En las tinieblas de la noche que me da su cobijo como manto abrigador de dos amantes clandestinos; la espero a ella con mi corazón acelerado al ser un amor escondido, pero con alegría por saber que ese amor me mantiene vivo. No soporto la amarga espera de verla llegar y deleitarme en su hermoso rostro, su cabello, sus manos; toda ella.

Soy un hombre que no soporta la dolorosa espera de ese amor que parece incorrecto, parece aberrante, pero que es real. La añoro con cada fibra de mi cuerpo, con cada pequeña parte de mí.

Sus sueños, son los míos.

Sus manos son las mías, sus labios son los míos y su ojos cuales joyas brillan en la oscuridad de mi alma dándome esa dicha de saberla mía, aunque solo lo sepa mi alma. Solo mi alma puede entender el dolor de saber que en algún momento el amor de mi vida unirá su vida a un hombre que le dé lo que se merece, y que ese hombre no seré yo.

Un hombre que no solo se presente a ella con sus manos vacías de dinero, sin un futuro que ofrecerle, como yo no podré. Un hombre que va entregarle oro, y la vida que le corresponde y no solo trabajo y una vida mediocre en los establos de las casas que podrían ser de ella. No tengo una casa como la que ella merece, no tengo lo que se espera para desposarse con alguien de su posición social. Soy un simple lacayo. Un simple empleado de confianza de una de las familias más ricas de Londres, pero eso no me hace digno de ella.

La pena me embarga al verme soñando con un futuro con ella cuando nuestro amor desde el inicio estuvo destinado al fracaso. No puedo pretender amarla aun teniendo la confianza absoluta de Lady Dawson, la que considero mi amiga, mentora y sobre todo, alguien que entiende lo que siento. Ella me comprende, porque somos dos almas que vivimos al mismo tiempo un amor que jamás se vería bien ante la sociedad en la que vivimos.

¿Qué me queda? Me queda simplemente añorarla en silencio mientras espero a Lady Dawson en su coche de viaje y la veo a ella en el balcón de su habitación contemplando el amanecer mientras la señorita Strafford, su hermana mayor, se reúne con mi señora para su paseo matinal. ¿Qué puedo ofrecerle yo? Solo puedo admirarla, desearla y recitarle sonetos de amor al anochecer mientras velo su sueño desde el bosque y pienso en que en algún momento, en alguna vida seré digno de ella.

Pero ahora nuestro amor incluso está más lejos de volverse algo real. Ahora que mi alma ya no me pertenece a mí mismo, sino alguien más. Ese momento donde mi pobre corazón enamorado ahora en sus manos solo espera el momento en que ella finalmente se dé cuenta que debemos decirnos adiós.

Deberé partir pronto.

Lady Dawson debe hacer un viaje y yo debo acompañarla. Debo protegerla aunque eso signifique que ambos dejemos nuestro corazón en manos de las dos mujeres que lo han atrapado.

Ella me ve a escondidas en los establos donde nos amamos, aunque no pueda hacerla mía porque no me pertenece. La amo, la beso y con mis gestos le demuestro que ante mis ojos no existe belleza más majestuosa que la que ella me inspira. Ambos sabemos que lo nuestro es prohibido, pero ambos somos incapaces de dejarnos. Vivimos un amor que no podrá ser jamás, reflejando nuestra experiencia en el amor que vive mi señora y su propia hermana.

Un amor que ambos cuidamos porque sabemos que el nuestro es igual.

Un amor en las sombras, un amor que creció entre espinos pero que se ha convertido en la rosa que me da vida. Así lo describe Lady Dawson, así se lo digo yo a ella al calor de nuestras noches clandestinas de amantes desesperados y enamorados.

The Midnight Chronicles TrilogyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora