Capítulo tercero, una lluvia de verano.

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Tosía, luego sonaba mi nariz en aquel pañuelo que se sentía tan extraño, y dejaba para lo último aquel voltear de cabeza hasta la ventana, aquel sorber el café mirando la lluvía que caía violentamente sin preocuparse qué se cruzaba o no en su camino. ¿Y si fuésemos lluvia? Y si mojáramos todo a nuestro paso dando vidas, barros, problemas y soluciones todo a la vez. Dando, me dije, dando tanto sin preocuparse, sin detenerse a pensar por qué, para qué o quiénes esperaban y qué era lo que estarían buscando. Seríamos nada más que nosotros producto de algunas colisiones lejanas, cayendo delicadamente, siendo deseo en esta noche eterna. Y era cierto que acá me sentía tan o más sólo que allá, y acá y allá se entendería perfectamente si yo fuese lluvia y no esto que era hoy. Por cierto, no sabía ni si quiera qué hora sería ni en qué lugar pensaba yo cuando me situaba hora hoy mismo, porque hora seguía siendo casa, pero también casa podría volverse esto, y creo que mi ventana lo era, la lluvia linda visita, y yo un forastero que se terminaba sintiendo cómodo porque no le quedaba otra opción. Tomaba entonces a la comodidad como única vía, y de ahí, partía a analizar todo lo que nació con la ventana. Sorbé de nuevo. ¿Y la lluvia sabría que siendo lluvia daba tanto, la lluvia si supiese todo lo que daba querría ser lluvia?, pero yo ya no estaba en mis pagos, y hoy no tenía barros ni dramas. Debía entonces, casi como la comodidad, tomar forzadamente el sueño de tantos y deleitarme entre los asteroides que llovían por mi ventana; también algún que otro cometa y alguna estela preciosa. Pero nada me maravillaba, y la deriva me consumía tanto que la gravedad artificial de la estación parecía en mal funcionamiento y me pesaba tanto todo que quería renunciar. Como entenderse ajeno a un trabajo y salir por la puerta grande, pero si yo hoy salía qué me esperaba más que un congelar bestial que a su vez destrozaría mi cuerpo en cuestión de segundos. ¿Qué era peor, mi cabeza o aquel exterior? La lluvia no para por nada, para porque quiere, y en eso sí se sabe lluvia. Caminé, caminé porque necesitaba moverme, necesitaba sentirme siempre en movimiento y por eso caminaba, y con el caminar la estación enorme decantaba todo esto. Y los tragaluces que servían de ventana y viceversa iban acompañando mis intermitencias mentales, cuando una luna me pintaba la cara (porque dejaba pocos pasillos iluminados) una de las voces de mi consciencia me era lluvia verano, y en el periodo oscuro otra de ellas sería lluvia espacial que puede maravillar a los torpes de la ciudad como destruir un planeta entero, y quizás esa ambigüedad era la clave. No lo supe tampoco. ¿Sería Lucía también consciencia? ¿Qué sería Lucía cuando no estaba en contacto conmigo? ¿Qué sería la lluvia cuando no estaba mojando? Una cola helada y azul por la ventana, terminó por helarme, por dentro, de esa forma de la que no se volvía.

Fue un abrazo de aeropuerto, pensé, fue un abrazo de aeropuerto porque dos se abrazan mientras piensan en aquellas ínfimas posibilidades de que se caigan los aviones o no haya pasaje de vuelta; entonces la paradoja (y me encantaban), son dos que se agarran tan fuerte entre brazos como si no hubiese mañana (quizás el miedo porque en verdad no haya), y a su vez se están soltando en el mismo instante. Te agarro mientras te estoy dejando ir. Y quizás Lucía fuese aquello, o por lo menos, me gustaba pensarlo así.

Una acotación mental, un suspiro, seguí caminando lentamente hasta llegar a mi habitación donde terminé por recostarme un rato, y me quedó resonando en la cabeza, ¿qué sería ella cuando no existía una conexión? O mejor, ¿sería ella cuando no existiese conexión? Pensé en una mañana cuando vivía todavía en la casa de mi vieja, y ya habían pasado muchos años pero el recuerdo me termino golpeando como aquellos cometas a las lunas, aunque con más ternura, más delicadeza, y me acuerdo que mi vieja había cocinado un poco, y yo me sentía tan mal que aquella noche no probé un bocado. También la luna, también ventana; lluvia, quizás. Me recosté mirando hacia el cielo a un cuarto menguante que me acariciaba los ojos, y me pesaron, y me fui a un lugar en donde probablemente soñaba algún día estar cerca de aquel satélite (si pudiese decirte lo que se siente ser su vecino). Me fui con luna, volví con sol. Y la escalera me resultaba lo suficientemente alta cada vez que me despertaba, y me acordaba esta supuesta noche que la bajaba despacio, precavidamente, y mientras lo hacía, por otra ventana esta vez la que iluminaba todo el salón, el sol amanecía y me iba reincorporando al mundo. La vieja, los mates, las noticias del día y mi bienestar me fueron armando para volver a aquel mundo que tanto apreciaba por ese entonces. Salí sin detenimientos, enterré mi pie izquierdo en el barro (había barros, había aguas y supo haber diluvios en esos tiempos), bajé mi cabeza para comprobarlo, mi pie empapado, mi zapatilla negra, había llovido bestialmente durante toda la noche, y yo, jamás lo había notado (pero la lluvia siempre deja huella a su paso, jamás desapercibida).

El sueño Lucía.Where stories live. Discover now