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Finalmente, logré dormirme casi a las cinco de la madrugada.

Entonces, cuando sonó el timbre a las siete y cuarto, me encontraba en un profundo sueño, propio del de una persona que apenas lleva un par de horas durmiendo.

Salté de la cama al ver la hora.

O bien el despertador no había sonado o bien yo lo había ignorado debido a mi estado catatónico.

Supuse que Molly habría olvidado las llaves, así que, vestida con mi pijama rosa lleno de pelotillas, me levanté para abrir la puerta.

Efectivamente, Molly aguardaba tras la mirilla con una pequeña sonrisa.

Abrí la puerta y me reí.

–      Menos mal que has llamado o hubiese llegado tarde a trabajar – le dije.

Ella entró y yo rápidamente fui a mi cuarto a vestirme.

Tardé cinco minutos – lo que más tiempo me llevó fueron las medias, que siempre me las ponía con cuidado para no rasgarlas –.

Rachel aún seguía dormida.

Cogí mi bolso y me aseguré de que llevaba todo dentro. Arrugué la nariz al comprobar el olor a zumo seco que emanaba de él. Repulsivo.

Recé porque en la tintorería pudiesen solucionármelo. Porque, por supuesto, no pensaba aceptar el bolso de John Miller.

Me hubiese valido más que hubiera castigado a Carla sin ese viaje a Ibiza.

Yo aún continuaba preguntándome sin salir de mi asombro qué demonios pintaba una niña de diecisiete años sola – o peor, con amigos – en un viaje de tal calibre. ¡Ibiza! ¿Acaso buscaba que la drogaran y la violaran?

Deshice aquella idea.

“Tal vez esté exagerando”, me dije a mí misma.

–      Te he preparado café, Sarah – dijo Molly desde la cocina.

–      No tenías que haberte molestado, de verdad… Mil gracias – dije yo antes de beberme la taza de un sorbo.

–      Es que te he visto muy apurada – dijo ella conteniendo la risa –. A, por cierto… Cuando te acabes el café tengo algo que decirte…

–      No, no… Dilo – la animé yo entre sorbo y sorbo.

–      Mejor espero, no vaya a ser que te atragantes – anticipó Molly.

La miré. Decidí dejar el café a un lado.

–      Molly, no es por nada… Pero me estás asustando.

Entonces ella salió de la cocina y regresó con su bolso.

–      ¿Qué llevas ahí? – pregunté yo con curiosidad.

–      Nada. Este bolso es para ti. Me lo ha dado tu jefe… Esta mañana.

Comprendí porque Molly quería esperar a que yo me terminara el café.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora