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El martes fue un día sombrío de fines de noviembre. Chaparrones ocasionales llegaban
desde las colinas. El mundo parecía un sitio gris y cansado, visto a través de la llovizna opaca.
"A la pobre Dovie no le tocó un día muy lindo para la boda", pensó Ana. "Y si... y si..." Se estremeció. "Y si las cosas no salieran bien, después de todo, será mi culpa. Dovie nunca hubiera accedido a hacerlo, si yo no se lo hubiera aconsejado. ¿Y si Franklin Westcott no la perdona nunca? Ana Shirley, déjate de tonterías. Tu problema es el tiempo." Al caer la noche, la lluvia había cesado, pero el aire estaba frío y áspero, y el cielo, tormentoso.
Ana estaba en la habitación de la torre, corrigiendo evaluaciones, con Dusty Miller acurrucado debajo de la estufa. Se oyó un atronador golpe en la puerta principal. Ana bajó corriendo. Rebecca Dew asomó la cabeza por la puerta de su dormitorio.
Ana le hizo señas para que no saliera.
-¡Hay alguien en la puerta principal! -exclamó Rebecca, alterada.
-No pasa nada, Rebecca, querida. Es decir, sí, pasa de todo, me temo, pero es solamente Jarvis Morrow. Lo vi desde la ventana y sé que quiere hablar conmigo. -¡Jarvis Morrow! -Rebecca se metió en su cuarto y cerró la puerta-.
¡Esto sí que es el colmo! -Jarvis, ¿qué sucede? -Dovie no ha venido -dijo Jarvis, enloquecido-. Estuvimos esperando horas... el ministro
está allí... mis amigos... Julia tiene lista la cena... y Dovie no ha venido. La esperé al final de la calle hasta perder la razón. No me atrevía a ir a la casa porque no sabía qué había sucedido. Quizás ese viejo malvado de Franklin Westcott ha vuelto. Quizá la tía Maggie la haya encerrado. Pero tengo que saber qué sucedió. Ana, debes ir a Elmcroft a averiguar por qué no vino. -¿Yo? -exclamó Ana con incredulidad.
-Sí, tú. No confío en nadie más... en nadie más que esté enterado de todo. Oh, Ana, no me falles ahora. Nos apoyaste desde el principio. Dovie dice que eres la única amiga verdadera que tiene. No es tarde... son solamente las nueve. Ve, por favor.
-¿Para que me coma el bulldog? -preguntó Ana en tono sarcástico.
-¡Ese perro viejo! -se mofó Jarvis-. No asustaría ni a un pato. ¿No creerás que le tenía miedo al perro, verdad? Además, por las noches lo encierran. Sencillamente no quiero causarle problemas a Dovie, si nos han descubierto. ¡Por favor, Ana!
-Supongo que no hay salida -dijo Ana, encogiéndose de hombros. Jarvis la condujo hasta la calle que llevaba a Elmcroft, pero ella no quiso que él pasara de allí.
-Como dices tú, si el padre de Dovie ha vuelto, podrías complicar las cosas.
Ana caminó rápidamente por la calle bordeada de árboles. De tanto en tanto, salía la luna por entre las nubes cargadas de viento, pero la mayor parte del tiempo la oscuridad era total, y pensar en el perro la inquietaba aún más. Parecía haber solamente una luz prendida en Elmcroft... y brillaba desde la ventana de la cocina. La tía Maggie abrió la puerta cuando Ana golpeó. La tía Maggie era una anciana hermana de Franklin Westcott, una mujer encorvada y arrugada que nunca había tenido muchas luces, aunque era una excelente ama de casa.
-Tía Maggie, ¿está Dovie? -Dovie está en la cama -respondió la tía Maggie con decisión.
-¿En la cama? ¿Está enferma?
-Que yo sepa, no. Estuvo nerviosa todo el día. Después de la cena, dijo que estaba cansada
y se fue a la cama.
-Debo verla un instante, tía Maggie. Sólo... sólo quiero averiguar algo importante. -Entonces sube a su cuarto. Es el de la derecha. La tía Maggie hizo un gesto hacia la escalera y regresó a la cocina. Dovie se incorporó en la cama cuando Anne entró, sin ceremonias, luego de golpear a la puerta. La luz de una pequeña vela reveló que Dovie estaba llorando, pero sus lágrimas hicieron perder la paciencia a Ana. -¡Dovie Westcott, has olvidado que prometiste casarte con Jarvis Morrow esta noche...! ¡Esta noche!
-No... no... -gimió Dovie-. Ay, Anne, soy tan infeliz... he pasado un día atroz. No sabes, no puedes saber, lo que ha sido este día para mí.
-Sé lo que ha sido para el pobre Jarvis, que te estuvo esperando dos horas en la calle, bajo la llovizna - replicó Ana, implacable. -¿Está... está muy enojado, Ana?
-Puede decirse que un poco, sí. -Lo dijo con sarcasmo.
-Ay, Ana, me asusté. Anoche no pegué un ojo. No podía hacerlo... no podía... Hay algo
realmente feo en casarse clandestinamente, Ana. Y nadie me hará regalos... bueno, ningún regalo bueno. Siempre quise casarme... en... en... la iglesia... con decoraciones florales... y velo blanco y vestido... y zapatitos plateados...
-Dovie Westcott, levántate de esa cama... ¡ahora mismo! Vístete y ven conmigo.
-Ana... ya es demasiado tarde.
-No es demasiado tarde. Y es ahora o nunca... tienes que darte cuenta de eso, Dovie, si tienes una pizca de sentido común. Tienes que darte cuenta de que Jarvis jamás volverá a dirigirte la palabra, si lo haces quedar como un tonto de esta manera.
-Ay, Ana, me perdonará cuando se entere...
-No. Conozco a Jarvis Morrow. No va a dejar que juegues con su vida indefinidamente. Dovie, ¿quieres que te saque a empujones de la cama?
Dovie se estremeció y suspiró.
-No tengo ningún vestido adecuado...
-Tienes media docena de vestidos bonitos. Ponte el de tafetán.
-Y no tengo ajuar. Los Morrow siempre me lo echarán en cara...
-Te comprarás uno después. Dovie, ¿no pusiste todo esto en la balanza antes?
-No... no... Ése es el problema. Sólo empecé a pensar en esas cosas anoche. Y papá... no
conoces a papá, Ana... -¡Dovie... te doy diez minutos para que te vistas! Dovie estuvo lista antes de que expirara el tiempo. -Este vestido... me ajusta -sollozó mientras Ana se lo abrochaba-. Si engordo, Jarvis no me querrá más. ¡Ojalá fuera delgada, alta y pálida como tú, Anne! Ay, Anne, ¿y si la tía Maggie nos oye?
-No nos oirá. Está encerrada en la cocina, y sabes muy bien que es un poco sorda. Aquí
tienes el sombrero y el abrigo. Puse unas cuantas cosas dentro de esta valija. -Ay, el corazón me late a todo galope. ¿Cómo estoy, Ana? ¿Espantosa?
-Estás preciosa -respondió Ana con sinceridad. La piel satinada de Dovie estaba rosada y cremosa, y el llanto no le había arruinado los ojos. Pero Jarvis no podía verle los ojos en la oscuridad, y se mostró algo fastidiado con su amada durante el trayecto hasta el pueblo.
-Por Dios, Dovie, no pongas esa cara de espanto por tener que casarte conmigo -dijo con impaciencia cuando ella bajó las escaleras de la casa de los Stevens-. Y no llores. Se te hinchará la nariz. Ya son casi las diez y tenemos que tomar el tren de las once. Dovie se compuso en cuanto se descubrió unida irrevocablemente a Jarvis. Ya tenía aspecto de luna de miel, como le contó Ana a Gilbert en una carta, con un dejo de malicia.
Ana, querida, te lo debemos todo a ti. Jamás lo olvidaremos, ¿verdad, Jarvis? Y ay, Ana,
querida, ¿podrías hacerme un último favor? Por favor, dale la noticia a papá. Llegará a casa mañana por la tarde... y alguien tiene que decírselo. Si alguien puede aplacarlo, eres tú. Por favor, trata de lograr que me perdone.
Ana sintió que necesitaba que la aplacaran a ella, pero como también se consideraba responsable por la boda, prometió que lo haría.
-Desde luego... se pondrá muy mal... se volverá loco, Ana... pero no puede matarte -le decía Dovie para consolarla-.  Ay, Ana, no sabes... no imaginas lo segura que me siento con Jarvis.
Cuando Ana volvió a casa, Rebecca Dew había llegado al punto en que o satisfacía su curiosidad o perdía la razón. Siguió a Ana hasta la torre, en camisón y con un cuadrado de franela alrededor de la cabeza, y escuchó toda la historia. -Bien, supongo que esto es lo que puede llamarse "vida" -comentó con sarcasmo-. Pero me
alegra que Franklin Westcott haya recibido su merecido, por fin. La señora del capitán MacComber también se alegrará. Pero no le envidio a usted la tarea de darle la noticia. Se enfurecerá y dirá cosas espantosas. Si estuviera en su lugar, señorita Shirley, no pegaría los ojos esta noche.
-Sí, pienso que no va a ser una experiencia agradable -asintió Ana con pesar.

ANA LA DE ALAMOS VENTOSOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora