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Me esperaba desde la sala central, con aspecto de necesitar varios días de descanso

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Me esperaba desde la sala central, con aspecto de necesitar varios días de descanso. Sus profundas ojeras resaltaban en su pálido rostro lleno de arrugas que habían ido apareciendo con el trascurso de los años desde la muerte de mi madre. El corazón me dio un vuelco al ver su demacrado estado, le preocupación que aún embargaba su ajado rostro y su mirada, que estaba fija en mí con una expresión de incredulidad, como si no creyera realmente que yo estuviera allí.

Di un tembloroso paso en su dirección, consciente de lo mucho que le había echado en falta durante ese mes que habíamos estado separados.

—Jedham —mi nombre saliendo de sus labios fue casi como una plegaria.

—He vuelto —respondí—. Estoy en casa.

Quise añadir más cosas, pero el repentino cambio de gesto de mi padre hizo que me detuviera en seco. Multitud de sentimientos pasaron a toda prisa por su semblante y sus ojos —del mismo color que los míos— se cubrieron con un velo que no auguraba nada bueno; mi presencia en casa le había alterado porque no entraba en sus planes.

Porque no estaba previsto.

—Cuando Cassian me lo ha dicho no he... no he podido creérmelo —no supe qué sentir respecto al desinteresado gesto de mi amigo de informar personalmente a mi padre de mi regreso—. ¿Enu también ha regresado contigo?

Una losa de culpabilidad se me instaló en el pecho al pensar en mi compañera. Cassian se había encargado de vigilar por ella, comprobando que se encontraba bien —todo lo bien posible en aquellas circunstancias— en la casona de Al-Rijl; miré a mi padre fijamente, intentando encontrar las palabras correctas. La forma de empezar a relatarle mi historia que terminaba en un inesperado milagro.

O el comienzo de una terrible pesadilla.

—Tengo que decirte algo, papá.

Mi padre me acompañó en silencio hacia el viejo salón—comedor que quedaba anexionado a la diminuta cocina con la que contaba la casa. Se dejó caer sobre los enormes cojines que teníamos amontonados frente a una desvencijada mesa de madera, sin perderme de vista; yo retorcía mis manos de manera inconsciente, tratando de dar con lo que debía decir. Por cómo empezar.

Cogí aire y me dispuse a contarle todo, decidiendo omitir algunos detalles que encolerizarían a mi progenitor. Le hablé de la llegada de Enu y mía a la casona del proxeneta, del exhaustivo estudio al que se nos habíamos visto sometidas a manos de una mujer anciana; los labios de mi padre se fruncieron al escuchar cómo habíamos tenido que ser instruidas con el resto de chicas que convivían con nosotras para convertirnos en serviciales muchachitas que proporcionarían placer a los mejores postores. Cuando llegó el momento de hablarle sobre la noche de la fiesta privada del Emperador, un sudor frío me bajó por la columna vertebral; procuré permanecer impasible mientras le relataba cómo nos habían introducido en palacio —tras un exhaustivo control para que verificaran que no portábamos ninguna sustancia peligrosa o arma— para entretener a las familias perilustres que se habían reunido allí para contentar al Usurpador. Escondí las manos a mi espalda para que no viera el ligero temblor que las sacudía y procedí a terminar con mi historia:

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora