15. Apariencias

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Historia publicada en papel por Penguin Random House.
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Luego de un fin de semana relativamente tranquilo, otra vez llegaba el lunes y no sabía cómo sentirme al respecto. Ya llevaba una cuadra y media avanzada de los quince minutos que me separaban del colegio, por la ruta que ahora realizaba sin compañía. En todo caso, mejor eso a irme junto a mi hermana que siempre salía atrasada y contagiando estrés. Irme con ella solo podía terminar en pelea y deseos de cometer fratricidio.

Ya acercándome al primer semáforo y detenidos en la luz roja, fue que divisé a la inconfundible pareja. El intenso sol de la mañana se colaba a través de los árboles, resaltando a contraluz el pelo rojizo miel de Solae, que ahora llevaba siempre suelto y le caía hasta más abajo de los hombros. Y a su lado, acompañándola como siempre a todas partes, su alta y rubia sombra, Anton. ¡Qué inesperado que fuera él ahora quien la acompañaba al colegio como si fuera su escolta personal! Me surgía la sincera duda de si al menos la dejaba ir sola al baño.

Los tenía delante mío, a tan solo a unos cuantos metros de distancia, pero los observaba en silencio, sin querer revelar mi presencia. Solae se reía aferrada al brazo de Anton y celebraba cualquier cosa que saliera de su boca, mientras que él le respondía con el mismo interés que ella. A su alrededor parecía existir una especie de campo de fuerza que no daba cabida a ninguna interrupción externa.

Me pregunté si cuando éramos mejores amigos y Solae caminaba abrazada a mí, la gente nos confundía con una pareja, como lo hacía yo ahora al verlos desde atrás. ¿Había estado ella tan contenta conmigo como se le veía ahora con Anton? Es que Solae siempre había sido una chica positiva y animada, pero ahora irradiaba un aura diferente. No solo se veía feliz, Solae se veía correspondida. Y si no los conociera mejor, hasta podría jurar que ambos parecían estar enamorados.

Creo que nunca me pregunté si Solae era feliz conmigo cuando éramos amigos. A pesar de que siempre me imponía sus gustos y terminábamos haciendo lo que ella decidiera y aunque jamás lo admitiría ante ella, al final siempre terminaba disfrutándolo. Como si Solae supiera de antemano lo que me iba a gustar. Por mi parte, jamás me preocupé por saber qué era lo que ella quería. Nunca me esforcé por ver más allá de su máscara que siempre había aparentado estar bien, ni tampoco me preocupé de comprender sus sentimientos o siquiera saber si estaba contenta conmigo como amigo. Siempre la di por sentada; a ella y a su amistad incondicional.

Una sensación de vacío se apoderó de mí, haciéndome quedarme ahí, detenido con mis pensamientos y un creciente sentimiento de culpa que me impedía acercarme más.

De pronto, Anton soltó a Solae y se giró para sacar algo de su mochila y aunque su mirada nunca se detuvo en mí, tuve la sensación de que se dio cuenta de mi presencia. La luz cambió a verde y mientras cruzaban, repentinamente acercó a Solae hacia él, abrazándola posesivamente por sobre su hombro. Acto seguido le dijo algo a al oído y ella se rió con timidez.

Ya no me cabía duda de que Anton me había visto y que solo lo hacía para irritarme. Por un instante casi había olvidado de lo que él era capaz. Aquella aparente felicidad de Solae a su lado debía ser solo efecto de su manipulación, y si no impedía que Anton siguiera haciendo lo que quisiera con ella, terminaría arrepintiéndome.

Con seguridad renovada y pisando fuerte, aceleré y los sobrepasé simulando no haberlos visto.

—¡Hola Alex! —me llamó Solae, apenas estuve delante de ellos.

—Ah, ¡Hola! —respondí volteando hacia ellos y dando mi mejor interpretación dramática de no haberlos visto.

—¿También vives por acá cerca? —me preguntó y asentí sin entusiasmo. —¡Qué increíble que no nos hubiésemos topado nunca antes! —acotó divertida, mirando luego a Anton. Aún no me acostumbraba a estas situaciones en las que Solae me restregaba en la cara que no recordaba nada sobre mí.

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