19. Luz

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Incertidumbre.

No me gustaba la incertidumbre, el no saber exactamente cuándo o cómo pasarán las cosas. A veces Aslan representaba eso: incertidumbre. No sabías cuándo diría algo bueno o algo malo, no sabías cómo reaccionaría ante las situaciones, y lo más extrañamente desesperante, no sabías cuándo pasaría por el Café.

No es que tuviese un horario fijo. No pasaba nunca los mismos días ni a las mismas horas. Simplemente llegaba un día, rompiendo mi rutina y desconcentrándome de mis labores. Incluso cuando no estaba en el Café me desconcentraba, porque no sabía si llegaría en cualquier momento o si vendría ese día en lo absoluto.

No es que me importara.

Pero no me gustaba la incertidumbre.

— ¿Estás lista? —me susurró Catalina por detrás de mi oreja mientras yo preparaba un pedido.

— ¿Para qué? —le respondí sin siquiera voltear a verla.

—Aslan entrará en cuatro, tres, dos...

Alcé la mirada hasta que mis ojos se encontraron con su figura perfectamente visible detrás de las ventanas del Café hasta llegar a la puerta. Sentí como si se hubiese abierto un hueco infinito debajo de mis pies y solo mi estómago estuviese desapareciendo, dejándome con una sensación de vacío inexplicable. Tragué fuerte y bajé de nuevo la mirada, pretendiendo no haberle visto. Por razones desconocidas mi pulso se disparó y casi confundo la canela y el cacao, estando a punto de arruinar el pedido que preparaba.

—...uno —agregó Catalina, al mismo tiempo que la campanilla del Café sonó anunciando la llegada de Aslan.

Me pregunté si ese día él sería agradable, o si sería un engreído, un patán, o si simplemente me ignoraría.

Una vez le entregué el café al cliente que estaba frente a mí y Cata abandonó mi lado, me acerqué a la máquina de expresos y vi mi reflejo en ella para cerciorarme que mi coleta estaba en su lugar. Mi cara brillaba más que una patata frita de McDonald's pero ya era demasiado tarde para ir arreglarme.

No le des importancia, Prim. No le des importancia a lo que él piense de ti. No busques más complicaciones. No involucres a otros en tus problemas.

Suspiré. Ni siquiera sabía porqué estaba tan ansiosa, pero aquella sensación solo terminó de explotar e incendiarme por dentro cuando Aslan caminó hacia mi lado de la barra con sus rostro sereno y despreocupado, sus ojos miel y oliva más sobrios que los demás días, su cabello ligeramente más alborotado que de costumbre, su barba más descuidada, las sombras debajo de sus ojos un poco más oscuras, y las manos en los bolsillos de su chaqueta.

Algo me decía que él no había estado teniendo días sencillos, así que ante la incapacidad de predecir cómo me trataría aquella tarde, preferí quedarme callada hasta que él rompiera el silencio. Recibí la comanda de su orden y comencé a preparar el café que siempre pedía.

—Ni después de besarte la mano eres capaz de darme las buenas tardes y preparar mi café con una sonrisa —apoyó los antebrazos de la barra, quedando un poco más cerca de mí, pero no demasiado—. Muy mal, Invierno, muy mal.

Mordí mis labios para contener una sonrisa, y sacudí la cabeza.

—No puedes culparme por tantear el terreno cada vez que vienes. Un día eres luz y al siguiente oscuridad.

—Pues es allí donde te equivocas.

Le entregué su café para finalmente encontrarme directamente con su mirada cargada de preguntas y de curiosidad, al mismo tiempo que parecía querer adentrarse en la mía, perdiéndose en los tonos azules de mis ojos.

Enarqué una ceja.

— ¿En qué se supone que me equivoco?

—Todos los días soy oscuridad. Cuando muestro luz me temo que no es propia, sino un reflejo de la de los demás.

Me quedé un segundo analizando aquellas palabras y hasta llegué a preguntarme si me estaba diciendo que yo portaba un poco de luz contrastando con su oscuridad.

—Te sorprendería saber que también mi vida está cargada de oscuridad —confesé sin saber de dónde vino eso.

Deja de abrirte de manera imprudente, Prim.

—Allí vuelves a equivocarte, Invierno.

Hundí mis cejas al no entenderlo ahora. Solo yo sabía lo lúgubre y decepcionante que podía resultar mi historia. Nadie imaginaba la cantidad de problemas y complicaciones que una chica como yo podía acarrear. ¿Quién era él para decirme que me equivocaba sobre mi propia vida?

— ¿Por qué estoy equivocada?

—Porque no eres oscuridad. Eres un pequeño rayo de luz. A veces imperceptible, pero capaz de encandilar cuando se lo propone.

— ¿Quién eres y qué hiciste con Aslan? —inquirí con jocosidad para intentar ocultar el enrojecimiento de mis mejillas.

No entendía desde cuándo o porqué él había cambiado conmigo, y me perturbaba saber que era capaz de sacarme una sonrisa involuntaria.

—Sigue aquí —ladeó la cabeza y frunció los labios—, y te manda a decir que le debes las medialunas del trato, que has tardado en entregárselas y que no has mejorado en tu calidad de servicio.

—Pues dile que puede tragarse sus opiniones y ahogarse con ellas —le sonreí y él hizo lo mismo.

—Tú preguntaste —se encogió de hombros mientras le daba un sorbo a su café.

Le serví en un pequeño plato un par de medialunas, aprovechando que Cata estaba distraída. Esto no era precisamente correcto, pero vamos, dos medialunas perdidas no le harían daño a las finanzas del Café Porteño.

—Cortesía de la casa —dije mientras le entregaba el plato—, y gracias por ayudarme con la apuesta.

—No te acostumbres —replicó con seriedad—. Que te haya ayudado no significa que no piense que apostar con personas no es desagradable.

Tartamudeé varias veces sin saber cómo responder. El viejo Aslan había regresado y me estaba haciendo sentir torpe e inmadura con motivos justificables.

—Es curioso cómo funciona el mundo actual, ¿no lo crees? —preguntó con los ojos puestos en el pequeño plato que estaba en una de sus mano— Si fuese yo quien hubiese apostado dinero por besarte, un grupo de mujeres ya estuviese pegándome cuatro gritos por machista. Pero fuiste tú quien apostó. Si yo no hubiese aceptado y le contara a mis amigos que rechacé besar a una chica bonita, ya me hubiesen tildado de lento, tonto, virgen o gay.

Era extraño. La seguridad en su voz flaqueó varias veces mientras hablaba, y ni siquiera me miró mientras pronunciaba aquellas palabras. Aslan estaba... ¿cohibido? ¿Inseguro? Algo dentro de mí me conllevó a pensar que había experiencias desagradables detrás de aquel discurso.

—Yo no hubiese pensado eso de ti. Es más, creo que siendo tú, ni siquiera hubiese aceptado ayudarme con la apuesta.

— ¿No te hubieses reído de mí? —finalmente alzó la mirada y sus ojos ahora más verdes que amarillos me miraron tímidos debajo de sus cejas hundidas.

— ¿Por qué lo haría? —respondí confundida— Nunca me reiría de ti. Solo te daría un par de golpes la próxima vez que digas que la calidad de mi servicio es deficiente.

Elevó una pequeña sonrisa casi invisible. Volvió a bajar la mirada, cogió su café y el pequeño plato con medialunas.

—Gracias por el café, Invierno —dijo finalmente antes de darse la vuelta y dirigirse a una de las mesas vacías, dejándome con interrogantes sobre su pasado, su personalidad y sus propios pensamientos.

Creo que al final del día, Aslan también podía ser un rayo de luz aunque él mismo luchara contra ello.

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora