27. Cobarde

63.8K 8.6K 1.3K
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El día comenzó bien. De maravilla, de hecho. No solo había terminado uno de mis proyectos más importantes, sino que cobré un cheque jugoso que me había hecho sentir que las noches en vela habían valido la pena.

Por alguna razón desconocida, lo primero que quise hacer después de eso fue ir a ver a Invierno y tomarme un café mientras la miraba sonreírle a todas las personas que atendía.

No la veía desde el día que su jefe habló conmigo. Él me había preguntado cuáles eran mis intenciones con ella, y me sentí completamente acorralado. Nunca antes me lo había planteado, no lo había imaginado siquiera.

—Ni yo mismo sé cuáles son mis intenciones —le había respondido aquel día a Diego—, solo disfruto de su café y nuestras charlas esporádicas.

Aquella respuesta no convenció a Diego, y en honor a la verdad, a mí tampoco. Pero estaba tan cargado de trabajo que plantearme aquello solo entorpecería mis labores. Así que tras hablar con él, me fui de allí y no regresé en toda la semana.

Pero hoy me sentía satisfecho. Y mi primer impulso fue venir al Café Violencia.

Al inicio la encontré cabizbaja y distraída, pero tras unos minutos había vuelto a ser la misma Invierno de siempre, la que lograba hacerme sonreír. Y vaya que eso era difícil.

No pude evitar contarle el motivo de mi tranquilidad aquel día y ella me miró con entendimiento e incluso... ¿orgullo? Pero descarté eso de mi cabeza porque Invierno jamás estaría orgullosa de mí.

Su mirada tierna de ojos azules era capaz de hacerme entrar en calor, capaz de borrar cualquier rastro de penumbra, de oscuridad. Ella era el mismísimo sol, y al sonreírme solo me irradiaba de esa luz, comenzando a hacerse tan necesaria para mi piel, para mi mente y para mi alma.

¿Cuáles eran mis intenciones con Invierno? Todavía no lo descubría. Lo único que sí sabía era lo siguiente:

Quería seguir viéndola, cada vez con más frecuencia.

¿Querría ella verme también?

Todos aquellos pensamientos surcaron mi mente mientras ella continuaba sonriéndome, achinando sus ojos y enrojeciendo sus mejillas.

Pero incluso los mejores momentos terminan, y maldije para mis adentros cuando una mujer rubia se acercó a nosotros.

La reconocí al instante aunque hubiesen pasado diez años. Cynthia.

Ella comenzó a hablar con esa asquerosa voz que solo me traía malos recuerdos y me petrificó al instante. No quería que me dirigiera la palabra, que me mirara, que me tocara. Me repugnaba el simple hecho de que ella estuviese a mi lado.

Le ordené dos veces que no me tocara. Por un segundo pensé que era capaz de empujarla para que me dejara en paz de una vez, pero no pude. Un nudo en mi estómago se acrecentaba y se hacía más fuerte y pesado.

Volvía a ser aquel niño de trece años, y odiaba sentirme tan débil frente a ella, tan vulnerable, tan indefenso. No sabía si sería capaz de volverle a decir que se alejara de mí porque la despreciaba.

La odiaba.

El golpe de un vaso sobre la barra me devolvió a la realidad.

— ¿Es que no escuchas? Aslan te ha dicho que no lo toques —tajó Invierno con sus cejas hundidas y su mirada oscurecida.

Ya no era la misma chica tierna de hacía unos minutos. Ahora era la mujer capaz de decirte las cuatro verdades en tu rostro y golpearte con lo que tuviese al alcance. ¿Invierno golpearía a Cynthia? Por un segundo no pensé que fuese capaz, pero ya yo había probado cuán histérica podía llegar a ser.

—Te pago para que hagas café, niña, no para que hables o te entrometas —respondió Cynthia.

—Su pedido está listo así que debería dejar de ocupar mi barra, señora.

Mi mente tradujo las palabras de Invierno como un «lárgate de mi vista».

—Quien se retira soy yo —finalmente pronuncié.

Sabía que si me quedaba en el Café, Cynthia haría lo mismo solo para molestarme, así que preferí cortar la situación desde la raíz. Me di vuelta para marcharme, pero la voz de Invierno me detuvo.

—Aslan, se te queda tu café —dijo levantando el vaso. No pude leer lo que expresaba su mirada más allá de preocupación.

—Ya no lo quiero.

Me largué lo más rápido que pude de allí. No podía enfrentarla. Todos los recuerdos volvían a mi cabeza y necesitaba escapar de ellos lo más pronto posible.

Como el cobarde que era. 

Un beso por medialunas © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora