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Volver a mi antigua rutina, lejos de la casona donde Al-Rijl tenía a todas sus chicas hacinadas para sacarles el máximo provecho, me resultó... extraño. Me había acostumbrado a los estrictos horarios de aquel hombre y de la anciana que se encargaba de tenernos controladas a todas horas, la misma mujer que nos había sometido a un exhaustivo examen a Enu y a mí cuando nos habíamos infiltrado, fingiendo ser dos chicas que iban a ser vendidas.

Mi padre pasaba algunos días fuera, en asuntos relacionados con los rebeldes. Silke no volvió a mencionar nuestra conversación y, las posteriores veces que nos encontramos en el pilón, simplemente hablamos de cosas banales; Eo fue la encargada de ponerme al día sobre todo lo que había sucedido en mi ausencia por enfermedad. Además, me animó a que saliéramos juntas alguna vez por la ciudad, aprovechando que ambas teníamos recados que hacer.

Aquella mañana había tocado a mi puerta, con una amplia sonrisa mientras me pedía que la acompañara al mercado.

Con un par de súplicas y mohines, Eo logró convencerme de seguirla.

Perdí la cuenta de las veces que comprobé que la manga de mi túnica cubriera el delator tatuaje de mi antebrazo. Mi padre me había asegurado que se encargaría de ello, llevándome hacia uno de los elementales de la tierra que colaboraba con nosotros para que la hiciera desaparecer.

Al alzar la mirada de la zona donde permanecía bien oculta aquella marca que me habían grabado a fuego en la piel, vi que Eo me observaba con atención; no se le había pasado por alto todos mis movimientos nerviosos.

Esbocé una sonrisa culpable.

—Necesito una túnica nueva —le expliqué mientras nos dirigíamos hacia el mercado—. Esta empieza a picarme...

En los ojos de Eo pude ver la comprensión: a ninguna de nuestras dos familias nos sobraba el dinero. Todo lo que ganábamos, por poco que fuera, estaba destinado a sufragar los gastos más inmediatos y necesarios; una túnica nueva no entraba dentro de la lista.

Continuamos nuestro camino hacia el mercado, contemplando el resto de gente que convergía en aquel lugar de la ciudad. Los niños corrían cerca de sus madres mientras ellas les gritaban advertencias sobre lo que sucedería si se atrevían a alejarse; los vendedores arrastraban sus puestos y otros gritaban desde los suyos fijos. Mi cuerpo sufrió un escalofrío al recordar la última vez que había paseado por aquel mismo lugar; al recordar cómo aquel perilustre me había aferrado del brazo, confundiéndome con una prostituta.

Me mordí el interior de la mejilla cuando en mi mente se formó la imagen de su compañero, el muchacho de ojos azules.

El grito de Eo me distrajo de mis propios pensamientos. Mi amiga había divisado entre la multitud un puesto que parecía resultarle de interés, por lo que me aferró con la mano que tenía libre para que la siguiera; la tensión de verme en aquel sitio tan concurrido, después de lo que había sucedido allí unos días atrás no me había abandonado del todo... ni siquiera cuando comprobé con la mirada que no había nada fuera de su lugar.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora