13

136K 12.7K 854
                                    

Me besó de nuevo. Fue un beso corto e intenso. Muy expresivo. Que me dejó sin aliento… Otra vez.

Aún aturdida, permití que mi cabeza se apoyase sobre su pecho y traté de respirar.

John me rodeó con sus brazos, yo supuse que esperaba una respuesta.

Sin embargo, me encontraba absolutamente bloqueada. Sentía que deseaba estar allí, a su lado, responderle que sí, que lo intentáramos… Pero por otra parte, John tenía una hija, y una empresa con la cual podría serle infiel hasta a la mejor mujer del mundo. Además, la pérdida de su anterior esposa aún se encontraba latente en su interior, de ahí la tristeza que parecía reflejar en sus ojos en algunas ocasiones.

Sentí que su mano acariciaba mi cintura con suavidad. Suspiré. Debía detener aquello. Al menos hasta que hubiese aclarado mis ideas.

–      Necesito pensar – dije, aún sin separarme de él.

–      Para mí esto es difícil, Sarah – respondió John en voz baja –.

–      Lo sé – susurré.

Me alejé unos centímetros y lo miré a los ojos. Sentí que algo se agitaba dentro de mí. En el fondo yo había deseado aquello, pero no me había atrevido a reconocérmelo a mí misma.

Aún así, por muy bonito que pareciese todo de pronto, la situación era la que era: un despropósito más.

¿Y mi trabajo? ¿Y mi hermana? ¿Y qué opinaría Carla?¿Y la aplastante diferencia de edad que había entre nosotros?

Sin darme cuenta, había comenzado a hiperventilar.

Además, ¿qué quería decir con que se había vuelto dependiente de mí?

“¡No, John!”, pensé.

Me dejé abrazar unos minutos más. Él debía de sospechar que yo me debatía interiormente. Estaba completamente segura de que siendo John tal y como era, ya habría analizado todos y cada uno de los inconvenientes que yo podría poner entre ambos.

Y aún así, se había arriesgado a ser rechazado.

–      Tengo que irme a casa – le dije, aún apoyada sobre él.

–      Puedo llevarte, si quieres – sugirió.

Estuve tentada de negarme y pedir un taxi, pero hubiese sido un error: tal vez le hubiese hecho daño después de aquella declaración tan repentina.

–      Está bien – acepté yo.

***

Mientras John conducía, agradecí al cielo que Carla no hubiese tenido la idea de bajar al salón precisamente después de la clase.

Mi jefe y yo nos mantuvimos en silencio durante todo el trayecto.

Le miraba de soslayo y no podía dejar de fijarme en sus pequeños detalles: el mechón despeinado que le salía de detrás de la oreja, la arruga que se le formaba en la camisa a la altura del cuello. Sus manos grandes pero finas.

Entonces me reprendí a mí misma por no haber previsto lo que acababa de ocurrir.

Era cierto que John Miller había estado mucho más cercano a mí que de costumbre, hablábamos mucho y me sonreía con ternura más de la cuenta – incluso en el trabajo –.

Yo lo achaqué a que nuestro trato había mejorado, que Carla estaba medianamente contenta y que él se encontraba más relajado al tener el tema de las clases de francés más encauzado.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora