22. Reacción Química

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Las clases siguieron avanzando y para química, la última del día, fuimos al laboratorio donde nos hicieron sentarnos en grupos de a tres. Miré a Solae, quien por supuesto ya se había agrupado junto a Anton, pero parecía demasiado concentrada en su nueva relación como para reparar en mí y recordar que aún éramos amigos. Trinidad se unió a su equipo, mientras que yo quedé junto a Joto y Amelia, quienes por suerte me integraron a su grupo sin problemas.

El laboratorio consistía en cuatro mesas anchas y alargadas, donde cabían alrededor de seis a nueve personas por lado. Y nuestro grupo fue ubicado en el mismo lado de la mesa que el de la nueva pareja, quedando yo justo al lado de Solae, que seguía pasando de mí. Su atención ahora solo se concentraba en Anton y cualquier cosa que él dijera, hiciera o dejara de hacer.

—¡Alex! ¿Terminaste ya con eso? —me preguntó Amelia, con un puchero infantil que le restaba severidad. Teníamos que extraer muestras de ADN de unas criminales hojas de espinaca, pero sin querer, yo ya había sobrepasado por lejos la cuota de hojas picadas que necesitábamos para avanzar a la siguiente instrucción.

—Parece que alguien está muy distraído pensando en otras cosas —canturreó Joto, mientras iba anotando observaciones. Les pasé el frasco con hojas callado, sin querer discutir.

Anton ya se encontraba colocando sus muestras procesadas en los tubos de ensayo, mientras que Trinidad y Solae platicaban en voz baja, sin ayudarlo demasiado. Al notar mi mirada sobre ellos, bajó su mano y comenzó a tocar la de Solae, que reposaba apoyada encima de su pierna. A continuación, y procurando que yo siguiera atento a sus movimientos, pasó de acariciar su mano, a rozar levemente el interior de su muslo, sin despegar la vista de mí.

Mi sangre comenzó a hervir. No podía seguir permitiendo que las cosas siguieran así. Anton era un tipo peligroso y era probable que fuese debido a su influencia que Solae estuviera tan cegada respecto a él. Iba directo hacia su trampa y yo, él único que sabía lo que sucedía, se la entregaba al lobo en bandeja y hasta con una manzanita en la boca.

Me levanté bruscamente de mi asiento, golpeando la mesa con furia. Con eso atraje la atención de toda la clase que luego de un incómodo silencio, no tardó en llenarse de risas.

—¿Algo que compartir con nosotros, Señor Romandi? —Nuestro profesor de química, don Mario, me llamaba la atención. Últimamente ya eran demasiadas las veces en las que quería desaparecer desintegrado por combustión espontánea.

—No. Disculpe señor. —dije devolviéndome a mi asiento, intentando esconder mi cabeza entre los hombros, por supuesto que sin éxito.

Cuando estuve nuevamente sentado, Solae posó suavemente su mano sobre mi brazo.

—¿Todo bien? —me preguntó en voz tan baja, que tuve que leer sus labios para entenderla. Levanté mi pulgar en respuesta afirmativa y su sonrisa me devolvió la compostura. Lo único que deseaba ahora era que todo volviera a la normalidad. Que todo regresara a ser como antes.

Cuando la clase se dio por finalizada y antes de que Anton saliera, lo retuve por el brazo, dándole a entender que necesitaba hablar con él. Se disculpó con Solae y Trinidad y luego de que todos se retiraran de la sala, se quedó conmigo esperando a que le hablara.

—¿Qué es lo que pretendes con tus provocaciones? —le pregunté, yendo directo al grano.

—¿Provocaciones? —me repitió, como si le estuviese hablando en chino.

—Es obvio que manoseas a Solae solo para hacerme enfadar. ¡No te hagas el idiota! -dije, nuevamente golpeando una mesa.

—¿Desde cuándo mi relación con Solae se trata de ti, y por qué tendría que darte explicaciones por hacerle cariño a mi novia, que por cierto no he oído que se haya quejado? ¿En qué siglo naciste?

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora