✨Capítulo 36✨

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Estaba en el cementerio de Jacksonville.

Cinco meses después de la operación, en los que Allen y su madre la habían cuidado, finalmente había podido salir de casa para ir al primer lugar que deseaba. Durante el resto de su vida tendría que seguir instrucciones médicas y tendría que realizarse chequeos constantemente, además de tomar medicamentos de por vida. Aunque eso no era nada a cambio de lo que le habían regalado: vida.

La oportunidad de reír, de llorar, de disfrutar y de sentir. Rebecca volvió a acariciar el nombre de su padre grabado en la fría lápida y depositó la rosa blanca sobre esta, justo en el centro. El sol quemaba sus mejillas y el viento que corría despeinaba sus cabellos. Era un día precioso en medio de la tragedia.

Allen estaba a su lado, tomaba su mano, como siempre, como cada día. A pesar de la tristeza que encerraba su alma se sentía capaz de emerger y de encontrar la luz en la oscuridad. Ahora Allen era el que debía enseñarle otro tipo de colores y de sonrisas. Justo como ella lo hizo por él cuando lo conoció.

Becca leyó por última vez la carta de su padre, la había escrito antes de ser intervenido en la operación que significaría su muerte. Después la quemaría y cerraría el ciclo, para que su padre pudiera descansar en paz. Aunque él siempre viviría en su alma y, literalmente, en su corazón.

Hija, mi luz, la niña de mis ojos. Sé que siempre decías que era el mejor padre del mundo. ¿Y cómo podría serlo si no te entregaba mi propia vida para salvarte? Perdóname, hija. Sé que me hiciste jurar que no lo haría, que no me lo perdonarías, pero yo jamás me hubiera perdonado no regalarte lo que estaba en mis manos. Te di la vida una vez y te la vuelvo a dar, aunque esta vez sea de una manera un poco diferente.

Te amo, te amo más que a nadie en este mundo. Recuérdalo siempre, no lo olvides. Ahora llevas en tu pecho un corazón sano y fuerte, y ese será el recordatorio de mi gran amor por ti. Confío mucho en que utilizarás esta oportunidad para ser feliz, aunque no te sientas presionada de ninguna forma. Haz lo que deseas, todo lo que quieras y jamás te arrepientas de nada. Vive, hija, vive hasta el final.

Sé que nos encontraremos de nuevo.

No me voy a despedir, siempre estaré dentro de ti, en tu mismo latir y en tu respirar. Sé la mujer más feliz del mundo y siempre ama con locura. Disfruta de tu vida, hija, de esta nueva vida.

Te amo, y siempre te amaré, desde cualquier lugar.

Becca sonrió entre lágrimas y alzó la mirada al cielo despejado. Esbozó una sonrisa y sintió cómo el viento fresco le acarició las mejillas, como si hubiera sido una caricia de su padre. Entonces miró a Allen y él asintió. Sacó de su bolsillo el encendedor y Becca puso la carta en la llama de calor. El papel se consumió poco a poco hasta que quedaron solo cenizas. Nada más.

—Adiós, papá —susurró al viento ligero—. Te amo.

La joven se incorporó y abrazó a Allen con fuerza.

Y él la sujetó.

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Becca había regresado a vivir a Jacksonville, junto a su madre. Y Allen también, cambiaría mil veces su destino para seguir siempre el suyo. Llevaban cerca de un año que vivían juntos e incluso se habían matriculado de nuevo en la universidad para terminar sus estudios.

—Te dije que he trabajado en una sorpresa durante este tiempo... —dijo Allen con una gran sonrisa.

Becca no podía ocultar su emoción.

Se llevó las manos a la venda que cubría su vista.

—¿Ya puedo ver? —preguntó ansiosa.

Allen se acercó a ella y quitó la delgada tela oscura. La joven tardó en percatarse, pero pronto descubrió el cuadro de una pintura, que era ella misma. No era solo un dibujo, sino una pintura. Era increíble, alucinante. Los ojos se le anegaron de lágrimas y avanzó para abrazar a Allen.

Enterró la cabeza en su pecho.

—Es hermoso —susurró—. Te amo, no sabes cuánto.

—Lo sé. —Allen tomó su rostro e hizo que lo mirara a los ojos—. Te tengo otra sorpresa.

El joven sacó tres boletos de su bolsillo y se los enseñó con una sonrisa.

—Barcelona —anunció.

Un viaje a Barcelona para los dos.

Allen la besó con ímpetu.

Ella le correspondió.

Y los dos corazones latieron al unísono.


***

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