26. Levántate (y anda)

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Alex


Llegué a casa, la que al parecer estaba vacía, y fui directo a encerrarme a mi habitación. Luego de desplomarme sobre la cama, comencé a redactar y reescribir mil veces un mensaje para Solae. Pero nada parecía adecuado. Toda excusa sonaba demasiado idiota o ingenua, hasta que luego de varios minutos, por fin conseguí enviar algo.

"¿Podemos hablar? Necesito explicarte qué pasó..."

Me quedé viendo la pantalla, pendiente a cualquier cambio. Pero los minutos seguían pasando y el mensaje seguía sin aparecer como leído.

Me acomodé boca arriba y, resignado, solté el celular sobre la cama. Aunque Solae leyera mi mensaje, nada me aseguraba que me fuese a responder.

Cinco minutos después, la vibración de un mensaje entrante me hizo sentarme de golpe.

—"¿Y qué vas a decir?"

El mensaje no era de Solae, había sido enviado desde el celular de Anton por lo que supuse que aún estaba con ella. Me encendí en rabia. ¿Cómo era posible que se metiera hasta en sus mensajes privados?

—"¡No te hablaba a ti!" —le escribí.

—"¿Vas a seguir insistiendo en que eres su mejor amigo?"

—"Voy a decirle la verdad."

—"Ahh, entonces le dirás lo agotadora que la encuentras. ¿O le confesarás que nunca has sentido nada por ella, como me dijiste ayer?" —Anton me estaba golpeando de vuelta, sin darme tiempo de responder—. "No te molestes, que ya no puedes hacer nada. El sábado la pierdes y no es opcional."

—"¡Deja de hacerte el misterioso y aclara de una vez a qué mierda te refieres con eso!" —le exigí, pero pasaron los minutos y no hubo respuesta. Quería ir a donde fuese que estuviera y agarrarlo de nuevo a trompadas.

Pero llegó una nueva notificación, esta vez enviada desde el teléfono de Solae.

—"Lo siento Alex, pero ya no quiero hablar contigo."

Y ahí estaba. El golpe final.

Con impotencia lancé el móvil contra la pared y me tumbé boca abajo en la cama. Hundí mi cabeza en la almohada, mientras empuñaba mis manos con fuerza. Nunca creí ser capaz de sentir tanta rabia. Nunca antes había sentido la necesidad de golpear a alguien, pero Anton me provocaba esa aversión, aunque parecía que en este momento con quien más furioso estaba, era conmigo mismo.

Pero cómo no odiarlo, cuando él la había hecho olvidarme y no conforme con eso, la había enamorado y besado frente a mis narices. Yo creía ya haber hecho todo lo posible por recuperarla. Había intentado ser nuevamente amigo de Solae, había intentando que me recordara. Había enfrentado a Anton e incluso le había pedido a Trinidad que me invitara a su estúpido cumpleaños. Llegué a utilizar hasta la violencia, ¿y todo para qué? Para estar cada vez más lejos de ella. Cada vez más cerca de perderla. Ya no sabía qué más me quedaba por hacer.

Sentí la puerta de la entrada abrirse y cerrarse de golpe, y luego pasos rápidos de Paula subiendo las escaleras. Ni me moví. No tenía energías suficientes para evitar que el monstruo cotilla que poseía a mi hermana alcanzara mi habitación.

—¡Acá estás, Alex! —exclamó Paula abriendo mi puerta de golpe, sin siquiera tocar. Se mostraba excitada. —¿Qué fue todo eso? ¡Y frente a toda la escuela! ¿Ya viste cómo le dejaste la cara a Anton? —Paula me bombardeaba de comentarios y preguntas, sin esperar respuesta. Hasta mi hermana había presenciado mi acto de suicidio público y social—. ¡Y la reacción de Solae! —continuó.

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora