Capítulo 06 | Nuestros meñiques

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Cuando era pequeño me gustaba jugar con ella a cualquier cosa, no importaba qué

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Cuando era pequeño me gustaba jugar con ella a cualquier cosa, no importaba qué. Amaba con locura cómo su cabello volaba mientras corría por el césped con el balón de fútbol, y la sonrisa que se extendía en su rostro después de marcar una anotación. Al crecer en lo único que pensaba era en darle celos y en su cuerpo, en aquellos momentos de mi vida ya no quería mirarla de lejos.

Siempre fue tan distinta a todas las chicas, intenté miles de veces decirme que la costumbre era la que me atraía; pero no, era toda ella, mi luciérnaga.

Era inalcanzable para mí, como el viento, como tocar con la punta del dedo una luna en la lejanía; tan preciosa y perfecta, tanto que encandila. Me encandilaba su ternura y la fuerza de su carácter escondido, lo recuerdo todo porque yo me enamoré primero.

Nuestra historia trasciende más allá de lo conocido, quizá en otra vida también la amé, no encuentro otra explicación.

Viví toda la vida restringiéndome, restringiendo mis miradas que se morían por perderse en su rostro, restringiendo mis besos que necesitaban estamparse en su boca, restringiendo mis manos ansiosas por delinear su piel, restringiendo mi amor.

Y sí, sabía que tarde o temprano le diría, pero ya no podía aguantar; la estaba perdiendo. Entre más tiempo pasaba. más murallas había y me dolía saber que a veces me evitaba.

No me sorprendió amanecer solo en su cama, sin embargo, me dejé caer derrotado en el sillón al saber que no se encontraba en la casa, su coche no estaba en la cochera. La esperé sentado en el mismo sofá por horas, a pesar de que sabía que no aparecería, la conocía lo suficiente.

Me levanté, decidido, y salí con las llaves de mi vieja camioneta. Manejé hacia su casa, tenía que saber qué estaba pasando y por qué huía de mí. Ya no estaba enojada por lo que había dicho Leila, entonces supuse que era por lo del beso.

Aparqué y descendí de la carcacha. La casa de Carly era blanca, había decenas de plantas con pequeñas florecillas, en su mayoría, violetas.

Después de dar un respiro lento coloqué mi puño sobre la madera para tocar, esta se abrió antes de que pudiera hacerlo. Los ojos marrones del papá de Carly me dieron la bienvenida, negó con la cabeza, indignado.

—Tu camioneta se escucha desde hace dos cuadras. —Se hizo a un lado para dejarme pasar—. Llegó muy temprano por la mañana, está en su recámara.

Me dispuse a subir las escaleras, sabía que si tocaba su puerta no me abriría, así que simplemente abrí de un jalón.

Estaba sentada frente a la ventana, se podía apreciar todo el vecindario desde allí, eso quería decir que me había visto llegar.

—Dile que no puedo verlo, papá —soltó después de lanzar en un suspiro—. Lo que sea, pero no quiero hablar con él ahora.

—Soy yo. —Mi voz tembló. Su espalda se envaró y no respondió, así que me acerqué a ella con sigilo. Quizá besarla no había estado bien, no lo sabía, pero no me arrepentía. Sentir sus labios sobre los míos, su ardiente lengua tocando la mía se había convertido en la mejor sensación del mundo, había sido asombroso y aún seguía quitándome el aliento. Ya la había besado antes, pero conscientes era caliente y húmedo.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora