74. Incógnitas

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capítulo 3/4 del día. Si no han leído los anteriores, es importante que se devuelvan.

Los labios de Aslan se movían pero no entendía absolutamente nada de lo que salía de ellos

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Los labios de Aslan se movían pero no entendía absolutamente nada de lo que salía de ellos.

—Es demasiado fácil —dijo señalando la hoja con ejercicios—. Solo tienes que igualar los coeficientes de una misma incógnita en ambas ecuaciones, y luego sumar o restar las ecuaciones, de modo que se eliminen los términos cuyos coeficientes se igualaron. Es como robarle un dulce a un niño, Invierno.

Había aceptado la idea de estudiar por mi cuenta para poder presentar el examen de gobierno de la ciudad y así terminar el bachillerato. Veía clases con tutores particulares y en ocasiones, Aslan me ayudaba con las áreas que a él se le hacían sencillas. En este caso, Matemáticas.

— ¿Y si éstas no son las ecuaciones que quiero estudiar? —le sonreí paseando el lápiz por sus labios.

— ¿Está coqueteando conmigo, señorita Ríos? —preguntó enarcando una ceja de una manera traviesa.

—Solo si está funcionando.

—Pues no está funcionando. Sé que poseo una belleza desgarradora y eso puede desconcentrarte, sin embargo, necesitamos resolver estos ejercicios para tu tutor —dijo y luego se acercó a mi oído—. Pero cuando terminemos, podemos despejar otro tipo de incógnitas en mi casa.

Me reí sintiendo mis mejillas arder. Desde que Jorge había salido de nuestro panorama, comenzamos a vivir una nueva etapa en nuestra relación, una mucho más libre, más rebelde, más romántica. La sensación de libertad que él me proporcionaba era indescriptible, y sabía que él también lo sentía: ser uno mismo sin que esa otra persona te juzgue por quien eres o por quien fuiste alguna vez.

Aunque todavía vivíamos con reglas y formamos nuevas rutinas: él me visitaba menos en el Café porque me distraía de mi trabajo; cuando no tenía nada que hacer, cuidaba de Belén —ambos desarrollaron una química increíble—; en las noches me acompañaba a casa y allí cenábamos con mi pequeña, mientras nos contábamos todo lo que habíamos hecho durante el día. Por último, él se marchaba a su casa.

—Es demasiado contenido, Aslan. No sé pueda aprenderlo todo. ¿Y si no apruebo?

—Pues lo intentas otra vez. Así sucesivamente hasta que lo logres.

Suspiré y apoyé mi rostro en mi mano mientras paseaba la mirada por los ejercicios. Mi tutor me había pedido resolver treinta. ¡Treinta! En solo dos días. Afortunadamente cayó mi día libre y Aslan estaba a mi lado ayudándome mientras comíamos un helado con vista a Puerto Madero. Según él, eso me ayudaría a desestresarme y estudiar mejor.

Sentí a Aslan tensarse a mi lado y cuando alcé la mirada me encontré con la razón. Cynthia. La rubia que le había hecho tanto daño cuando era chico, la que me había humillado sin compasión en mi propio trabajo.

Cynthia nos observó por unos pocos segundos y nos ignoró deliberadamente, sentándose en la mesa de al frente con un par de personas más.

— ¿Qué te parece si continuamos la jornada de estudio en otro lugar? —sugerí comenzando a guardar mis cosas.

—Solo por esta vez estaré de acuerdo —asintió.

Nos levantamos, y fue inevitable rodear la mesa de Cynthia para poder salir. Ésta finalmente reaccionó ante nuestra presencia.

—Dicen que las frega pisos hacen lo que sea para conseguir lo que quieren. Ya puedo imaginar los métodos —pronunció en voz alta y supe que era un comentario dirigido hacia mí.

Aslan también se dio cuenta, así que se apoyó en una de las sillas junto a Cynthia y le sonrió de una manera maliciosa.

Aquí viene.

—Si con métodos te refieres a respeto y consideración, Primavera Ríos tiene métodos infalibles. Claro que tú no los conoces, Cynthia. Hasta donde recuerdo la única que utilizaba su cuerpo para «jugar» y conseguir lo que quería eras tú. ¿Cada ladrón juzga por su condición?

La rubia lo miró con incredulidad y al mismo tiempo, ira. Era la primera vez que Aslan le respondía de esa manera. Era la primera vez que Aslan no salía huyendo de ella sintiéndose disminuido. Cynthia jamás esperó tal reacción.

—Ni con trece años, ni con veintitrés, ni en ningún otro momento de mi vida querría a alguien como tú —añadió dejando a todos con la boca abierta.

Aslan se dio media vuelta y me cogió de la mano para que nos marcháramos. Pero él no era el único que tenía algo para decir. Yo aún tenía muy presente la humillación que me hizo vivir esa mujer en mi propio lugar de trabajo.

—Te lo dije una vez: él y seguramente todos los demás pueden ver a través del plástico que desprendes. Creo que tú eres quien debe replantearse cuál es su lugar en el mundo, y dejar de pensar que algunas cosas son inalcanzables para los demás. Quizás la única que no puede alcanzar la felicidad eres tú misma.

Dicho eso, Aslan y yo nos encaminamos hacia la salida escuchando uno que otro insulto de Cynthia detrás de nosotros, pero no le prestamos atención. Una vez en la calle, ambos nos miramos como si hubiésemos salvado al mundo del apocalipsis.

— ¡Eso fue muy genial! —exclamé con una risa traviesa— ¿Viste su cara? Pensé que iba a sufrir un ataque.

— ¡Lo sé! —respondió con la misma emoción que yo, pasando su brazo alrededor de mis hombros— ¿Qué te parece si celebramos despejando esas incógnitas, tú y yo solos?

—Me gusta tu manera de pensar.

—Es inevitable cariño —se rio.

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