25. Ely en cacería ✓

13 2 0
                                    

Un impulso de idiotez justifiqué frente al espejo el lunes por la tarde. Había pasado el sábado y el domingo estudiando xeral antiguo y arcaico para el examen que Bernard me había canjeado por faltar el viernes. Gracias a Eva y su pésima pronunciación que estuvieron acompañándome durante tortuosas horas en las que intenté pronunciar correctamente las letras y las palabras de un pequeño vocabulario que Bernard me había dado, logré una pronunciación aceptable. Aunque ni remotamente similar a la impecable de Bernard, cuya lengua no parecía tropezarse con dientes y labios por los rápidos cambios y brutales giros fonéticos del xeral.

Eva se había escondido en las escaleras mientras Bernard me decía que le dijera ave, sangre, camino, Sol, día, noche, Luna, cielo, tierra en xeral arcaico y luego en antiguo. Pronunciaba algunas palabras y me preguntaba qué xeral era. Lo que me costó más trabajo era deletrear las palabras.

Y para acabarla, todo el tiempo me habló en maeskarc. Eva me había advertido que le diera una repasada y me había negado, abrumada como estaba con el xeral. Aun así, Eva me había hecho platica en maeskarc camino a la escuela. Había sido difícil contestarle, si bien el maeskarc era muchísimo más fácil que el xeral, hablar otro idioma era siempre un trabajo duro. Más aún si el maldito idioma en cuestión no tenía ningún parecido con tu idioma materno.

Me dolía la cabeza cuando Bernard me dijo que había sido decente, mucho mejor de lo que había esperado sabiendo que había pasado el fin de semana con Eva. Por supuesto que ella se indignó y salió de su escondite para acribillar a Bernard, que siguió hablando en maeskarc obligándola a sacar su deplorable pronunciación.

Impulso de idiotez había sido decirle a Eva que quería asistir a una cacería, lo supe en el momento en que Eva llegó al Rojo mientras terminaba de cortar una falda y me jaló al vestidor sólo para decirme lo que sabía que iba a conseguir si se lo pedía a ella.

—Irás. Se hará el próximo viernes por la noche.

—Viernes —repetí.

—Lo que significa que tú y yo debemos trabajar —Algo en su voz me alertó—, desde hoy hasta el próximo jueves sales a las cinco y te vas conmigo al sótano.

Una amenaza o una promesa de que dolería. No sabía cuál era.

Y ahí estaba. Faltando cinco minutos para las cinco me había encerrado en el baño para prepararme mentalmente para la paliza que me daría Eva, no había otra manera de prepararse para la cacería. Tenía dos semanas para evitar que un monstruo de otra dimensión me hiciera trizas.

Genial.

Corre. Haz abdominales. Salta. Haz sentadillas. Haz lagartijas. Fue lo único que oí el lunes, el martes y el miércoles. Claro, aparte de mi corazón estallando en mi pecho y el sudor cayendo al suelo. Eva tuvo la consideración de ayudarme a mantenerme de pie hasta el apartamento.

—Jamás me habían temblado así las piernas —le acusé y ella rio.

—Siempre has sido muy floja, Ely. Ya verás que irá disminuyendo —Sí, claro.

El jueves cambió un poco, porque trabajé más la resistencia. Me puso a correr dentro de esa habitación acolchonada y se quedó sentada cuando me caía o terminaba derrumbándome sobre la superficie suave, agotada y deseando morirme de una vez.

—Continua, Ely.

—¿Por qué carajo te pedí ir?

El viernes llegué al sótano e intenté escapar de inmediato. Eva me atrapó en las escaleras y me llevó de regreso.

La habitación tenía obstáculos y sogas colgadas del techo.

—Te estoy llevando al límite y lo siento, Ely, pero debes entender que te vas a jugar la vida y tengo muy poco tiempo para evitar que la pierdas. Vas a empezar aquí. Corres hasta esa línea, regresas y vuelves allá dos veces antes de continuar con los obstáculos. Debes brincarlos y correr en zigzag esos conos, vas a subir por esas malditas escaleras que cuelgan y luego vas a hacer lo mismo con la soga. Tranquila, acabando puedes tomarte unos minutos antes de repetir.

Las Siete LlavesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora