17. Esta tampoco es una cita

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El predio de la feria es bastante grande, compuesto por anchos pasillos que se alejan hasta perderse tras la cantidad de gente que está en el lugar. A cada lado se extienden stands de juegos, comida y diferentes actividades. Es como un parque de diversiones, pero más pequeño.

Llegamos junto a Bruno y Stacy, quienes están delante de un puesto de tiro al blanco.

—¡Al diablo con esta porquería! —se queja Bruno, luego de cinco intentos fallidos.

Me río por lo bajo.

—Te compraré el maldito peluche —intenta consolarla, al no haber podido ganar el obsequio.

—No es necesario —ella le asegura, para calmarlo. Aun así, se pone muy contenta cuando él se detiene delante de la tienda y se lo compra.

Los miro alejarse hacia otro juego.

—¡Felicidades! —oigo pronunciar a mi costado—. Puede elegir su premio.

Volteo a ver a Lucas, en el stand de al lado. Acaba de derribar una montaña de pinos y el encargado le muestra los peluches que están apostados en una vitrina.

Él me mira, satisfecho.

—¿Cuál te gusta? —me pregunta, con una amable sonrisa.

¿Me lo va a regalar?

Siento el rubor en mis mejillas.

—Ése —señalo un gracioso oso panda.

El hombre lo acerca a nosotros y Lucas lo toma. Entonces voltea, detiene a una niña que está pasando y le entrega el obsequio.

—Toma, linda. Es para ti —le dice.

Mi sonrisa se diluye en ese instante.

La niña le da un beso en la mejilla y se retira corriendo, con mi panda apretado entre sus brazos.

Frunzo el ceño.

Lo hizo apropósito.

Él pasa su mirada a la mía, se está conteniendo las ganas de echarse a reír.

—¿Recuerdas la vez que le regalaste a un niño mi helado de chocolate? —menciona.

Idiota.

Me lo ha cobrado bien.

Le doy la espalda, molesta, y comienzo a alejarme a grandes pasos.

Su risa me llega desde atrás.

—¿Cuál es el problema? Esto no es una cita —insiste, orgulloso de tener la razón.

—Tú —me quejo—. Tú eres el problema, Urriaga.

¿Cómo hace para que mi humor cambie tanto de un momento a otro?

Me dedico a ignorar a mis tres acompañantes y entretenerme intentando acertar el aro en las botellas y, más tarde, explotar los globos con los dardos.

Luego de al menos media hora en los juegos, se nos antoja otra actividad.

—Me aburren estas niñerías —gruñe Bruno—. Vamos a la montaña rusa.

—¡Vamos! —exclaman los otros dos.

Yo me quedo en silencio.

Desde que pisamos la feria de atracciones, supuse que este momento podía llegar.

Como ésta cita tenía que haberse dado de una manera totalmente diferente, no pensé que sería un problema decirle al chico con el que saliera que no hay forma de que yo suba a una montaña rusa. Sin embargo, no puedo mostrar debilidad delante de estos dos.

Por culpa de un instante (Completa✔ y en físico 📚)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora