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La situación con mi padre quedó en suspenso. Me obligó a regresar a casa, haciéndome prometerle que me mantendría apartada de cualquier tipo de actividad que implicara un mínimo riesgo —y estuviera estrechamente relacionada con la Resistencia—; sin embargo, él se quedó allí, quizá por la preocupación que había empezado a extenderse por las sospechosas desapariciones de algunos miembros.

Cassian se encargó de intentar distraerme, sin éxito. Mi cabeza no dejaba de repetir en bucle lo que había descubierto tras haber sido entregada junto a Darshan y Cassian por aquel mercante traicionero; mi amigo, por el contrario, pronto había logrado pasar página y su ánimo había mejorado visiblemente desde que Darshan se había esfumado de nuestras vidas.

Y, siempre que intentaba sacar a colación el tema, encontraba una excusa para impedirlo.

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—Tienes que añadirle un poco más de harina.

Silke observó la mezcla que tenía en aquel viejo recipiente y del que me afanaba por aplastar hasta convertirlo en una masa consistente. Los días habían transcurrido lentamente desde que mi padre me hubiera despachado de ese modo, obligándome a abandonar las cuevas y la Resistencia; ahora toda la ciudad se encontraba en vísperas de la Rajva y, como se había convertido en tradición desde que era niña, Silke y Eo me habían invitado a su hogar para que cocináramos juntas.

La hermana de Cassian ya se encontraba en los fogones, vigilando que el contenido de las ollas no se pegara. Silke, por el contrario, se encargaba de supervisarnos a ambas mientras terminaba unos paquetitos rellenos de carne picada, verduras y algunas especias picantes, que había bautizado con el nombre de yavakan, y los disponía con cuidado sobre una de las bandejas que pensaba llevar consigo hasta la plaza del pueblo.

Sonreí en dirección a la mujer mientras añadía una pizca de harina en la mezcla y amasaba de nuevo aquella bola.

—¿Alguien ha visto a Cassian? —preguntó entonces Eo, removiendo el contenido de una de las ollas.

Me encogí de hombros, desconociendo su paradero. Mi amigo había estado ausente en todo el día y, aunque mi mente tenía sus sospechas al respecto, no había querido indagar sobre ello; me había limitado a ir hasta su casa, casi esperando encontrármelo allí. Sin embargo, Cassian permanecía ausente.

—Creo haberle visto con la hija de Murad, Neeja —contestó Silke, frunciendo el ceño.

Sabía a quién estaba refiriéndose. Neeja había jugado en ocasiones con nosotros mientras fuimos niños; ahora se encargaba de ayudar a su padre con el negocio familiar —una modesta tienda que había a un par de calles de allí— y esperaba pacientemente a que su padre le encontrara un buen esposo. Contuve las ganas de chasquear la lengua con fastidio ante la pasividad —y casi diría que infantil ilusión— que había mostrado Neeja desde que entrara en edad casadera; en las ocasiones a las que había acudido a su tienda, no había podido evitar escucharla hablar de lo emocionada que se encontraba ante la expectativa de casarse y el modo en que las mujeres que allí se reunían sonreían con aprobación.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora