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Cuatro días habían pasado desde que salió de la iglesia donde vivía con Nathaniel.
Cuatro días en los que lo único que había hecho era cabalgar, dormir, comer un poco y continuar. Ni una ducha había podido tomar y cuánto añoraba llegar a alguna posada para descansar en algo más cómodo que el piso. No solo él, Ezequiel también necesitaba dormir ya en un establo.

A estas alturas ya no era exigente con eso de la posada, hasta se conformaba con el establo para él. Sin embargo, no fue hasta el quinto día cuando la fin pudo llegar a un pueblo para descansar cómodamente.

Al llegar se aventuró a las calles principales, no le extrañó que cada persona que le viera no apartara la mirada de encima. Él era un forastero y desconfiaban por naturaleza, aun así en ningún momento bajó la mirada, se mantuvo recto.  Ezequiel parecía haber adoptado su actitud pues camino despacio, con la cabeza levantada y sin perturbarse ante nada. 

Identificó la iglesia, sabia que de ser necesario encontraría refugio ahí, mas prefería encontrar un lugar independiente, jamás fue muy obediente respecto a levantarse para rezar y Nathe lo pasaba por alto solo por el aprecio que le había tomado, los demás sacerdotes le miraban siempre con desaprobación. Al menos hasta que les salvaba el trasero de algún demonio, entonces si le agradecían y llamaban el ser mas piadoso y benevolente sobre la tierra. 

Muy cerca de la iglesia encontró lo que buscaba, con calma bajó  de su caballo, sin tener que jalar la rienda este  le siguió. A veces pensaba que mas que un caballo era un perro.

Tras hablar con la encargada y pagar llevó a Ezequiel al establo, lo cepilló un rato y después entró a su habitación, la cena fue llevada ahí mismo,  al terminar se duchó y se acostó a dormir con un suspiro de felicidad.

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No reconocía el lugar. Había visitado bastantes, pero este definitivamente no. En teoría todos los bosques son iguales, más este tenía un toque especial. Con algo de temor empezó a avanzar, las ramas crujían bajo sus botas y el olor a humedad inundaba sus fosas nasales. Empezó a correr ¿Por qué corría? No tenía idea, pero debía hacerlo. Escuchó una risita tras él y al girarse no encontró nada, extrañado iba a retomar su andar cuando unas manos cubrieron sus ojos.


Te encontré

Susurró una voz con un toque de diversión.

El paisaje cambió completamente y ahora estaba en una habitación. Todo era de piedra y estaba bien adornado. Dos hombres estaban jugando con algunas piezas sobre un tablero. Ajedrez si no se equivocaba.
Uno de ellos volteó a verle, era joven, el cabello era más largo de lo normal pero pudo apreciarse unos ojos verdes y una sonrisa. Le guiñó un ojo y nuevamente cambió el lugar.


Ahora era una casita. El llanto de alguien se escuchaba, más que llanto eran gritos, como si le estuvieran torturando, solo escucharle le rompió el corazón.
Sin pensarlo demasiado se acercó al lugar de donde provenía el sonido. Un hombre sujetaba el cuerpo de una mujer, bajo ellos un charco de sangre.

Tu no, por favor, tu no.

Era un ruego, una suplica. Y Chūya deseó abrazarle, consolarle.

El sonido de unas campanadas se escucharon y Chūya despertó.

Samsāra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora