VOLVEMOS A VERNOS

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Anoche acabamos viendo... ¡la teletienda! ¡Así es! Y como hoy he estado hasta tarde en la biblioteca pasando a limpio apuntes de Historia Universal —le he dado un respiro a la Psicología Educativa—, voy a narraros cómo transcurrió la pelea por lograr el mando, como si fuese todo un historiador:

 ¡la teletienda! ¡Así es! Y como hoy he estado hasta tarde en la biblioteca pasando a limpio apuntes de Historia Universal —le he dado un respiro a la Psicología Educativa—, voy a narraros cómo transcurrió la pelea por lograr el mando, como si fue...

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La guerra por liderar en el terreno del sofá comenzó siendo una batalla a tres bandas, pero se redujo a dos cuando las tropas de Maria y Verony destruyeron mi legión y sus intenciones de estudiar cerebros. Después, los soldados de Verony, seguidores de la fantasía, comenzaron a perder frente a los de Maria, que querían saquear islas llenas de atractivos habitantes. Ante ello, los restos de mi humillado ejército se unieron al de Verony, ¡para luchar por descubrir criaturas fantásticas! Pero la batalla se alargó demasiado y acabó en un pacto amistoso que abrió paso a un cautivador mercado global.

Vamos, que para cuando nos decidimos ya era demasiado tarde, y acabamos viendo un rato la teletienda

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Vamos, que para cuando nos decidimos ya era demasiado tarde, y acabamos viendo un rato la teletienda. Maria se compró un anillo de luz para que sus videos bailando luzcan más profesionales, Verony, un cortador de verduras, y yo me quedé dormido en el sofá. Me he despertado esta mañana tirado entre cojines, con un dolor de cuello inhumano, que ha aumentado tras pasar toda la tarde estudiando en la biblioteca con la cabeza pegada al libro.

Ahora, a las nueve de la noche, me encuentro en el portal de mi edificio. Busco en el bolsillo de mi mochila las llaves —hoy las he traído, no quiero tener que aguantar a Maria al telefonillo—, abro la puerta y me dirigo a los ascensores. Esta vez también ha sido el de la derecha el primero en llegar. Monto y comienza a ascender, al igual que el dolor de mi cuello, que también sube... hasta mis sienes. Es insoportable.

Suspiro, me llevo las manos al cogote y ladeo la cabeza. Oye, y parece que funciona. Sí. Me encuentro mejor al tensionar el cuello, me alivia. Lo estiro un poco más, y otro poco más, otro pelín más... Y cruje. ¡Ay! ¡Madre mía! Ha crujido mucho. Ahora me da miedo volver a llevarlo a su sitio, no vaya a ser que me parta el pescuezo.

De pronto, el ascensor se para en el segundo piso. Me incorporo de golpe y escucho: ¡Craaaac! Pero no me importa. Mi cerebro está atento a las puertas, porque aunque no lo sé con certeza, creo que la persona que está detrás es la vecina que conocí ayer. ¿Quién si no se montaría en la segunda planta para subir?

Las puertas se abren y, efectivamente, ahí está. Su melena rojiza, sus pequitas, sus ojos color caramelo escondidos bajo gruesas lentes... Lleva la misma sudadera y unos grandes pantalones vaqueros, que apenas se aprecian porque la enorme sudadera los cubre. Pese a no acertar con su talla, está guapa.

—¡Hola! Volvemos a vernos.

—Tú...

No sé si le hace mucha ilusión toparse conmigo de nuevo

—Hola.

Al menos hoy me ha devuelto el saludo.

Pulsa el botón y se pone de espaldas a mí. Así, vuelvo a sumergirme en la situación incómoda de la que no supe escapar la última vez. Y tal vez no tenga ningún sentido, pero esto me pone muy nervioso.

Trato de disimular mi intranquilidad y apoyo la espalda —o mejor dicho, el mochilón—, en la pared. Busco una pose que me haga parecer calmado, pero sin demasiada chulería. Aunque sé que tengo más aspecto de comadreja petrificada que de persona tranquila.



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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora