44. Pieza oscura

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Alex

Trinidad nos dejó adentro y quedamos en total oscuridad, mientras nuestros ojos intentaban acostumbrarse a la penumbra. Todo el ruido y la música que nos había acompañado hasta ese último instante, se había ahogado apenas cerró la puerta. Me pegué contra la pared y tanteé hacia los costados para encontrar alguna forma de encender la luz, y en el intento, sin querer rocé a Solae.

—¡Ey! —gritó ella, pegándome un manotazo.

—¡Perdona! Es que no veo nada. —me disculpé avergonzado tratando de calmarme luego de imaginar qué era lo que le había tocado e intentando inútilmente encontrar el maldito interruptor. Por suerte Solae lo descubrió por mí y lo activó.

Tenue e íntimamente iluminada, apareció ante nosotros una lujosa habitación equipada, entre otras cosas, con una enorme y en apariencia mullida cama, con respaldo acolchado y sabanas blancas sobre las cuales yacían esparcidos pétalos de rosas y, como si no fuera suficiente, sobre uno de los veladores había una bandeja con una botella de champaña y dos copas de cristal. Nos quedamos inmóviles de la pura impresión.

Buscando excusas para disfrazar mi nerviosismo, me acerqué a la bandeja aparentando curiosidad y así descubrí que habían más cosas sobre ella.

—¡Mira, hay chocolates! —dije, tomando la caja que estaba junto a la bandeja y se la alcancé, para animarla.

Solae al recibirla hizo una mueca que mezclaba entre risa e incomodidad.

—Eh... Alex, no creo que esto sea comestible... —dijo devolviéndomela sin mirarme y tuve que fijarme de nuevo para darme cuenta que le acababa de pasar una caja de preservativos con sabor a chocolate.

Solté la caja de golpe sobre la cama y me giré pensando que era un buen momento para entrar en combustión espontánea. Para lograr que el bochornoso momento pasara más rápido, me puse a recorrer la habitación con la mirada.

—Eh... al menos Trinidad no nos mintió al decirnos que había un baño —articulé al encontrar un medio de escape a la tensión que seguía en aumento.

Solae sonrió nerviosa y se sentó al borde de la cama con las piernas bien juntas y sus manos apoyadas sobre ellas. Mientras tanto, cogí una de las copas y me dirigí al baño para buscarle agua. Luego de ofrecerle la copa llena, me senté a su lado en silencio (pero no demasiado cerca), mientras veía que escribía algo en su móvil.

Podía percibir la tensión en cada milímetro que nos separaba y era consciente de cada una de mis respiraciones, las que no sin esfuerzo intentaba normalizar para que Solae no se diera cuenta de lo intranquilo que estaba. Y es que la aislación acústica de la habitación era increíble. Casi era capaz de escuchar los pensamientos de Solae y los latidos de mi propio corazón, que luchaba por escapar de mi pecho. Aún no podía quitarme de la cabeza lo que había ocurrido entre nosotros ni podía ignorar el hecho de que estábamos a solas, dentro de una habitación que se veía como una lujosa suite de hotel.

—¿Te... sientes mejor? —pregunté.

—Sí. Eso creo... Perdona por no haberte creído antes. —me dijo con la cabeza gacha, guardando su móvil y dándole un sorbo a su copa—. Todo esto es demasiado para procesar. Incluso con todas las pruebas que me dio Natalia, aún me cuesta creerlo.

—Entonces... ¿Aún no recuerdas nada...? —pregunté, con decepción.

Aún conservaba la vaga esperanza de que Solae hubiese recordado algo, pero al parecer las evidencias no habían sido suficientes. A Tam le había resultado recordar con solo leer su propio diario. ¿Qué más podía hacer para recuperar su memoria? ¿Es que acaso todo era irreversible?

No me conoces, pero soy tu mejor amigo ¡En librerías!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora