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Ser de luz, ser de miseria, encuentra a tu mitad, y verás lo que te espera.

— ¿Tener sexo en un avión?

—Algunos afirman que es divertido.

— ¿Y cómo es que te envolviste tan bien con los humanos?

—Las tinieblas siempre te permiten camuflarte alrededor del mundo, Dua, debes usar todo lo sobrenatural a tu favor—expliqué, caminando con lentitud por el campo de entrenamiento. Sí. Era temprano. Lo último que quería era mover el cuerpo—. ¿Qué acaso nunca saliste de tu casa?

La Driagna se encogió un poco, ocultando ese llamativo rostro tras su velo color palo de rosa. Inspiré hondo, tomando su silencio como una respuesta. Claramente muchos seres de su especie estaban demasiado concentrados en sus poderes y toda la mierda de la energía como para realmente vivir.

—Te lo he dicho... a mis padres no les gusta salir.

—Entonces ni siquiera ellos conocen el mundo.

—Es difícil hacerlo cuando tienes un montón de tareas. No es su culpa.

— ¿Nunca te escapaste?

Dua al instante negó, mirándome con los ojos abiertos. Sus manos bien cuidadas rodeaban una cantidad exuberante de libros que no hubiese querido leer a no ser que tuviera una reserva de helado en mi cama y buena música, pero la peor parte de todo, era cómo ocultaba ese maravilloso vestido tras tela insignificante y poco suya.

—Me habrían castigado. Solo tengo setenta años, Vega.

—Es más de lo que muchos niños reflejos aquí podrían decir.

— ¿Tú qué edad tienes?

Me mordí la mejilla internamente ante su pregunta. ¿Debía ser sincera, tal y como ella había intentado serlo conmigo? No. No podía. Sus sonrisas y buen carisma jamás podrían unirse a mi vida como reflejo bastarda, sería deshonor eterno. De hecho, si sus padres se enteraban con quién estaba juntándose su hija en una escuela de seres de tinieblas, la habrían hecho regresar a casa en un parpadeo. Sin embargo, y aunque algo en mí me decía que la dulzura de Dua era una de sus tantas características que podrían salvarme, alguien tan inocente no podía juntarse con una reflejo como yo.

Ella... merecía algo mejor.

—Algunos piensan que tengo veintitrés... —bufé, inspirando el sabor húmedo de las montañas—, otros por lo menos me dan el honor de la duda, suponiendo que supero los ciento veinte.

Con un escalofrío recorriéndome el cuerpo, divisé superficialmente los enormes árboles que nos rodeaban, poseyendo cada suspiro de las nubes y cada secreto que resguardaba el cielo. Todo el espacio de entrenamiento ese día estaba lleno, como si los maestros de la escuela quisieran revisar cada determinado movimiento. ¿Había sucedido algo? Era poco lo que se sabía entre muros, en realidad pero ¿por qué lucían... alertas?

Dua negó con una corta sonrisa.

— ¿Y cuál es la verdad?

Abrí y cerré la boca, con palabras que no me pertenecían cuando Bastor, con una espada de tinieblas, nos obligó a separarnos. La Driagna terminó al otro lado del campo junto a los de su especie, remarcando lo diferentes que éramos. Su voz resonó como un tronco en movimiento:

—Tú... niña habladora, es tu turno.

Palmeé mis piernas, exigiéndoles algo más que dolor y tensión. Si tenía que mostrar un pequeño espectáculo con tal de alejar esas jodidas miradas—las cuales no cesaban desde hacía dos días—, podía hacerlo. Lo más importante, era salir esa noche de mi habitación, sin que nadie se diese cuenta.

DETRÁS DEL REFLEJO [#4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora