21

130K 10.7K 754
                                    

Me mantuve inmóvil frente a su elegante escritorio. Él se incorporó y caminó hacia mí.

            ––Tienes que ir a recursos humanos a firmar el despido, Sarah… Date prisa ––me dijo con total naturalidad.

Se inclinó sobre mis labios y depositó sobre ellos un pequeño beso. Yo aún no reaccionaba.

––¿Es todo?¿Me despides así, sin más? ––pregunté ansiosa.

––Tú misma me dijiste que querías dejar el trabajo… Si te despido, puedo pagarte una buena indemnización… Pero si renuncias, no podré hacer nada por ti ––argumentó él mientras me rodeaba la cintura con sus brazos.

Asentí, entendiendo sus palabras. Tenían mucho sentido, aunque yo hubiese preferido que me hubiese preguntado para acordar la fecha del despido con algo de antelación.

––Escucha John, aún no he echado el currículum en ninguna parte… Tal vez puedes esperar a despedirme unos días –sugerí esperanzada.

Él negó con un gesto de cabeza.

            ––No quiero alargarlo en el tiempo… Es mejor que quede arreglado cuanto antes  ––zanjó.

Su cortante tono de voz no dio opción a continuar discutiendo.

Sin embargo, yo no acababa de comprender por qué aquella prisa. Quise preguntar más, pero John se sentó en su silla y decidió ignorarme deliberadamente. Resoplé y me hice notar, pero mi jefe ya se encontraba absorto en la pantalla de su ordenador y no parecía ya ni percibir mi presencia.

Terminé por rendirme. Sabía que no conseguiría nada.

Por tanto, salí del despacho y con mi bolso al hombro, mientras cargaba con mi caja llena de cosas, me dirigí hacia el ascensor, con la intención de desembarcar en la planta de recursos humanos y despedirme para siempre de Terrarius.

Antes de que se abrieran las puertas metálicas y yo pudiera bajarme en la segunda planta del edificio, me di cuenta de que poco a poco, empezaba a crecer en mí una sensación inquietante que oscilaba entre la inseguridad y el enfado, pasando por la duda.

Dudaba de John. No me terminaba de creer que todo aquello terminase sólo con el despido. Claro que él era un hombre inteligente y me conocía bien como para saber a ciencia cierta que yo habría rechazado cualquier oferta de trabajo que él me ofreciera personalmente.

Y es cierto, así lo haría. Porque me gustaba trabajar por mí misma, y ganar mis propios méritos con mi propio esfuerzo y no a costa de hombros ajenos.  Quería obtener un puesto de trabajo de manera legítima y sin que nadie intercediese por mí. Era un tema de conciencia: yo no podía comulgar con ser la enchufada de nadie.

Me senté en una pequeña salita a esperar que la mujer de recursos humanos me hiciese pasar. Toda la decoración de allí me parecía fría. Los focos de luz blanquecina y las sillas color aluminio con la pared blanca de fondo me hacían sentir como si estuviese en un hospital repleto de moribundos. Y, en cierto modo, en recursos humanos acababan todos los moribundos laborales: como yo. “Respira, Sarah”, me dije a mí misma. “John te ha prometido una indemnización, todo irá bien”.

Unos segundos después, una señora de rasgos angulosos y cejas finas con el pelo recogido en un moño y vistiendo una falda negra, apareció frente a mí.

            ––Praxton, venga por aquí ––dijo ella con una voz neutra.

Me levanté y seguí sus pasos hasta un pequeño cubículo donde ya había una retahíla de papeles preparados sobre la mesa para que yo los firmara.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora