Capítulo 08 | Olvidada

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Ir a su lado sin poder tocarla y besarla era una completa tortura, pero si quería que reaccionara tenía que sacudirla, esperaba que la lejanía le provocara algo

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Ir a su lado sin poder tocarla y besarla era una completa tortura, pero si quería que reaccionara tenía que sacudirla, esperaba que la lejanía le provocara algo.

No sabía cómo actuar, no sabía cómo hablarle sin sentirme estúpido. Deseaba con cada fibra de mi ser que me amara de ese modo.

Le di una mirada de soslayo, iba más pendiente de ella que de la carretera, y volví a centrar la vista.

Llegamos al lugar atestado de gente moviendo sus cuerpos en masas, la música retumbaba. Me adelanté a pesar de que deseaba tomarle la mano, la sentí caminar detrás de mí, era consiente de cada uno de sus movimientos, aunque no lo pareciera.

En verdad esperaba que lo que había dicho en el baño fuera producto de alguna tontería, de lo contrario, iba a tener que olvidarla. El solo pensar que no me quería, que nunca me querría creaba un abismo en mi interior. Si ese era el caso, ¿qué iba a hacer con mi amor? Con ese absurdo sentimiento que había ido alimentando con el pasar de los años y que seguía creciendo. ¿Cómo detenerlo? Era como el agua, siempre encontraba una rendija para colarse, así era ella, se colaba por todas partes.

El bar estaba repleto de meseros sirviendo órdenes, siguiendo el ambiente. Me dejé caer en un banquillo.

—¿Quieres tomar algo? —pregunté.

—¡No, gracias! —Alzó la voz para que la escuchara por encima de los estruendos, los gritos y la música electrónica.

El barman se nos acercó y, después de darle una mirada a Carly, tomó mi orden.

En silencio tomé mi trago, el escozor del alcohol quemó mi garganta, apreté los dientes para resistir.

—¿Quieres bailar? —Su pregunta me descolocó, ¡estaba funcionando! O eso esperaba, ella no era mucho de bailar, por lo que supuse que no le agradaba mi actitud distante; pero necesitaba más.

A sus espaldas se encontraba alguien.

El tipo de chica que habría llevado cualquier noche a mi cama y la haría mía hasta que gritara y me hiciera olvidar cuáles eran los gritos que en verdad deseaba, ruidos que jamás podría escuchar porque era inalcanzable.

Rubia, sus labios —demasiado gruesos para ser naturales— se curvaron al darse cuenta de que la miraba fijamente. Levantó la barbilla y señaló la pista, después de lamer un poco su comisura.

—Vuelvo en un momento —dije, rogando que mi plan funcionara y no nos fuéramos a la mierda. Me levanté con los ojos clavados en la rubia, quien se levantó de igual manera y empezó a caminar; quise averiguar la reacción de Carlene, sin embargo, me contuve. La chica se introdujo en el gentío, así que la seguí.

Observé, desde atrás, sus piernas largas y contorneadas, su cintura moldeada y su largo cabello ondulado. No me gustaba nada de ella, ni su andar ni su vestuario ni su típico cabello oxigenado ni siquiera las medidas de su rostro. No era como Carlene, y eso bastaba para que no me gustara, pero aun así la rodeé con mis brazos y la pegué a mi cuerpo.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora