Capítulo 1 Luz Oscura.

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El límite.  Afueras de la Orden.

Marzo de 1988.

Se llevaba a cabo una de las tantas misiones de vigilancia a las afueras de la Orden Mano de Dios, a Gregor Morgan le tocaba dirigir un pequeño grupo en compañía de Viktor Keegan, su autoproclamado rival de toda la vida, la tarea parecía sencilla, asegurar el área, proteger la entrada, alejar y dado el caso, eliminar cualquier cosa o ser que se atreviera a acercarse al límite.  Últimamente se rumoreaba avistamientos de demonios menores, ningún desafío para los ángeles vigías, fueran menores o no, seguían siendo malignos y debían ser exterminados.

El sol se ocultaba, y diversas bandadas de aves acompañaban su partida con diferentes cantos, haciendo que la tarde cayera lenta y casi armoniosamente.  Pero este canto no era para nada buena señal, pues las aves, no parecían contentas.

—¡Vaya escándalo!, al menos las aves le dan algo de alegría a este solitario lugar, —dijo Kenney, al tiempo que frotaba sus manos para generar calor, pues la nieve comenzaba a caer y con el sol ocultándose, el ambiente se hacía cada vez más gélido, a pesar de ser mayor que sus compañeros eso no lo hacía más listo o experimentado, solo es un vigía primerizo e inexperto en su labor.

—¿Alegría?, yo lo llamaría cobardía, esas solo son aves cantando con temor y huyendo, nada más, —intervino Viktor, el segundo al mando después de Gregor.

—Parece que algo se aproxima, o tal vez nos espera, así que tomen las antorchas y sus armas, vamos a avanzar.  —Los hombres siguieron las palabras de Gregor, lo respetaban, aparte de ser el hijo del actual Director de la Orden, era un hombre agradable y muy talentoso, su presencia inspiraba confianza, virtudes que lo destacaban del resto y que lo hacían el candidato perfecto para dirigir algún día, no por ser un Morgan, sino porque lo merecía, en los últimos años se ha sabido cubrir de triunfo y de una buena reputación tras cada batalla librada para proteger la Orden, hechos que también lo han llevado a ser odiado, sobre todo por Viktor—.  Yo tomaré mi grupo e iremos directo a las puertas, encárgate de hacer un barrido a los alrededores.

La ira invadió a Viktor, era notoria la exasperación en su rostro, la mandíbula tensa, sus manos hechas puño y la mirada desafiante, Gregor, por otro lado, se mostraba acostumbrado, parecía darle igual, o quizá en sus adentros, lo disfrutaba.

—Cuidado Greg, tú no me das ordenes.  Seguro quieres la gloria para ti solo, de cualquier modo, ya tenía planeado hacer eso —replicó con arrogancia en su voz mientras volvía la mirada hacia su grupo—, ¡en marcha!, parece que hoy se ensuciarán las manos.

Gregor dirigía a 4 jóvenes, todos novatos, estaban nerviosos desde luego, pero desesperados por destacar.  Con espada en mano, los más osados, Dam y Rikard, ambos hermanos, irían junto a Greg, luego,  Karl y Jaffer, sus cuerpos eran muy delgados, aunque sabían usar muy bien los arcos, estos irían detrás, para asegurarse un mejor campo de visión.

Viktor por su parte dirigía un grupo de 3, Ander y Agus, quienes ya habían adquirido experiencia patrullando anteriormente,  y Kenney, el vigía más novato, quien en cualquier circunstancia sería una carga, sin embargo, lo que harían era algo rutinario, nada que no hayan hecho antes, solo que ese día, no era el indicado.

Caminaron por un buen rato, pasando a través de espesa bruma, de altos y  frondosos árboles, esperando encontrar rastros o algo que matar, pero solo había nieve cubriéndolo todo, alentando sus pasos cada vez más, cansándolos. 

Al llegar al límite, solo les quedaba un lugar el cual revisar, la Torre de Sanación, que ahora es llamada la Torre del Tuerto, un antiguo curandero con el don de la visión que había sido expulsado de la Orden por haber asesinado a su propio hijo y a sus compañeros de la Torre, quien vivió allí sus últimos días, sin apoyo y prácticamente sin protección, el Tuerto fue el único en advertir que algo malo se acercaba, el tiempo pasó y sus advertencias se hicieron ciertas, pero eso solo logró que lo vieran aún más culpable por sus actos, hasta que un día, no se supo más de él, solo sangre en su cocina, las brasas de su chimenea seguían ardiendo, y la comida había quedado servida, apenas intacta.  El ambiente allí se encontró pesado, una presencia maligna había acabado con la vida del Tuerto, los hechos no interpretaban nada más, un putrefacto y oscuro ser había cruzado y acabado con su vida, y eso solo significó una cosa, el límite ya no contaba con la fuerza para resguardar la Orden. 

Gregor, estaba determinado a entrar, con cada paso que daban sostenían con aún más firmeza sus armas, como si estás por alguna razón les pudieran ser arrebatadas, observaron de arriba abajo la Torre del Tuerto, el miedo entraba lento pero pesado tras cada respiración que daban, no parecía haber alguien o algo en el lugar, desde luego no podría haber nadie dentro, pero eso, por extraño que parezca, no les generaba calma alguna, sino todo lo contrario. 

La noche caía con prisa, como compitiendo con la nieve, solo que esta buscaba vestir todo con su oscuridad.

—Enciendan las antorchas, entraremos a mi señal. —La voz de Greg salió agitada, pues el frío afectaba cada vez más sus respiraciones.

Karl, uno de los arqueros sacó de su mochila cuatro antorchas seguido de unos largos serillos, intentó encender el primero, pero sus manos temblaban mucho, tanto que estos acababan descabezados o partidos a la mitad, para luego perderse cubiertos entre la fría nieve.  Intentó una, dos y tres veces bajo la presión que ejercían las miradas de sus compañeros, tenía que ser a la tercera, por supuesto, sostuvo el serillo por unos minutos hasta encender su antorcha, y esta a su vez, le dio vida a las demás.

El viento iba y venía silbando de manera amenazante, todos intentaban proteger sus ojos de las ráfagas de la helada brisa, que con esmero y furia luchaba por golpear sus rostros.

Gregor se posicionó frente a la puerta frenándose de golpe, levantó la mano izquierda sin volver la vista atrás y sus hombres se detuvieron también.  Con la derecha, palpa la fría y gruesa puerta de roble, y en vano, hace un esfuerzo por abrirla, se sentía pesada, como si esta hubiera empujado de vuelta, quiso intentar una vez más y con más fuerza, pero fue innecesario, la vieja puerta chirriaba y la madera comenzaba a crujir, la puerta se abría, era como si la torre misma le permitiera ingresar.

Mientras entraba con sus hombres detrás, seguía cuestionándose si realmente sería más seguro adentro, ya estaban ahí, ya había oscurecido, y ya no había vuelta atrás.  De momento, una gran ventisca entró con ellos, rozando los tesos y plateados cabellos de Greg para luego volver con más fuerza, al hacerlo, las antorchas se apagaron, y la enorme puerta se cerró haciendo un estruendo que retumbó todo el lugar con su eco, después, solo un rotundo silencio.

—Solo es brisa, ¿no?  —dijo Rikard, pero lo que se escuchó después hacía estúpido el querer darle sentido a las cosas.  Era un rugido, sonó tan fuerte que se sintió demasiado cerca, lo que hizo que uno de ellos atacara a la oscuridad, a la nada.

—¿Lobos?  —preguntó Dam, tratando de disimular el miedo tras su anterior reacción, disfrazando su rostro con una nerviosa sonrisa que ninguno pudo ver.

—No.. estamos en la boca del lobo, eso sí, pero no son lobos.  —La afirmación de Greg tensó a los jóvenes vigías—.  Hay que trabar la puerta.

Todos intentaron acatar la orden de Greg, pero la puerta los desafió, esta se abrió de par en par permitiendo que los autores de los rugidos pasaran, la luz oscura de la noche se filtraba, apenas podían ver.  Todos juntaron sus espaldas, soltaron las ahora inútiles antorchas para sujetar las armas, Karl y Jaffer cargaron sus arcos, Dam, Rikard y Gregor sacaron sus espadas, y sin poder hacer nada, esperaron...

Temían que lo que fuera estuviera demasiado cerca, pues se desprendía un fétido aliento como si algo les respirara frente a sus ojos.  Poco a poco un malherido y nauseabundo cuerpo se atrevía a mostrarse, al verlos, rugió con tanta ferocidad, causando que algunos hombres dieran un paso hacia atrás, y sin espera alguna, atacaron.  Solo se podían escuchar las espadas blandirse, liquido derramarse, gritos lastimeros, y.. rugidos.  Minutos después todo cesó,

—Definitivamente no son lobos, —reflexionó Dam—.  Parecen perros, perros... negros.

—Son Ghouls.  —aclaró Greg.

De repente, el ruido cesó, los Ghouls extrañamente retrocedían y sus feroces rugidos se volvían alaridos lastimeros.  Jaffer, el menor de todos, quiso aprovechar la oportunidad para atacar, logró atravesar dos o tres flechas en el cuerpo de alguno, dándole valor a los otros para tomar parte también, Greg intentaba advertir, pero entre el alboroto, aullidos y gritos de euforia, su voz se perdía

Uno a uno los Ghouls retrocedieron, y una vez fuera de la torre, corrieron, pero no huían de ellos, ni mucho menos de sus ataques.  Había algo más.

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⏰ Última actualización: Jul 04, 2020 ⏰

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