Capítulo 11.

14 2 0
                                    



Antes.



Hoy es uno de esos días donde todo empieza a tomar forma, donde las ideas se materializan y los planes se llevan a cabo.


- Tierra llamando a Natalia ¿me recibes? – Sara agita la mano delante de mi cara


- Perdón, estaba dando un paseíto por la luna – doy un sorbo a mi vaso de agua, sí, hemos vuelto al agua.


- ¿Tía, qué te pasa?, estás muy rara – miro a Anita, llegó el momento de confesar.


- Bueno, es que, haber... – hago una pausa y las miro a todas y cada una – os tengo que contar una cosa y estoy algo nerviosa vale, tenerme algo de paciencia –


- Ni que hubieras matado a alguien mujer – bromea María, hombre eso no, pero si estoy a punto de soltar una de las mentiras más grandes que voy a contar en mi vida, aunque vosotras no lo sepáis.


- Bueno, en realidad tampoco es para tanto – me animo en voz alta – es solo que estoy con alguien – ciertamente es otra manera de decirlo.


- ¿Cómo que estás con alguien, saliendo, de novios? – inquiere Ana, sí hija, sí, gracias por desglosarlo. Asiento - ¿con quién, cómo se llama, cuántos años tiene, le conocemos? Ya sabes, todo eso, cuenta – ¡haya vamos!


- Relax, coge aire, no te ahogues – bromeo – de acuerdo, se llama Erick, bueno Frederick, pero sí, Erick, y no, no le conocéis, aunque tú – señalo a Sara – hablaste una vez con él por teléfono y sí tiene un par de años más que yo, tiene veintisiete años y uno de los detalles más insignificantes es que no vive aquí –


- ¿Aquí dónde, en el pueblo? –


- Nop – sonrío nerviosa – en el país, es de Berlín, vive allí –


- ¿Es el del móvil? – asiento


- ¿Tú ya lo sabías? – le pregunta María a Sara.


- Yo solo sabía que perdió el móvil, y que el chico se lo quería devolver, nada más –




Ahora.



El resto de la tarde fui bastante más sincera de lo que me esperaba; les conté como nos conocimos, la anécdota con respecto a la dirección de la cafetería, la exposición de arte y la cena y las posteriores comidas. Omití la parte en donde fui a su hotel a que me propusiera comprar mi compañía por los siguientes dos años. Detalles sin importancia.


A partir de ese momento Frederick venía cada dos tres semanas y pasaba algún fin de semana. Había muchas cosas que preparar, muchos detalles que inventar y que pulir, un idioma nuevo que aprender. Discutir sobre nuestro acuerdo, sobre lo que podía y debía hacer cada uno durante la duración de la farsa, y lo más importante, cómo acabaría y cuándo.


De lo que más me arrepiento es de haber involucrado a mi familia en esto, de que lo hayan conocido, de que le hayan tomado cariño. No merecían ser engañados así, y tampoco se merecen que siga engañándolos pero, y ¿qué les digo dentro de un par de horas cuando me vean aparecer en casa? Que han criado a una mentirosa, que he cobrado por fingir querer a alguien.


Me doy asco a mí misma. 

¿Pero, y cuál es la alternativa? 

LIES.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora