EL CÓDIGO

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«Son las siete de la mañana. Estamos a jueves. Hace un día soleado, maravilloso para ir de pícnic, para correr en el parque o para...»

—Cagarme en todos tus muertos —murmuro con la cabeza hundida en la almohada y apago el despertador de un zarpazo.

Odio despertarme con la voz del presentador de radio a todo volumen, pero es lo más eficaz. Antes tenía música y me quedaba escuchándola entre las sábanas hasta que volvía a dormirme.

Miro a mi alrededor. Tengo a mi lado el libro de John Green que me dejó ella, y por lo que veo gracias a un pañuelo que utilicé de marcapáginas, anoche leí más de la mitad. No quiero ni imaginar hasta qué hora estuve despierto.

Me levanto, salgo de la habitación y camino como un zombi hasta el baño.

—Buenos días —me saluda alguien al entrar.

Me froto los ojos, centro la vista y...

—¡Maria! —Está sentada en el retrete—. ¡Qué asco!

Empiezo a escucharla orinar. Pretendo huir y doy la vuelta rápidamente, pero calculó mal y me como el marco de madera de la puerta.

—Te veo un tanto dormido, amigo. —Se ríe.

Salgo del baño y cierro la puerta con brusquedad.

—¡La próxima vez echa el pestillo! —añado mientras me llevo la mano a la frente, y palpo la zona dolorida—. Como me salga un moretón...

—Los moretones son de tipos duros. ¡Estarás sexi! —me responde la meona.

Suspiro, ignoro su comentario y espero apoyado en la pared a que salga.

—Ya. —Abre la puerta—. Podéis pasar.

—¿Podéis? —Miro a mi alrededor. No hay nadie más.

—Tú y tu amiguito. Él sí que parece estar bastante despierto... —responde y marcha.

—¿Cómo que...? Mierda. —Observo mi entrepierna—. ¡Maria, eres una pervertida!

—¡Lo sé!

—¿¡¿Os podéis callar de una maldita vez?!? —nos llega la voz de Verony, que debe de seguir en la cama. Cada vez va menos a la universidad.

En silencio, me meto en la ducha, y gracias al agua fresca me despierto. Ahora, lo único que me queda de zombi son las ojeras y el hambre. Lo primero no tiene remedio, pero lo segundo, sí. Me visto, me dirijo a la cocina y desayuno un cuenco de cereales con leche. Una vez tengo la tripa llena, ya puedo irme:

—Adiós, Maria.

Me asomo a su cuarto para despedirme sin hacer demasiado ruido.

—Venga, hasta luego —me devuelve el saludo, sin siquiera mirarme. Está entretenida eligiendo el modelito que llevará hoy a la peluquería canina.

Salgo de casa y monto en el ascensor. Amenizo el viaje leyendo. Pienso aprovechar los ratos libres para avanzar con la lectura, porque, como que me llamo Andrés Forua, que voy a acabarla hoy mismo.


Horas después 


—Joder. Es imposible que la acabe hoy —me desanimo.

Estoy en la biblioteca, he cogido sitio en una de las mesas del fondo para que nadie me moleste y poder leer a gusto, porque aún me quedan muchas páginas.

Avanzaría más rápido si no prestara tanta atención a los apuntes que ella hizo en los márgenes de las páginas, pero me es inevitable fijarme. El libro entero está lleno de notitas, palabras subrayadas... Además, he logrado descifrar su código de anotación mediante distintos tipos de subrayado:

69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora