Capítulo 15.

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El timbre de casa sonó. Antes de que Ethan se levantara, miré el reloj que teníamos conectado con Alexa, marcaba las 5 de la mañana. Bostecé del sueño que tenía, y antes de que mi querido marido abandonara la cama, le di un beso fugaz y le pedí que siguiera durmiendo un rato más. Me cubrí con una bata y bajé las escaleras a ciegas. Por suerte no llegué a la planta de abajo rodando.

—¿Quién coño es a esta hora? —pregunté.

—La hora es las 5 y 5 de la mañana —Respondió Alexa. —Recuerda que no se pueden decir malas palabras por los niños.

«Te odio.» —Pensé.

—He dicho cono. Cono de helado.

—Cono de helado —repitió. —Un cucurucho o cono de helado es una pasta seca con forma cónica, hecha normalmente de barquillo, que permite tomar helado sin necesidad de un cuenco o una cuchara. ¿Busco recetas?

—¡No! —me alteré. —No quiero helado. No quiero discutir contigo.

Era la misma situación, cada día.

—Buenos días, Freya —saludó.

—Buenos días, Alexa.

—Buenos días, Freya —repitió.

Cerré los ojos.

—Buenos días.

El maldito aparato no dejaba de hablar. Ni siquiera sabía por qué lo compró Ethan. Quería una casa futurista, y yo me estaba volviendo loca escuchando continuamente al aparato.

—Buenos días, Freya.

—¡Cállate! —Estallé.

Tenía que encontrar el control remoto y desconectarlo antes de que Alexa me sustituyera en mi hogar.

—¿Cancelar el calendario de hoy?

—¡Noooo! —bajé los dos últimos escalones de un salto.

El timbre sonó de nuevo. Había olvidado por completo que me estaban esperando al otro lado de la puerta.

Así que me reuní con la persona que se había tomado la molestia de llegar hasta nosotros tan temprano. Y para mi sorpresa, me encontré a un desconocido que también bostezaba como yo.

—Buenos días, Freya —ignoré a Alexa.

Miré al hombre alto, de cabello rubio y cara naranja de cheetos.

—No, no —dije. —Nosotros no estamos a favor de construir ningún muro. Puedes irte por donde has venido, Donald Trump.

Intenté cerrar la puerta, pero me detuvo.

—¿Donald Trump? —preguntó.

Yo conocía esa voz.

—Donald Trump —saltó Alexa. —Donald John Trump es el 45º presidente de los Estados Unidos desde el 20 de enero de 2017.

—¿Byron? —pregunté, acercándome a esa cara naranja. —¿Qué te ha pasado?

—Llamando a Byron.

El teléfono de Byron empezó a sonar.

—¡Maldita zorra! —Grité al techo. —¡Teeee odioooooo!

Alcé tanto la voz, que terminé por despertar a Ethan. Bajó las escaleras con su pantalón de pijama, y antes de que descubriera que Byron había regresado, lo empujé con el fin de esconderlo.

—¿Sucede algo, Freya? Te he escuchado gritando.

Me refugié una vez más detrás de una pequeña mentira.

—Es la loca de Alexa. No deja de molestar.

—Mentira —dijo Alexa.

Alcé una ceja.

Ethan me miró como si estuviera loca.

—No puedo más, Ethan. Tienes que desconectarla.

Volvió a defenderse:

—La garantía se ha agotado. No se aceptan devoluciones de Alexa.

Estaba segura que cuando Ethan volviera a la cama, la maldita voz se reiría de mí.

Gruñí.

Ethan me retiró el cabello de la cara y me miró preocupado.

—¿Seguro que estás bien? —Respondí asintiendo con la cabeza. —Es pronto. Podemos dormir una hora más. Cierra la puerta —me besó. —Te espero arriba. Descansa Alexa.

—Buenas noches, Ethan.

«Puta, Puta, Puuuutaa.»

Cuando escuché como la puerta de nuestra habitación se cerró, abrí la puerta de casa y busqué a Byron que seguía en el suelo y limpiándose una caca de perro del abrigo que llevaba.

—Lo siento. Y siento decirte que nosotros no tenemos perro —aguanté las ganas de reír. —¿Cómo has llegado tan pronto?

Le pedí que me siguiera. Ethan tenía ropa de deporte en el garaje.

—Avión privado.

—Multimillonarios —susurré.

—¿Cuál es el plan, Freya? No nos podemos meter en problemas —me recordó. —La policía está harta de detenernos una vez al año. Además, Ginger y Ethan están cansados de dar la cara por nosotros. Si seguimos así...

—No se divorciarán de nosotros —le dije, como las demás veces. —Vístete. Tenemos que parecer adolescentes. Yo tengo ahí detrás mi nuevo conjunto.

Di la vuelta y fui a por la ropa dando saltitos de emoción. Una vez que nos vestimos, nos quedamos cara a cara para ver qué tal nos quedaba.

—¿De qué vas vestida? —Preguntó, confuso.

Giré sobre los zapatos rojos.

—De colegiala —le di vueltas a mi falda. —Ahora se lleva ese estilo coreano. K-Pop o algo así.

—¿K-Pop? ¿Es un caramelo? —Le iba pequeño el chándal de Ethan. El problema era que él era más alto.

—No. Son cantantes —le informé. —You can call me artist. You can call me idol.

Byron puso los ojos en blanco.

—¿Y bien?

Quiso saber.

—Vamos a secuestrar a Collins.

—¿Secuestrar? —No se le iba el color naranja de la cara ni estando pálido. —¿Tu idea es secuestrar a Collins y casarlo con mi hija como pasó entre Khal Drogo y Daenerys de la Tormenta?

¿De dónde había sacado eso tan raro?

Me daba igual. Lo importante eran nuestros hijos. Y nosotros íbamos a ir a por todas.



¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora