39. Juntos

24.1K 2.6K 1.5K
                                    

Juntos

Nora me llevó a su casa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nora me llevó a su casa. No sé realmente cómo llegamos; no me acuerdo de muchas cosas. Apenas si retengo en mi memoria que me tumbé en un sillón de la sala y su abuela hizo cosas extrañas sobre mí.

Debí tener miedo de que ellas me asesinaran, pues todo el asunto del ritual había terminado, pero me quedé dormida allí mismo. No llegué a hablar más sobre la muerte, sobre el demonio, sobre nada.

Cuando me desperté, era de día. Tenía una manta encima y ya no llovía. Una luz amarillenta me daba en la cara y Nora estaba cerca de mí, con algo de desayunar preparado y una advertencia sobre el estado mental de mis padres.

—Vienen hacia aquí —me dijo, dejándome una tostada, con treinta toneladas de queso crema y mermelada encima, en las manos.

No tuve mucho tiempo de procesar. Me quedé sentada en el sillón, como ida, todavía dormida y muy agotada, hasta que mis padres entraron en la casa de Nora y empezaron a preguntar qué demonios había pasado conmigo. Ellos no conocían ni a la muchacha ni a la abuela y aunque sabían que yo iba a estar ocupada con asuntos turbios, que les pidieran que fuera por mí allí después de toda una noche sin saber nada, debía tenerlos más que histéricos.

Por otro lado, yo seguía hecha un asco. Tenía el pelo duro, con bastantes restos de barro seco, la ropa andrajosa. Lo único limpio eran las dos vendas que al parecer las brujas me habían puesto: una en la pierna y otra en el pecho.

La abuela de Norita, con su autoridad de anciana y su bastón maquiavélico, le explicó a mis padres que estaba bien, herida, pero que necesitaría energía para sanar. La forma en la que habló los tranquilizó a ambos de un golpe. Ella también les contó lo que yo había hecho y que probablemente estuviese así, como un ente, un buen rato más.

Pero yo negué con la cabeza, me forcé a comer y traté de ponerme de pie. La pierna me escocía terriblemente y la anciana se apresuró a indicar que lo que había absorbido de mi asesino solo me estaba salvando de desangrarme. Si no me alimentaba pronto, eso se pondría feo y la herida de mi pecho se agravaría.

No pregunté porque no usaron su magia en mi, para curarme, a decir verdad. Una idea crepitosa circuló por mi mente al querer darle una respuesta, pero no me atreví y enterre la duda para concentrarme en mis padres.

Mamá me sujetó, me acarició la cara y me miró con pena.

—Nunca debí dejar que te metas en esto.

No le contesté. Mis padres me sacaron de allí y cuando estuve sentada en el auto, Nora corrió a mi encuentro. Me tendió mi celular, apagado e inútil después de toda la tormenta.

—El mío tampoco funciona más —me dijo, con un encogimiento de hombros—. Si encuentro un hechizo para hacer llover dinero, te aviso.

Me sonrió. Tomé el teléfono y me quedé viendo sus manos un par de segundos, mientras mis padres esperaban para marcharnos. Levanté la mirada hacia Nora, buscando los signos de su herida. Ella estaba ya bien, mucho mejor que yo y eso me aliviaba. Estaba feliz de haberla salvado, tal y como ella había salvado a las personas que quería.

Suspiros Robados (Libro 1) [Disponible en librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora