Capítulo 16.

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Teníamos que fingir ser un par de adolescentes en el instituto de nuestros hijos; no esos adolescentes que salen en las películas para adultos, más bien esos adolescentes que aparecían en series como Riverdale y que ninguno de ellos era menor de 18 años. Sería fácil. O eso creíamos. Una vez que nos plantamos delante de la recepcionista, posamos como dos niñatos nerviosos por nuestro primer día de clase. Sonreímos en busca de un saludo por parte de la mujer.

—¿Tenéis visita con el director? —preguntó, troceando entre sus dientes un chicle.

Antes de responder, nos miramos. Byron se encogió de hombros, podía ver su nerviosismo. Sus ojos empezaban a cruzarse y temí que en cualquier momento pudiera desmayarse ante las mentiras que soltaríamos.

—No, venimos a matricularnos —respondí, con otra sonrisa.

La mujer bajó por el puente de su nariz las enormes gafas negras que cubría sus diminutos ojos. Pestañeó ante la sorpresa y volvió a formular la misma pregunta. Cuando sacudí la cabeza e insistí de nuevo, la mujer se levantó de su asiento y nos miró de arriba abajo.

—¿No sois muy mayorcitos?

—Sí —dijo Byron.

Le di un codazo.

—No —concluí. —Dame los papeles de la matrícula, por favor.

No quería amenazarla, así que me tragué la ira con la que amanecí esa misma mañana. La mujer, confusa, rebuscó entre sus papeles. Cuando por fin pensé que nos tenderían las matrículas, detuvo sus dedos en el enorme teclado que había sobre su mesa.

—Vosotros dos sois los padres de Nicholas Evans y Leia Ross.

Byron tembló.

Yo busqué una forma de salir de ese lío. Si llamaban a la policía, nos tacharían de lunáticos.

—Mira, bonita, si me das los papeles —saqué cinco dólares del pequeño bolsillo que tenía en la camisa blanca —tú ganarás algo de dinero.

La mujer, que seguramente tenía nuestra edad, frunció el ceño molesta.

—Yo gano más de 5 dólares.

Menos mal que mi amigo siempre llevaba dinero encima.

—Byron, paga tú.

Se rebuscó en los bolsillos del chándal, y cuando se dio cuenta que se había dejado la cartera en casa, se puso pálido.

—Solo llevo la tarjeta de crédito. ¿Aceptáis tarjeta?

La recepcionista estalló:

—¡Fuera del instituto!

No nos quedó de otra que salir de allí antes de que esa mujer nos sacara por la fuerza. Las 8 de la mañana y ninguno de los dos había conseguido filtrarse en el instituto.

Me puse nerviosa. A los últimos escalones de la puerta principal del instituto de nuestros hijos, se encontraban unos chicos que vacilaban de lo bien que lo habían pasado el fin de semana.

¡Qué viejos tiempos!

Moría por ser joven de nuevo, pero con mi mentalidad, no había envejecido nada. Seguía siendo la Freya de siempre.

—¿Y tú? —Escuchamos. —Tienes que contarnos todo lo que has hecho con esa mocosa, Collins.

Miré a Byron de refilón, él también escuchó el mismo nombre.

—¿Están hablando de mi niña?

Asentí con la cabeza.

—Tenemos que hacer algo antes de que entre en clase.

Collins siguió hablando.

—Se le acabó la timidez —rió. —Acabó con la boca llena y pidiendo más.

Si Ethan hubiera escuchado esas cosas de nuestra pequeña Isis saliendo de la boca de ese capullo, ya estaría muerto. Pero Byron actuó igual. Antes de que bajara las escaleras para enfrentar a ese imbécil, lo detuve.

—Está insinuando que me hija...

—Ese no es el plan, Byron.

Tenía que tranquilizarlo.

—Tenemos que actuar ¡ya!

Gritó tan fuerte, que el grupo de amigos se nos quedó mirando. De repente empezaron a reír. ¿Se estaban riendo de nosotros?

—¿Os habéis escapado de un manicomio? —preguntaron, entre risas.

Bajamos con tranquilidad, cogiendo aire y aguantando las ganas de golpear a todos esos niñatos que se burlaban de nosotros y nuestro bonito estilo juvenil.

—Queremos hablar contigo, —apunté a Collins —a solas.

Miró a sus amigos, dejando claro que era el macho de ese grupo. Los chicos se despidieron de él y se adentraron en el instituto.

—¿Y quién pregunta por mí? ¿Heidi con 70 años y su abuelo?

¿Qué me había llamado?

—¿Me has llamado vieja? —dije, entre dientes.

Byron me alejó de Collins.

—Sí, sois dos par de viejos.

—¡Vieja será tu madre!

Empezó a reír.

—Mi madre será tan vieja como tú, pero viste mejor.

—¡Yo lo mato! ¡Suéltame, Byron!

Byron tiró de mi camisa, impidiéndome que llegara hasta el idiota que me estaba llamando vieja. Y cuando por fin conseguí liberarme de los brazos de mi amigo, tropecé con una piedra y golpeé demasiado fuerte a Collins. El cual se cayó al suelo.

—¿Está...Está...Mu-Muerto? —tartamudeó.

«Mieeeerda. ¿Por qué me he levantado de la cama?»

—No. No, hombre —quería tranquilizarlo. —¿Cómo va a estar muerto?

—¿Freya?

—¿Sí?

—¿Estás embarazada?

—No, Byron —tragué saliva. —Me he meado de miedo.

El chico seguía en el suelo, inconsciente.

—¿Qué hacemos?

—¿Nos ha visto alguien? —le pregunté. Él negó con la cabeza. —¡Corre! Cógelo de las piernas, yo lo cogeré de los brazos y nos lo llevamos al restaurante.

Y así hicimos, hasta que una voz nos detuvo.

—¿Mamá?

«Más mierda. Nico nos había descubierto


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¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora