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4. La nueva generación

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Caminaba a mi primera clase cuando Emery me interceptó.

―Hola, ¿puedo acompañarla?

―Claro.

Asentí con la respiración levemente afectada por andar tan rápido que parecía que estaba trotando en el atrio. Desde afuera, las torres de los diferentes clanes de la academia eran demasiado similares y sus pasillos, más confusos que un laberinto. Debido a que me señalaron cuál era el sector rojo, es decir, donde descansarían los delegados y se ubicaban la mayoría de los campos de entrenamiento alrededor, di por hecho que primero debía ir allí.

Cometí un error.

Los nervios me jugaron una mala pasada e hicieron que olvidara que mencionaron en el recorrido de ayer el lugar en el que entrenaríamos.

En la actualidad, me dirigía allí y Emery se unió a mí con un semblante agradable, haciendo que me castigara menos por estar retrasada.

―No, la vi hace un rato. Apuesto a que solo quería hacer una entrada triunfal ―mencionó ella.

―Por desgracia, no. Me quedé dormida ―confesé sin más remedio.

No me molestaría en mentirle a alguien que creció con periodistas. Se rumoreaba que miembros de su clan conocidos como "los azules" tendían a aprender técnicas para averiguar cuando alguien decía la verdad o no.

Yo había llegado tarde al desayuno porque no había despertado temprano como correspondía y, apenas toqué la comida, tuve que correr. No pude hablar con nadie, y no me interesaba. Había cosas más importantes, tal vez no interesantes, pero sí importantes.

Las charlas casuales pasaban a segundo plano en comparación con la necesidad de mantener mi promedio académico.

―No le diga esto a nadie... ―A Emery se le escapó una risita suspensiva―. Yo también.

Hubiera sonreído de no ser porque me atropelló una idea turbulenta: aliados. La chica con la información servida en bandeja sería una muy buena para empezar y, en definitiva, no la quería en mi contra. En fin, iba a usar el consejo de Luvia Cavanagh.

―Bueno, ¿cómo esperan que durmamos tranquilos si literalmente dicen que la persona de la habitación de al lado quiere matarnos? ―bromeé, acelerando el paso una vez que nos adentramos en el pabellón.

―No lo sé. Probablemente, esperan que lo hagamos con un cuchillo debajo de la almohada o algo por el estilo ―concordó Emery, risueña.

Contraje la boca.

―Yo lo hago.

―¿Está bromeando?

―Sí, digamos que sí.

No, no lo hacía. En mi defensa, yo no confiaba ni en mi propia sombra.

―Usted tiene un sentido del humor peculiar ―denotó con extrañeza y una actitud amena―. Es un cumplido.

―¿Gracias? ―farfullé, dispuesta a cambiar de tema―. ¿Puedo preguntarle por qué se quedó dormida?

―Detalles menores. Yo no podía decidir qué atuendo ponerme, así que le hice unos arreglos al uniforme de entrenamiento, ¿qué le parece?

Nuestros uniformes eran negros en honor a nuestro juramento a la realeza y estaban diseñados para facilitar nuestros movimientos. Ignorando que reconocí parte de la estructura original del mismo en el de Emery, advertí que estaba más ajustado y la parte superior se había convertido en un top con detalles zarcos. La moda de Idrysa era un tema. Combinaba las prendas formales de alta costura que parecían sacadas de cuentos de hadas de las épocas antiguas y los atuendos más modernos e igual de elegantes que tendíamos a vestir a diario.

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