A LA ERMITA

34.8K 5.3K 3.4K
                                    

Es la 1 h y acabamos de llegar en coche a uno de los aparcamientos más cercanos al primer punto de acceso de San Juan de Gaztelugatxe. Esta vez, Verony ha viajado en el asiento del copiloto, y yo, en los de atrás, junto a Rebeca.

—Que no me entere de que hacéis cochinadas dentro de Craters, eh —nos ha advertido Maria al montar.

—¡Claro que no vamos a hacer nada! —Le he mostrado la urna—. Vamos con su abuela.

—Lo sé. Y ese es el único polvo que os dejo echar.

—¡Maria!

Por suerte, el trayecto ha sido corto y no le ha dado tiempo a decir muchas más estupideces. Ya estamos aparcando. Bajamos del vehículo y nos preparamos para llegar a escondidas a la punta del islote. Yo he sacado el plano, Rebeca ha metido la urna en una mochila, y mis amigas se entretienen apreciando las vistas.

—Es alucinante —comenta Verony—. ¿No te parece, Maria?

—Sí. Me quedo mazo embobada mirando el islote, como cuando veo un enorme cipo...

—¡Vamos! —intervengo.

Seguido, nos ponemos en marcha, mi compañera morena se acerca a Rebeca, y le pregunta:

—Oye, pequeño caracol, ¿quieres que te lleve la mochila?

—¡Oh! ¡Eso iba a decir yo ahora! —Miento. Intento ser caballeroso—: ¿Te ayudo, Rebe?

—No, tranquilos. No es la primera vez que subo cargada.

—Pues qué mérito. Menudo peso muerto. —Verony abre los ojos de manera exagerada y rectifica—: O sea, eh... Lo que quería decir era...

—Déjalo —pido antes de que la cague aún más—. Caminemos en silencio para que no nos pille ningún guarda.

Descendemos por un caminito rocoso, y nos detenemos al ver el punto de acceso. Entonces nos escondemos tras el tronco de un árbol y Verony susurra:

—¿Ahora qué?

—Ahora es cuando improvisamos —dice Maria.

—No. —Intento liderar—: Ahora es cuando nos metemos entre los arbustos y bajamos por la pendiente hasta llegar a las escaleras que nos llevarán a la ermita. ¿Entendido, equipo?

—No. Esos arbustos ¡son zarzas! —observa Maria—. ¿Ese es el plan que has elaborado durante toda la tarde?

—Si me hubieseis ayudado en vez de dedicaros a tomar el sol en el jardín...

—Pero ¿cómo has podido pensar que nos meteríamos entre esos pinchos? —Mi compañera rubia se pega un par de palmaditas en la frente—. Piensa un poco.

Imito su gesto y respondo:

—¡Ya pienso! Es que el mapa de internet no especificaba la vegetación, ¿sabes? —me excuso—. Pero ahora, no nos queda más opción que seguir adelante.

—Dicen que si no respiras, no sientes dolor —aporta Verony.

—Eso es con las ortigas —corrige Rebe.

—¡A ver! ¡Vosotras tan solo seguidme! Yo iré primero para abriros el camino.

Me armo de valor y empiezo a andar entre las zarzas. Me arañan la ropa, pero no llegan a herirme. Por ello, continúo, y cuando ya me encuentro a un par de metros del camino, oigo a Maria gritar:

—¡Eh, Andresote! Que no hay nadie. —Me saluda desde la cabina del punto de acceso, junto al resto de mis compañeras—. ¡Vente y deja de hacer el ridículo!

—Pero... Seréis...


Unos cuantos pasos más tarde


—¡Es una maravilla! —No puedo dejar de admirar el largo pasillo de escaleras que nos llevará hasta la ermita que se encuentra en el punto más alto del islote.

—Maravilla es que por aquí tampoco haya guardias, eh —celebra Maria—. ¿Veis cómo había que improvisar? La suerte nos acompaña.

—Y mi amuma. —Rebeca sacude la mochila—. Ella nos está ayudando.

—Pues que me ayude a subir hasta arriba también —pide Verony—. ¡Mira cuántos escalones!

—Doscientos cuarenta y uno —concreta Rebe.

—Tía, ¿los has contado? —Maria alucina—. Tú estás enferma, eh.

—Lo ponía en internet —aclaro yo—. Lo sabríais si me hubieseis ayudado a organizar el plan.

—Ay, ¡qué pesado! —Maria agarra a Verony y la empuja escaleras arriba—. Venga, amiga. Lleguemos antes que los tortolitos.

—Bien, pero antes... ¡Lumos! —menciona el encantamiento para encender varitas de Harry Potter, y activa la linterna en su teléfono móvil.

—¡Verony, apaga eso! ¡Nos vas a delatar! —la riño.

—¿Y si me tropiezo?

—¡Pues te levantas!

—¿Y si me caigo al mar?

—¡Pues nadas! ¡No podemos arriesgarnos a que nos pillen!

—Si lo que te asusta es que nos pillen —se mete Maria—, ¡deberías callarte!

—Deberíais callaros todos. Por respeto —se atreve a intervenir Rebeca, y nos deja de piedra—. Solo quiero despedirme de mi amuma en paz.

Nosotros nos miramos en silencio. Se nos había olvidado por qué estábamos aquí. Para Rebeca debe de ser bastante duro, y en vez de apoyarla, se lo estamos poniendo aún más difícil.

—Lo siento, Rebe —me disculpo, y miro a Maria en son de paz.

—Nosotras también... —Mi amiga rubia le indica a Verony que desactive la luz, y al ver que no obedece, le roba el móvil y se lo apaga—. Lo sentimos. Nos comportaremos.

—Gracias.

Llegamos a la ermita. ¡Por fin! Verony y Maria se tumban en el suelo y tratan de recuperarse. Yo las acompañaría, pero intento hacerme el duro frente a Rebeca, quien, pese a haber subido con una urna en la espalda, no parece cansada.

—Joder con la sherpa... —envidia su condición física Maria.

Rebeca la ignora y avanza hasta rodear la ermita y asomarse al mar desde un mirador. Yo la acompaño, mientras intento disimular mi acelerada respiración.

—Aquí es donde me voy a despedir de mi amuma.

—Ánimo, Rebe. ¿Estás bien? —Apoyo mi mano en su hombro.

Me observa de arriba abajo, y pregunta:

—¿Y tú?

—Cansado, no te voy a engañar. Pero pronto me recuperaré.

Ella sonríe, alza los talones y me da un fugaz beso.

—Oh... ¡Rebe! —Saco pecho y vaciló—: ¡Pilas cargadas!


69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora