7. Sueño dorado

66.7K 5.6K 6.9K
                                    

No podía ser posible.

Eso no había sucedido.

De ningún modo.

De hecho, ocurrió y de muchas formas.

Abrí los ojos como si fueran dos granadas al despertar y los volví a cerrar de la vergüenza. Maldije en todos los idiomas que conocía y ni así se me fue la sensación del cuerpo. Mi corazón estaba acelerado, mi piel caliente y sensible y mi cabeza siendo atormentada por recordar las cosas tan detalladamente que el calor no disminuía. En consecuencia, corrí a darme un corto baño de agua fría. Tenía que borrar los rastros del sueño erótico que había tenido con Diego.

Procedí a desnudarme y me metí a la tina. Mi mente me jugó una mala pasada de solo pensar en cómo él me quitó la ropa en mi imaginación y fue mucho más placentero. Lo peor era que él no me atraía en absoluto.

«Pues eso no parecía anoche»

Bueno, podía aceptar que una parte de mí sí lo hacía, porque lo odiaba, mas no a su cuerpo. Su actitud sensual e intelectual me podía. Diego estaba en lo cierto, el odio podía ser un sentimiento apasionado, realmente apasionado. Me mordí el labio inferior, evocando una perfecta imagen mental del mismo. Evité exitosamente acordarme de las escenas lujuriosas mientras me arreglaba para ir a desayunar. Estaba colocándome la falda corta que pertenecía a un conjunto escocés de dos piezas diseñado con tela tartán y de más cuando oí que alguien llamaba y no era nadie más ni nadie menos que el chico con el que fantaseé.

―Kaysa, soy yo, Diego. Ya tengo el trabajo, ¿puedo pasar? ―consultó al otro lado de la puerta.

Me tropecé al estar simultáneamente poniéndome las zapatillas e ideando la forma de evadirlo.

―¿No puede esperar hasta el mediodía? ―le pregunté, deseando que dijera que sí.

―No tenemos mucho tiempo para entregarlo. Además, ¿ayer no dijo que ya lo había terminado?

Mierda.

Mil veces mierda.

Millones de veces mierda.

―Sí, lo hice. Lo terminé ―expresé, rendida―. Puede pasar.

Me escabullí al cuarto del baño como una cobarde y escuché sus pasos al entrar.

―¿Dónde está?

―El trabajo está en el escritorio, creo que metido dentro de uno de mis libros. Lléveselo y déjeme el suyo.

Esperé unos segundos y el dormitorio estaba en un silencio que no me tranquilizaba. Salí a averiguar qué pasaba.

―No creo que este sea el libro correcto ―soltó Diego, sosteniendo mi diario íntimo.

Observé el escritorio en el que descansaba un ejemplar casi idéntico con una portada similar.

«¿Por qué mejor no simulaba un desmayo?»

―¿Cuánto ha leído? ―quise saber, avanzando en su dirección.

―Lo suficiente como para saber que escribe poesía. Es bastante buena, debo mencionar ―elogió, esquivándome.

―Devuélvamelo.

―Al menos permítame terminar lo que estaba leyendo.

Lo dudé. Ya había leído uno y dijo que le gustó. No me vendría mal una crítica.

―Bien ―accedí. Observé cómo lo leyó concentrado, cómo frunció el ceño y cómo sonrió al concluirlo―. ¿Qué opina?

―Las metáforas están bien construidas ni hablar de la estructura, pero...

ConstruidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora