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Estuvo a punto de ir y resolver su duda de qué estaba haciendo ese alguien ahí, mas la voz de Seaman lo detuvo y lo hizo acercarse al vendedor.

–Es ésta, ¿no? –Preguntó éste último con el objeto en mano.

Brendon miró y asintió al instante.

–Sí, justo esa.

–¿La vas a comprar?

Volvió a asentir.

–Sí.

–Bien. Revisaré el precio.

El de cabello azul caminó de regreso a la caja y usó un aparato para checar el precio de la cinta, el cual apareció en la pantalla de su computadora. No obstante, Brendon no observaba el precio, ni la pantalla ni nada que no fuese el exterior de la tienda por medio de la ventana. Si sus ojos no fallaban, la persona de hace rato se había ido y en su lugar había algo agitándose levemente en el parabrisas de su auto. ¿Una multa?

–¡Chico! –Seaman levantó la voz y así consiguió la atención de Urie. Desubicado, Brendon parpadeó y preguntó qué ocurría, a lo que el dueño de la tienda respondió: –Son treinta y cinco. ¿Los tienes?

–Ah, sí –Revisó en su bolsillo, sacando la billetera y luego su tarjeta de crédito, la cual se lo dio al cobrador –Tome.

El peliazul recibió el cuadro de plástico, lo pasó por el aparato y se lo devolvió al chico. En cuanto se imprimió la cuenta, se lo dio al cliente sonriendo. Agradeciendo, Brendon guardó su compra y la tarjeta en la mochila, y desvío otra vez sus ojos hacia la ventana. La multa seguía ahí y él estaba en la tienda gastando treinta y cinco dólares por una cinta que no era más que tonta evidencia para su tonta investigación. Al pensar en esto, se detuvo de caminar a la salida y recordó lo importante, el propósito por el que estaba ahí; no era su intención comprar una cinta japonesa, eso sólo fue una disimulación para su verdadero objetivo.

Finneas O'Conell, el profesor de francés, la canción, las notas. La cinta era parte de la incógnita, pero no tenía mucho sentido si no involucraba al hermano de Billie en eso. Además, de esta visita a la tienda no había escrito ningún dato. Debía hacerlo, y para eso sacó su cuaderno y se regresó al mostrador para escribir ahí. La mirada confundida de Seaman llegó a él.

–¿Qué ocurre?

–¿Puede ayudarme con algo más? –Le preguntó cuando lo miró y dejó de escribir. El vendedor asintió sin saber muy bien qué sucedía –Necesito saber quién más ha comprado este tipo cinta, exactamente de este estilo y este color. Supongo que usted tiene un registro de las personas que vienen aquí y de las cosas que compran.

–Sí, lo tengo, pero eso es algo confidencial. A menos que seas policía o algo así, te dejaré acceder al historial de mis ventas.

–No soy nada de eso –Dijo tristemente –Es que estoy buscando a una persona y lo único que me dejó para encontrarla es el pedazo de Washi Tape que le mostré. Tengo la duda de si esta persona es la que yo creo que es, y si usted puede ayudarme, lo único que quiero saber ahora es si un tal Finneas O'Conell o alguien más compró lo mismo que yo.

–¿Finneas? –Preguntó el mayor –Sí, el viene aquí muy seguido. Es amigo mío.

–Eso ya lo sabía, pero tengo la esperanza de que él no es a quien yo estoy buscando. ¿Me ayudará con lo demás?

–Niño...

En ese momento, los tintineos de las campanillas que sonaban cuando se abría la puerta interrumpieron y ambos personajes miraron a la entrada. Un hombre alto, delgado pero de hombros anchos, llegaba a la tienda y se acercaba hacia donde ellos. Brendon no le prestó atención. De hecho, frunció el ceño y evitó mirar al nuevo cliente, pues por culpa de él, Seaman ya no le dijo nada y ahora tendría que esperar a que el tercero se fuera para conseguir lo que quería. Cosas como esas le ponían pésimo el humor.

You'll never know a single thing about me •• BrallonWhere stories live. Discover now