A la misma hora. En el mismo lugar. Todos los días. La misma niña. La misma sensación. Distinto dibujo. Ella es una artista.
Caminé desviándome del sendero hasta llegar al porche donde la dulce niña pintaba su lienzo. No se había dado cuenta de mi presencia, al menos eso parecía.
— Hola — saludo. Ella me mira sonriente, y vuelve a seguir pintando. Sus dedos se deslizan sobre el cuadro con movimientos dictados y limpios. La sensación seguía ahí. — Bonito dibujo, ¿tus padres lo han visto? — cuestiono. Observando como la pintura carmesí decoraba el papel.
— Sí, ellos me han prestado su sangre. ¿Y tú?
¿Me la prestas?
A.
