Capítulo 15

79 18 19
                                    

Alexa.

Tras lo que ha sido una semana de fatigosos pero bastante productivos ensayos con el grupo de teatro, el coro y los bailarines, entre otros participantes, puedo decir que Loreto y yo hacemos un gran equipo a la hora de organizar festivales como el de Navidad. Es viernes por la noche, lo que quiere decir que faltan tres días para hacer la presentación oficial. Admito que estoy más que agotada por el esfuerzo de los últimos días, y cada minuto que pasa, siento que estoy vagando en el desierto, arrastrándome en busca de agua, salvo que, en vez del preciado líquido, lo que necesito tan desesperadamente es mi bien merecido periodo vacacional. Un receso que al parecer se niega a hacer acto de presencia, por lo cual me tengo que conformar con el poco tiempo que tengo para descansar los fines de semana.

Creo que nunca, ni siquiera en mis años de universidad, había hechado tanto de menos mi cama. Mi suave, tibia y reconfortante cama, a la cual le podría componer una canción basada en los sentimientos que me evoca, de no ser porque el agotamiento está terminando conmigo. Siento un profundo alivio cuando el elevador abre sus puertas al llegar a mí, y cuando ingreso en él, tecleando el número de mi piso. Sin embargo, ese alivio se desvanece cuando descubro una llamada entrante de mi padre.

—¿Está todo bien? —pregunto extrañada, al contestar el teléfono.

—Claro, ¿por qué no lo estaría? —le escucho responder al otro lado de la línea.

—No lo sé. No es normal que me llames sólo porque sí —comento, pateando al descuido una envoltura de caramelo que se encuentra en el suelo.

—Lo sé. Bueno, es que..., hace días que no sé de ti —Se le oye incómodo, y no es para menos. Es difícil hablar con una persona con la que no tienes nada en común, pero que al final de cuentas lleva tu sangre de manera directa, y por lo tanto debe haber comunicación.

—Sí, y esto te preocupa ¿por queeé...?

—Me preocupa por la forma en que te fuiste de casa la última vez —declara, dejándome confundida un segundo, antes de bajar del ascensor —. Tu madre cree que deberiamos limar asperezas, no es bueno que padre e hija se lleven de esta manera.

—¡Ah! Ya veo, todo esto es por mamá —hablo, más molesta de lo que esperaba sonar —. Mira, supongo que eres consciente de que las diferencias entre nosotros son irreconciliables, de nada sirve limar asperezas, como dices...

—Alexandra —interrumpe, aparentemente molesto, al igual que yo.

—Escucha, puedes decirle a mamá que esta conversación fue todo un éxito, para que esté más tranquila —le aseguro —, y yo trataré de no perturbar su paz la próxima vez que esté en su casa.

—¿Por qué eres tan rejega?

—¿De verdad quieres saber? —pregunto con ironía —Si te interesa, puedes ir con Marisol a preguntar, ella que es tan perfecta, seguramente tendrá una respuesta que te sacará de dudas.

—¿Sigues con eso? —pregunta, alzando la voz, haciéndome sentir cómo la sangre se me calienta de ira.

—Sí, sigo con eso y lo seguiré toda la vida —respondo, imitando su tono —. Es bastante obvio, que sabes por qué no podemos tener una relación sana, pero no haces nada para cambiar las cosas.

—Nuestra relación no es sana, porque eres una terca —objeta.

—¿Lo ves? No pierdes ni una maldita oportunidad para echarme en cara todos los defectos que según tú, yo tengo —alego, buscando las llaves para entrar a mi departamento y evitar que los vecinos sigan escuchando mi discusión telefónica —. Estoy harta, papá, harta de todo. De qué me compares con Marisol, de que sigas insinuando que soy un fracaso por haber cambiado de carrera, de que me hagas menos frente a todo el mundo.

Lecciones a CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora