EL DELFÍN

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Está de espaldas a mí. Igual que el primer día, ha vuelto a poner una barrera entre ambos: su espalda. Sin embargo, hoy esta barrera se tambalea, parece estar a punto de ser derribada, y es que ella está llorando. Sus hombros suben y bajan, y su respiración se entrecorta. Siento que el tiempo se ha detenido para que contemple la desafortunada escena. Pero las puertas se cierran y me devuelven a la realidad. El reloj avanza. Son, exactamente, las 21:03:51.

Si quiero ayudarla —y claro que quiero—, tengo que actuar ya

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Si quiero ayudarla —y claro que quiero—, tengo que actuar ya.

—Lo siento, Rebeca. —¿Quién o qué tendrá la culpa de que esté así?—. No sé si querrás hablar. Pero puedes hacerlo.

Como cabía esperar, no me responde. Trata de disimular los sollozos, pero lo único que logra es retenerlos hasta que llegan con más fuerza. No soporto verla sufrir.

—En serio —insisto—. Puedes hablar conmigo.

Llegamos a la cuarta planta, enseguida habremos hecho la mitad del trayecto, y aún no se me ocurre cómo animarla.

—Sé que soy prácticamente un desconocido pero... —Doy un paso hacia ella. El corazón me palpita a toda velocidad—. Puedes contar conmigo.

No me contesta, por lo que me acerco un poco más y, armado de valor, me dispongo a apoyar mi temblorosa mano en su hombro. Me encuentro a menos de un palmo. Mi respiración se acelera y mi corazón late con tanta fuerza que cada pálpito hace temblar mi estrechada garganta.

Unos centímetros más y las yemas de mis dedos acariciarán su sudadera. La piel se me eriza. Rebeca desprende una fuerza de atracción semejante a la que produce un globo cargado de electricidad estática, solo que multiplicada por... mucho, más que suficiente para hacer enloquecer a mis terminaciones nerviosas. Resulta tan emocionante como aterrador, pero no puedo detenerme. Esta será la primera —y espero que no la última— vez que toque a la misteriosa chica del ascensor. Allá voy.

—Rebeca. —Mi mano agarra su hombro.

Siento cómo la energía fluye y surge un chispazo que lanza a Rebeca contra las puertas, lejos de mí. La barra que hay sobre ella informa de que ya vamos por la sexta planta.

—¡Oh! —No sé qué decir—. Yo...

Rebeca se seca las lágrimas, respira profundo aunque de manera entrecortada, y se disculpa:

—Lo siento. No es mi día.

—No, soy yo quien lo siente. Perdona por...

De golpe, ella avanza, y me abraza. Oh, joder. ¡Me está abrazando! Si lo anterior era un chispazo, esto es una explosión nuclear.

Apoya su cabeza en mi hombro y se desahoga empapándolo de lágrimas. Yo estoy tan afligido por su llanto, emocionado por su espontánea muestra de afecto, y tenso porque no sé cómo debo actuar..., que mi estado de ánimo es una brújula en el polo sur magnético. No sabe hacia dónde apuntar, hasta que se decanta por descargar la tensión acumulada llorando junto a ella.

—¿Qué te pasa a ti? —Interrumpe su gimoteo y alza la vista.

—Verás... —Estoy a punto de decirle que empatizo demasiado, pero prefiero aprovechar la oportunidad para animarla, así que vacilo—: Es que al final no me vas a decir cuál es tu animal favorito.

El ascensor se detiene. Hemos llegado a su rellano a las 21.05 h.

He tenido sesenta y nueve segundos para animarla —sí, 69, el número mágico—, y ahora descubriré si lo he conseguido:

—Oh... —Sin dejar de liberar lágrimas, sonríe y contesta—: Mi animal favorito es el delfín.

Sale del ascensor y mirándome con sus oscuros y brillantes ojos, se despide:

—Y gracias. 



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Fin del capítulo. 

Mañana también actualizaré... 

 

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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora