23. Placer culposo

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23. Placer culposo

IVANNA

Su piel olivácea con aroma a ámbar está salpicada de sudor, su cabello por encima de la frente está desordenado y sus ojos azul opaco me miran con satisfacción. Sé que terminó cuando se tensa y su pecho cae con lasitud sobre el mío. Complacida, lo envuelvo entre mis piernas al momento que yo también llego al culmen y, agradecida de lo que es y será, lo beso con locura.

Es mi placer culposo; el chocolate con el que rompo la dieta, la crema chantilly que robo a alguna tarta del supermercado o esa copa que ya no debería beber porque aún debo conducir de noche. Valentino Marinaro es sinónimo de sexo.

Cuando Lobo y yo visitábamos su apartamento de soltero aprovechaba cada que él estaba lejos para coquetear conmigo. Por estúpida no aproveché... pero por perra callé. De manera que, la tarde que Lobo no llegó a la iglesia, lo primero que hice, todavía con el vestido de novia puesto, fue caminar hasta un bar, pedir un trago y buscar entre mis contactos su número.

Me dio la mejor noche de mi vida, cada parte del vestido terminó en el piso y yo con él.

Aún no satisfecha, al otro día envié a Lobo una selfie con cara angelical y la cama, el vestido y Marinaro dormido de fondo. No contestó, pero por su mismo círculo de allegados sé que se puso furioso y lo celebré dándome un baño de jacuzzi con la sinfonía no. 25 de Mozart sonando a todo volumen en mis auriculares.

Con el tiempo, Lobo le dio a Marinaro la oportunidad de seguir siendo su amigo o, cual traidor, continuar conmigo, y la decisión de Valentino fue contundente al darme las llaves de su apartamento de soltero.

—Quédate un rato más —susurra al levantarme de la cama, pero ignorándole cojo mis cosas y comienzo a vestirme.

—No. Aún tengo dos reuniones hoy.

Estoy ocupada.

Él coloca un brazo tras su cabeza y con una sonrisa bellaca en los labios me observa. Es la Suite Princesa de Welfare Hotel, nuestra favorita por su cama con dosel y estilo palatino con bar incluido. Su apartamento de soltero o el mío solo los utilizamos cuando pasamos juntos la noche entera.

—Me gusta esa blusa —opina al verme cogerla del piso.

—También a Luca —sonrío, satisfecha, y me detengo frente al espejo para acomodarla. Yo sola puedo atar los tirantes de la espalda.

El interés de Valentino aumenta:

—¿Tu asistente?

Es muy pronto para mencionar a Luca, pero es mejor que lo sepa.

—Ajá —Peino con mis propias manos mi cabello.

—¿También te acuestas con él?

Escondo mi cara para que no se dé cuenta de que rio.

—En eso estoy —aclaro y me siento otra vez en la cama para meterme los zapatos una vez puestas las bragas y el pantalón—. Necesito tenerlo de mi lado.

Valentino se sienta.

—Entonces no es que te guste —El celo se percibe a kilómetros.

—Está mono —reconozco para su enojo.

¿Cuál es el objetivo de preguntar ese tipo de cosas si te enfadan las respuestas muy honestas?

—¿Y... cuánto va a durar? —Ya no sonríe.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora