El día de la gala fue un descontrol. Los empleados caminaron de un lado al otro, decorando, creando un menú decente y alterándose todavía más. Yo, al igual que los demás Construidos, no asistí a clases, en cambio, me probé diez vestidos diferentes en busca de escoger el vestuario ideal para la mascarada de esa noche. A mí me daba lo mismo, pero mis damas ―las dos que conservaba― insistieron. El atuendo seleccionado fue blanco y estrictamente tradicional, por supuesto. El vestido me llegaba hasta las rodillas, poseía un pronunciado escote y largas mangas de encaje. 179 se empecinó con querer ondularme el cabello y yo cedí, recordando a mi madre diciéndome que prefería morir antes de perder la elegancia. Qué exageración de mierda. Trabajé mi vida entera para estar en lo más alto y ahora querían que bajara a sus niveles para que los demás me vieran cara y eléctrica. Por último, 180 me pidió que esperase a Maureen en mi habitación para irme a cumplir el itinerario planeado previo a marcharse. Permanecí sola viendo mi reflejo unos segundos. A veces, yo tendía a no reconocerme en los espejos, no por mi aspecto, sino por algo interno, como si no encajara lo que veía con lo que pensaba. Retorné a mi realidad al escuchar a alguien aclararse la garganta en la entrada.
―¿Admirándose en el espejo, señorita Natural? Qué vanidosa ―bromeó Diego.
―Miré quién lo dice.
―¿Qué sucede? ¿Acaso no me va a invitar a entrar? ―interrogó, enarcando una ceja.
―Por supuesto que no, ¿a qué cabeza se le ocurriría invitar a un enemigo? ―repliqué divertida.
―A las nuestras ―respondió él, ingresando al dormitorio tras cerrar la puerta.
Coloqué mis manos sobre las suyas en cuanto me abrazó por detrás. Diego vestía un traje ceremonial ridículamente blanco e impoluto, que a cualquiera le quedaría patético y a él le quedaba fantástico. Resultaba extraño contemplarnos juntos. Los días anteriores compartimos charlas clandestinas y encuentros en los ratos libres. Aquellos momentos robados que vivíamos eran asombrosos a pesar de que los dos sabíamos que iban a terminar, ya fuera al día siguiente o en un par de meses. Se podía ver nuestro final desde un principio. Nosotros éramos los idiotas más grandes de la historia por arrojarnos de ello a esa especie de relación estando conscientes de ello, mejor dicho, unos idiotas felices.
―Eres hermosa ―dijo como si pensara en voz alta―. Bueno, ¿no es un poco obvio?
―Te diría que te ves bien, pero eso ya lo sabes.
―Lo sé. ―Sonrió con egocentrismo.
―Apuesto a que las personas en esa gala se van a preguntar, ¿qué se siente despertar y darte cuenta de que eres Diego Stone? ―planteé, jovial.
―Ahora se siente bastante bien.
Lo detuve cuando se inclinó a darme un beso.
―No, se me va a deshacer el maquillaje.
―¿Y en dónde preferirías que te bese?
―¿Por qué tengo que escoger solo un lugar?
―Entonces, este será el primero de muchos ―comunicó y comenzó a besar mi cuello.
Un estremecimiento de placer me invadió inmediatamente ante su contacto que se dio justo en mis terminaciones nerviosas. Me estremecí igual que alguien que se hundía en el océano y veía la superficie hacerse más lejana. Cada beso de Diego era un metro más a lo profundo y cuando tocará fondo sabría si valió la pena o no. El aura que nos envolvía se hizo trizas cuando se oyeron un par de golpes en la entrada.
―¡Tienes que esconderte! ―exclamé en un susurro.
―No pienso hacerlo ―se negó con firmeza.
Un segundo más tarde, Diego yacía oculto en el baño con la puerta semiabierta debido a la falta de tiempo y yo corrí a sentarme en mi escritorio en simultáneo que apareció Maureen.

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Construidos
Science FictionDinastía decapitada I "Si el amor te lastima, solo apaga tu corazón. Literalmente." Tras prohibir cualquier tipo de sentimiento, el reino se ha consolidado en el 2084 y está dividido por los clanes dirigidos por las familias de élite con la suprema...