LA POLI Y EL ARRESTADO

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Me incorporo rápidamente en la cama. Acabo de despertarme por culpa de un ruido, que bien podría proceder de la casa de la señora Rodríguez. El reloj de la mesilla marca las 4 h de la madrugada. Lo mejor sería dejarme de tonterías y tratar de volver a conciliar el sueño. Pero el corazón me late a toda velocidad. Últimamente duermo fatal: pesadillas, sonambulismo... Y hoy no iba a ser una excepción. Me parece que el estado de nerviosismo en el que vivo no me deja descansar en paz, me mantiene alerta. Tiene que haber alguna teoría de mi amigo Freud que explique esto, ¿no? Si la hay, no me la sé. Mierda. No me sé ninguna en realidad. Debería ponerme las pilas con los estudios.

—¡Policía! —oigo.

—¡Oh! —Doy un respingo.

Acabo de comprobar que el ruido no venía de casa de la vecina, sino de la nuestra.

—¡Policía! —escucho de nuevo—. Déjeme hacer mi trabajo. ¡Es una orden!

Me hago una bola con las sábanas. Como si estas me fuesen a proteger de algo. Ni que estuviesen hechas de una tela antibalas.

—¡Tiene derecho a permanecer en silencio! —continúa. Tiene voz de mujer. Es una agente—. ¡No me haga cargar la pistola! —amenaza, y me aterra.

Aún en posición de bola, me desplazo rodando hasta el canto de la cama donde, aplastado entre el colchón y la pared, me siento más protegido. Tan absurdo como ridículo.

—¡Voy a esposarlo! —anuncia la poli.

¿Estoy siendo testigo de un arresto? Saldría a comprobarlo, pero me da miedo. Prefiero no meterme en problemas. Considero que la mejor opción es seguir escondido en mi búnker de sábanas y disimular mi agitada respiración. No quiero que me oigan y me maten, como pasa en esas películas de secuestros que tanto le gustan a Verony.

—¡Recibirás tu merecido! —Ahora la policía parece enfadada.

Agudizo el oído y me doy cuenta de que el jaleo procede de uno de los cuartos de al lado.

—¿Me vas a detener? —me sorprende la voz de un hombre. El arrestado es un varón.

Intrigado, saco la cabeza de entre las sábanas como una tortuga asomándose al sol, y presto atención.

—¡Por supuesto! Prepárate para que esta policía mala te castigue duro, ¡muy duro! —intimida la agente, aunque su tono de voz, más que amenazador, me resulta sensual, y familiar—. Ay, malote, malote... Esta agente tan sexi tendrá que cachearte.

—¿Maria? —mascullo.

—¡Inténtalo! —la desafía el joven.

—¡Vamos! —se motiva ella—. Empezaré confiscando tu arma con cautela, para observar si es pistola... ¡o bazuca de la buena! —Ya no hay duda, es Maria.

—Es bazuca de la buena —asegura él—. Lo comprobarás cuando te montes en ella. —La incita—: Adelante, señorita agente.

—Adentro, señorito preso.

Alterado, me destapo y me siento sobre la cama. No me puedo creer que sean tan escandalosos.

—¡Oh! ¡Kevin...! —gime Maria.

Ya sé el nombre del arrestado, se llama Kevin.

—¡Oh! ¡Maria...! —gime también él.

—¡Menuda munición! —celebra ella—. ¡Tú no tienes bazuca, sino un pedazo cañón!

—Qué vergüenza... —Me cubro las orejas con la almohada, pero es inútil.

—Oh, ¡Maria! —goza él.

—Oh, ¡Kevin! Sin miedo, ¡hasta dentro!

Mi mirada se pierde en la pared mientras experimento una mezcla de bochorno, incredulidad y, aunque me cueste admitirlo, también excitación. Joder. Se me ha puesto dura escuchando a mi amiga mantener relaciones sexuales.

—Que acabe ya, por favor —pido, y como si percibieran mi súplica, se apresuran: plas, plas, plas...

—¡Cómo me pone el ruido de las nalgas cuando me das! —chilla Maria.

—¡Joder...! —No lo soporto.

Me hago con el portátil, me coloco los auriculares, abro el navegador y escribo: «Umbrella, Adele». La pantalla muestra los resultados de la canción Umbrella, de... Rihanna. Estresado, golpeo repetidamente sobre el teclado, hasta que se reproduce la canción y dejo de ser testigo de la aventura de Maria.

—Mucho mejor... —Me calmo cuando los gemidos se pierden bajo la música.

Hago tiempo en Wattpad y compruebo el chat con Rebeca, a ver si me ha dicho algo sobre lo que le ocurre. Pero no. Nada de nada. Me dispongo a mandarle algo, pero lo descarto rápidamente pensando que si insisto tanto podría parecerle un acosador.

Aburrido, navego sin rumbo por diferentes sitios web, hasta que me topo con un anuncio que capta toda mi atención.

—¡No puede ser!

Juraría que es cosa del destino. Mis ojos se clavan en el apartado publicitario y, sin dudarlo, entro en la página del vendedor para ojear su producto. Es justo lo que buscaba. Lo añado a la cesta y lo compro.



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Esta Maria... Jajaja

¡Gracias por leer!

¡Y gracias a los que estáis leyendo la historia de Maria también!

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Ah, y... Mañana es mi cumpleaños y me apetece celebrarlo con vosotros, así que, ¡también actualizaré!

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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora