17. Territorio Blanco

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Kaysa

A causa del rechinido de una puerta abrirse y cerrarse, me desperté. Parpadeé varias veces antes de notar en dónde me encontraba y no tenía ni idea. Sábanas grises cubrían mi anatomía; estaba acostada en un colchón diferente al del internado oscuro. Las paredes eran de cemento, no de una costosa piedra pulida, y los muebles lucían gastados, sin el clásico lujo al que me había acostumbrado. De pronto, escuché un suspiro. Tras girar sobre mi propio eje, hallé a un chico de espaldas, hurgando en el armario. Me aclaré la garganta y reaccionó. Theo me sonrió con timidez. Fruncí el ceño ante ello. En cuanto traté de ponerme de pie sentí un doloroso ardor en la pierna derecha. Entonces, descubrí que tenía un vendaje.

―Cuidado ―murmuró él, acercándose a mí

Retrocedí por instinto.

―¿Dónde estoy? ―indagué. Avergonzada, quise acomodar un mechón suelto de mi cabello, pero al hacerlo noté que mis brazos tenían raspones y un par de heridas.

―En la habitación de una amiga ―contestó, entregándome una botella de agua.

Fue en ese instante en que me di cuenta de la cantidad de sed y hambre que tenía, sin embargo, no la acepté, es decir, ya no podía confiar en nadie, ni siquiera en quien juró protegerme o amarme.

―Vamos, llevas dos días así.

―¿Qué? ¿Qué pasó?

―Qué no sucedió.

―Bueno, Theo, debo volver a mi habitación, si me disculpas... ―balbuceé, caminando hacia la salida. Ignoré el hecho de que mi vestuario se limitaba a una vulgar camiseta larga y unos shorts. Mi intento de abrir la puerta falló. El guardia sacudió las llaves, burlándose―. ¿Me encerraste?

―Sigo órdenes de alguien que te conoce bien ―se encogió de hombros.

―¡Todos deben estar preguntándose en dónde estoy! ¡Tengo que volver! ―exclamé incrédula.

―No estamos en la Academia Black.

―Eso no es posible, yo no...

―¿De verdad no recuerdas nada?

Negué con la cabeza.

―Te trajimos aquí después de la gala.

―¿Trajimos?

―¿No lo has adivinado? Estamos en la sede de Destruidos ―informó y ese fue el momento en el que enloquecí.

Destruidos: una peligrosa organización terrorista que amenaza con nuestro perfecto sistema que procura mantener la paz mundial, repetí en mi cabeza.

«Pero el sistema no es perfecto, porque si lo fuera la guerra no existiría»

Vislumbre una pequeña daga sobre la cómoda y la tomé, amenazándole. Mi instinto de supervivencia actuó más rápido que mi sentido racional. Fue un buen momento para decir «mierda».

―Si me clavas esa daga, arruinarás toda posibilidad de desarrollar una preciosa amistad ―habló perdiendo toda formalidad, y levantándose de su asiento―. Estaré muerto.

―¿Qué? Yo no soy amiga de mis secuestradores ―bramé sin entender sus intenciones.

―Primero: no te he secuestrado. Segundo: duele que me rechaces con tanta facilidad. Tercero: no hay un tercero ―alegó previo a que la puerta se abriera.

―¿Qué demonios...? ―preguntó una voz masculina muy familiar.

Mi corazón se detuvo.

―Ella empezó ―declaró Theo, quitándome el arma.

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