19. Espinas del presente

36.4K 3.7K 2.5K
                                    

Diego Stone

Atravesé el corredor a grandes zancadas, con los nudillos apretados por la impotencia, en simultáneo que la mudanza se llevaba a cabo. Habían pasado casi tres días y yo continuaba negándome a creer lo que decían las autoridades. El Concejo prefirió que esa noche nos iríamos cada uno a su respectivo clan para entrenarnos por separado y solo asistir a reuniones trimestrales con los demás herederos y en un mes sería la primera. Lo único bueno era que la norma que nos impedía salir fue destituida.

Fruncí ceño al ver como las damas con ayuda de oficiales retiraron las pertenencias de Kaysa de la que fue su habitación. Ya no existía futuro para el clan verde. Mi padre de seguro prepararía una fiesta por ello, la desgracia ajena era su motivo favorito incluso tras la muerte de mi madre. Diógenes Stone triunfó con su muerte, no era su plan y pese a ello le funcionó. Recordé como me pidió que fuera un espía y también cómo lo rechacé. Nadie de mi clan sabía sobre mi relación con Kaysa, sin embargo, siempre creí que nos merecíamos más que ser solo un secreto. Observé mientras un guardia de La Corte Roja cargaba una pila de sus libros y decidí acercarme de inmediato.

―¿Qué están haciendo?

―Los padres de la señorita Natural han rechazado conservar sus pertenencias, por ello nos han dado la orden de quemarlo todo ―respondió el oficial.

―Démelos, por favor ―solicite. Él no reaccionó en un principio. Desde afuera lucía incorrecto, no obstante, a esas alturas me importaba el qué dirían―. Es una orden ―aclaré y lo hizo finalmente.

Esbocé una sonrisa triste mirando las portadas de un tono anaranjado que disfrazaban los títulos reales de las obras. Yo le enseñé este truco para ocultarlos a simple vista. La encuadernación de uno se veía diferente y eso se debía a que se trataba de su diario privado. Los recuerdos que me quedarían. La extrañaba y ni siquiera sabía que se podía extrañar tanto a alguien como yo lo hacía con Kay. El amor, como un ente egoísta y egocéntrico, no quería nada más que estar presente y ser el centro de atención siempre. Quizá no sabía con certeza qué implicaba enamorarse, pero si lo que sentía por ella no lo hacía, yo no era conocedor de nada en este mundo.

―Hermano ―me llamó Dimitri a mis espaldas―. Tenemos que irnos, ¿qué estás esperando?

―Iré en un momento ―dije, aunque ir de regreso a casa no era algo que me alegrara particularmente, nada lo hacía en ese instante.

Finalmente, cada Construido se subió a su carruaje como si los meses en la Academia Black no hubieran existido y sin saber qué pasaría de ahí en adelante. No nos despedimos ni nos dijimos «adiós» y el camino de vuelta a casa comenzó. Una hora más tarde vislumbre a lo lejos y con dificultad gracias a la oscuridad las verjas de un color similar al oro, las columnas labradas que sostenían la edificación de dos inmensos pisos y las otras alas anexas, y los extensos jardines sin flores. Bajé del vehículo posteriormente a que mi hermano lo hiciera y mi estado de ánimo no mejoró al estar frente a donde crecí, la Mansión Stone, porque mi hogar estaba en otro lado. No sabía dónde con precisión.

Los oficiales que custodiaban los alrededores se hicieron cargo del equipaje y entramos. Un par de golden retriever que paseaban al ser las mascotas de Dionisio me saludaron por un segundo y corrieron al patio. Dan y Darwin. Solía cuidarlos previo a mudarme porque él se dedicaba a jugar con ellos en ocasiones sin pensar en la responsabilidad que implicaban. El silencio reinaba en el interior del recinto. Al menos mi padre tuvo la decencia de no hacer una fiesta y de no aparecer. Dimitri me ignoró categóricamente y se adentró a su cuarto ubicado en la planta baja. Subí las escaleras teñidas bajo un manto de penumbras aún con los libros en mano y habría ido directo a mi alcoba sin sufrir ninguna intervención, sino fuera por Dionisio, quien disparó una flecha con una ballesta, no obstante, yo me había dado cuenta de ello apenas había pisado ese sector y me corrí lo suficiente para esquivarla. Él planeaba sorpresas y malas bromas. Nunca funcionaban.

ConstruidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora