21. No hay lugar como el hogar

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Todos decían que el refugio más seguro contra el mundo era el hogar, sin embargo, cuando llegaba al mío sentía que iba directo hacia el peor campo de guerra y que, a pesar de mi entrenamiento, jamás sería un buen soldado. Mis pasos se volvieron más pesados. Estaba caminando hacia mi casa, el lugar donde había crecido, del que me había ido y al cual volvía. Mis padres eran parte de la locura, el dolor y la desesperación del pueblo. Yo, como su hija, se suponía que continuaría con el legado, y lo haría, solo que no de la forma en que lo esperaban.

Theo no lucía en su mejor momento ni yo tampoco. La luz del mediodía soleado empeoraba todo, es decir, mostraba la realidad. Los dos habíamos caminado durante toda la noche desde Kent. De acuerdo a la triste historia que contaríamos, debíamos parecer torturados y cansados. Lo estábamos. Fue una buena experiencia transitar por la ciudad que desconocía y sería mía. Poco a poco dimos por culminado el último tramo de calles vacías de transeúntes a causa de ser una zona privada y visualizamos la Mansión Natural. Detrás de los portones de rejas de un notable color verde oscuro se ocultaban los jardines compuestos por flores decorativas, arbustos cortados a la perfección y una variedad de robles ubicados en línea recta para formar un extenso camino hacia el edificio de aspecto medieval cuyos vastos cuatro pisos guardaban incontables secretos familiares. Nada había cambiado.

Un séquito de guardias que permanecían en el frente del predio a modo de protección me miró con cierto asombro. Conocía a la mayoría de ellos, jóvenes y mayores, pero en especial a uno.

―Buenos días, comandante Javier ―saludé como si no lo hubiera visto en una semana. El hombre de cuarenta años, cuya expresión severa repleta de arrugas me intimidaba ligeramente todavía, me estudió con atención un segundo y después a mi acompañante ―. Quiero ingresar a mi casa.

―Por supuesto, señorita Natural ―dijo Javier en respuesta después de realizar una breve reverencia.

Tras ello, el comandante procedió a escoltarnos. Él no poseía el derecho o la autoridad de hablarme, un gran signo de su pleitesía. Fruncí el entrecejo al notar la presencia de un carruaje estacionado; lo ignoré, ya que tal vez era una visita de algún miembro del Concejo. Las manos me sudaban a causa de un leve nerviosismo por reencontrarme con mis padres a medida que atravesábamos el jardín principal. Los recuerdos afloraron en mi interior como hiedras impredecibles. Cuando nosotros nos encontrábamos a escasos metros de la entrada las puertas fueron abiertas me quedé sorprendida al ver a los hombres de la Corte Real salir a través de las mismas con sus respectivos uniformes oscuros y más tarde al mismísimo príncipe Wesley seguido por Albert.

―Kaysa ―me nombró mi padre, incrédulo debido a que creyó que había muerto.

―En carne y hueso. -Asentí.

Pasados varios minutos, sentada sobre un sillón individual de terciopelo en el despacho de papá, solo sentía incomodidad. Exploré mi campo de visión: un ventanal que daba al patio todavía resultaba ser nuestra fuente de iluminación, los estantes de la biblioteca personal seguían llenos de libros instructivos, los restos de un fuego apagado ardían en la chimenea y un estremecedor silencio reinaba en la habitación distinguida por un orden meticuloso. Mi madre yacía de pie junto a mi padre a un lado de su escritorio mientras que Wesley Black parecía estudiarme a mí y al relato que acababa de contarles.

Les dije que fui una sobreviviente y eso era cierto de alguna manera. Nora me había enseñado desde pequeña que la sociedad vivía a base de mentiras, ella les llamaba mentiras piadosas creadas por el bienestar del otro, pues las mías eran muy despiadadas. Conté todo acorde a las instrucciones de Marlee. No tenía inconvenientes con un engaño planeado. Tuve que brindarles pistas falsas sobre una sede a la que me llevaron y secuestraron los seguidores de Destruidos, tuve que regalarles lujosos y para nada reales detalles acerca de mi escape con ayuda de Theo y finalmente declaré mi odio hacia los rebeldes. El grupo de tres quedó en silencio gracias a ello, lo que me preocupó por un instante y cesó cuando el príncipe decidió hablar.

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