34. La verdad de los mentirosos

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Kaysa

Después de la agotadora reunión en la que los que participamos ―Marlee, Diógenes, William, Diego y yo―, nos sinceramos. Cada uno decidió tomarse un tiempo para meditar de manera individual. Tenía muchas cosas en mi cabeza, demasiados sentimientos encontrados, que ni siquiera me planteé cómo Diógenes se convirtió en el segundo líder al mando de Destruidos tras unir fuerzas con Marlee hacía diez años atrás. El padre de Diego se había vuelto un rebelde para salvar a sus hijos, el mío me entregó a uno de los peores hombres en el planeta. Punto para los Stone.

Mientras me daba una ducha en el baño privado perteneciente a la misma habitación que tuve durante mi época de alumna en la academia, no pude parar de pensar en la infinidad de cosas que ocurrieron en un mismo día. Fue duro contar mi historia otra vez. Cuando le había dicho a Marlee no sentía el peso de lo que había vivido, había sido en serio. Pero en cuanto llegó el momento de decírselo al resto no fue para nada sencillo. Sentí una gran desolación al ser la encargada de informarle a William, el único familiar que no me había lastimado, que no era mi hermano, que en realidad pertenecía a la familia que nos hicieron odiar y que nuestros padres nos mintieron desde un inicio. Resultó muy doloroso comunicarle al chico que amaba que tenía un nuevo hermano, que me quedé en el castillo para salvarlo y que no logré nada. Me destrozó escuchar su versión de lo que le sucedió durante ese mes, que estuvo encerrado en La Corte Roja, ya que había aceptado el mismo trato que yo y tampoco consiguió mucho.

Me sumergí en la tina, siendo invadida por los recuerdos de Lucien y Wesley. También les había relatado acerca de esas memorias y les entregué los detalles importantes sobre el Proyecto de Despersonalización que recopilé. Aguanté la respiración bajo el agua cuanto pude en simultáneo que venían a mi mente las vivencias que compartí con ellos. Al haber recuperado mis sentimientos, sufrí de los ataques la culpabilidad al no padecer la muerte de Lucien como correspondía porque lo quise y solo quedaba ese fantasma en mi cabeza de quien fue y de quien no volvería a ver. Mis lágrimas se mezclaron con el agua. Por otro lado, a una parte de mí le dolía la traición de Wesley, le dolía cómo utilizó nuestra amistad para engañarme y hacerme firmar ese pacto. Aunque eso ya no modificaba que yo lo engañé del mismo modo. Con el revuelo de La Resistencia, él se olvidó de quitarme el decreto real de Edmond que guardé en el abrigo que vestía. Todavía conservaba el título de Reina de La Nación y quizá Wesley tenía razón en algo. Quise serlo porque creí que eso era lo único que me quedaba y, al descubrir que no, ya no sabía qué quería.

Salí a la superficie y respiré con dificultad los primeros nanosegundos. Me puse un suéter azul, los jeans y unas botas oscuras que Clara me prestó además de varios productos de higiene y protección personal. Marlee no mintió al decir que la mayoría de los rebeldes que residieron en la sede de Kent estaban en Londres. Di un paseo por mi nuevo-viejo dormitorio que contaba con muebles vacíos y carecía mis pertenencias hasta que alguien golpeó la puerta previo a ingresar.

―Ten cuidado, ahora podré entrar cuando quiera ―advirtió Diego, haciéndome reír a pesar de todo.

Vestía una camiseta gris de mangas largas y un pantalón de mezclilla negro que de seguro uno de los chicos de Destruidos le dio. Su cabello rubio estaba húmedo como el mío. En un principio, no me quise separar de él por el miedo de que fuera un sueño, sin embargo, ahí lo tenía, mirándome como antes, como siempre quise que alguien me mirara, con el amor marcado en sus ojos metafóricos que podrían inspirar a escribir colecciones infinitas de poemas y que me contaban historias solo a mí. Por todos los clanes, Diego sacaba mi lado más cursi.

―Mi puerta estará abierta para ti cada vez que quieras venir ―aseguré, aproximándome a él―. En realidad, me sorprende que hayas elegido dormir en otro cuarto. Me hubiera gustado que estés conmigo.

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