38. El poder es un arma de doble filo

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La coronación tenía alborotados a todos en el palacio, nobles o nacionalistas. Cada uno estaba sometido bajo su propio estado alterado de la conciencia, incluso yo. Después del ataque que sufrí, no dormí ni un segundo. A pesar de que el guardia fue aprendido, la adrenalina y el miedo no me lo permitieron. El guardia sobrevivió, lo arrestaron y en la madrugada lo ejecutaron al no obtener una confesión de su parte. Hice lo posible por borrar aquel acontecimiento de mis recuerdos y concentrarme en lo que importaba: ser una reina. Como ya me había aprendido los votos, tanto los matrimoniales como los de la ascensión al trono, me dieron un par de minutos libres para desayunar a las siete de la mañana antes de continuar con la organización de los eventos revolucionarios del día. Los corredores infestados de gente yendo y viniendo, que seguramente se quedó trabajando la noche entera ya fuere decorando, limpiando, cocinando, u organizando. Fue inesperado encontrar a Patrick y no a Wesley en el comedor.

―Buenos días ―le saludé a pesar de tener la teoría, casi la certeza, de que él había sido quién envió al soldado a matarme.

Me senté en la cabecera de la mesa y comencé a untar una tostada con la mermelada de manzana. Patrick bebía lo que supuse era café a unos cinco asientos de distancia. No me molesté en formar una sonrisa política. Yo nunca dije ser una señorita agradable o una buena persona y estaba harta de pretender lo contrario, así que solo sería yo, más bien la versión de mí que intentaba descubrir quién era luego de años de fingir.

―Es interesante que diga eso, teniendo en cuenta lo que sucedió ayer ―comentó él. Su tono, sin importar qué dijera, sonaba intimidante.

―¿Porque debería estar muerta? ―repliqué con dificultad.

A veces me dolía cuando hablaba. Las marcas del incidente permanecían escondidas debajo de las capas de maquillaje que me colocaron para disimular delante del público. Unos pocos sabían de lo ocurrido, entre ellos estaba Patrick.

―No lo hubiera dicho mejor. Siendo honesto, me resulta fascinante cómo siempre logra sobrevivir a los ataques de ese tipo, pero ya sabe lo que dicen: hierba mala, nunca muere ―expresó en simultáneo que una de las damas presentes recargaba su taza.

―Eso explica cómo es que usted ha llegado a la vejez. Probablemente sea inmortal ―dije con ironía y le di un mordisco a la tostada crujiente.

―Wesley apenas sufrió uno de esos ataques y usted los vive como si fueran una cosa rutinaria, ¿por qué cree que será?

―Algunas personas no saben lo que les conviene. Ni a ellas ni al reino.

―O tal vez sí.

―Explíquese.

―El poder es un arma de doble filo. Puede ser quien sufra mucho dolor o convertirse en alguien que infrinja el dolor. Por eso Wesley es el ideal, porque no siente culpa al realizar ciertos sacrificios por el bien mayor y es invulnerable a cualquiera que intente dañarlo en su condición de rey. En cambio, usted es como la debilidad en persona debido a todos los sentimientos que porta.

―¿Me está diciendo que si tuviera la oportunidad de deshacerse de mí lo haría sin dudarlo?

―Un ejemplo claro de eso es lo sucedido anoche ―confesó sin tapujos. Se creía intocable, como la mayoría de la Corte Real―. La verdad, todavía no entiendo cuáles son sus intenciones al regresar.

―Le prometo que mis intenciones son puras. Tan puras como el veneno que ordené que le pusieran en su bebida.

El hombre se atragantó y abandonó la infusión.

―¿Qué ha hecho?

Sonreí maliciosamente.

―Bromear.

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