Prefacio

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Colombia 1826

Justo a la mitad de una fría noche una joven dama entra a hurtadillas a una casa que no le pertenece, el amplio vestíbulo la recibe y tan silenciosa como sus zapatillas de dormir le permiten sube por una de las escaleras dobles hasta la segunda planta, la chica envuelta en una bata de seda blanca lleva el corazón a todo galope pues de ser descubierta las consecuencias serían terribles.

Sin tocar entra por la tercer puerta después de las escaleras, una habitación pequeña poco iluminada donde junto a la ventana a la luz de una vela medio consumida la espera otra chica, un poco mas baja que ella de un hermoso cabello negro y ojos que a pesar de la penumbra aun muestran ese resplandor verdoso.

—llegas tarde Daniela —dice la chica mas baja, tomando el candelabro de tres velas que se encontraba a su lado y acercándose a la chica que acaba de entrar.

—mi padre hablaba con un par de personas, tuve que esperar a que se fueran —se justificó la chica de cabello castaño.

—tienen listos los preparativos —respondió con una mueca en el rostro— es mañana el gran día, te vas.

—entonces hagamos que esta noche valga la pena —dijo Daniela acercándose a la joven y sujetándola por las mejillas dejo caer sus labios en los suyos en un beso que fue inmediatamente bien recibido por la joven mas bajita.

Sus corazones ya a todo galope aumentaban aún más su ritmo mientras aquel beso se profundizaba y poco a poco ambas jóvenes caminaban hasta la cama de sábanas blancas que les esperaba y como una más de tantas noches les daba la bienvenida.

Dejando a un lado las velas que iluminaban medianamente la habitación y le daba un ligero olor a cera derretida, ambas chicas comenzaron a despojarse de sus ropas, perdidas en las caricias que solo ellas entendían bastaron un par de minutos para que esa habitación se llenara de pasión que les arrancaba gemidos desde lo mas profundo de su espíritu. ¿acaso amar de esa manera estaba mal? ¿Por qué las leyes de los hombres las condenaban a arder en el infierno? No se sentía mal, no se sentían culpables, por el contrario, esa era la manera en la que mas cerca del cielo se sentían.

Si algo tenía claro María José, era que por la mujer que en ese momento estaba entre sus brazos era capaz de arder en el mismo infierno mas de una vez y no se arrepentiría de aquello.

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Con sus respiraciones agitadas ambas chicas dejaron caer sus cabezas sobre aquellas almohadas completamente satisfechas y con sonrisas que iluminaban más que las llamas de las velas en esos momentos, jamás se cansarían de esa sensación, uno jamás se cansa de amar a alguien cuando el amor es puro y real.

—te amo —susurró Daniela mirando aquellos ojos verdes que la llevaban al paraíso— te amo María José

—se ensillar un caballo, todos duermen a esta hora —respondió María José acariciando la mejilla de la chica castaña— podemos irnos si queremos Daniela

—¿A dónde iríamos? —preguntó

—vendería las joyas de mi abuela y tu las de tu madre, llegaríamos a un puerto y compraríamos dos pasajes en el primer barco que zarpe —respondía la joven de ojos verdes

—nos haríamos pasar por dos hermanas huérfanas y acaudaladas, nadie sospecharía de dos hermanas —continuó Daniela con aquel juego de suposiciones que hacían prácticamente cada noche, donde ambas imaginaban como sería tener un futuro lejos de todo aquello que las rodea.

—hagámoslo real —propuso de pronto María José sentándose en la cama con esa forma de mirar cuando tenía una idea, una mirada que Daniela conocía perfecto.

—¿Qué? —preguntó Daniela confundida—me voy mañana

—hagámoslo esta noche—los ojos de la chica brillaban al explicar a la mujer que ama su plan — en lo que tú vas por cosas a tu casa, yo voy a los establos por un caballo y ...

Una serie de ruidos, golpes y alaridos provenían de fuera de la habitación haciendo que ambas chicas se quedaran completamente congeladas. De un momento a otro la puerta de la habitación se abrió de golpe, entrando por ella un grupo de personas entre los que se encontraba el coronel Cardona el padre de María José mirando la escena con el rostro rojo se furia, detrás de él una mujer de cabello negro lloraba inconsolablemente y el padre de Daniela también había entrado.

—¿Qué le has hecho a mi hija? —gritó el padre de Daniela, se acercó rápidamente a la cama donde ambas jóvenes luchaban por cubrir su desnudes.

Tomó a su hija fuertemente del brazo haciéndola bajar de la cama de un solo jalón, al mirarla completamente desnuda en la cama con la que decía ser su mejor amiga el hombre no sintió más que vergüenza por que fuera su hija y mirando los ojos llorosos de la chica dio un fuerte golpe en sus mejillas, María José gritó como si ese golpe lo hubiera recibido ella y con eso atrajo la atención del coronel, que hasta ese momento se había quedado clavado al suelo estupefacto por lo que había encontrado en la habitación de su hija.

—¡lárgate de mi casa! —le escupió el coronel a Daniela y su padre, sujetando fuertemente el cabello de su hija.

Daniela estaba aterrada en ese momento y como pudo logró ponerse lo que encontró de ropa mientras otro golpe sonó en su rostro, la madre de la joven continuaba llorando cuando su padre le ordenó a su hija vestirse.

—¡te iras esta misma noche! —gritó el hombre después de un par de golpes mas en el rostro de su hija.

Daniela estuvo a punto de correr hasta donde la joven más pequeña había caído al suelo por un fuerte golpe en el rostro de parte del coronel, sin embargo, un par de brazos la tomaron por la cintura y le impidieron ir.

—¡vámonos! —gritó su padre arrastrando a Daniela por la habitación impidiendo que viera por última vez a su compañera.

—suéltame, la va a matar —trató de pelear Daniela al escuchar como otro golpe sonaba en aquella habitación

—no puedes estar aquí, tenemos que irnos —insistió su padre llevándose lo más rápido que pudo a la joven de ojos color avellana con él.

Le tomó un par de minutos al coronel lograr que su hija estuviera vestida y nuevamente tomándola fuertemente por el cabello caminó con ella hasta la salida de la habitación, bajando las escaleras y saliendo de la casa donde caía una lluvia torrencial que dificultaba la vista y el oído, el coronel estaba decidido a dejar a su única hija en la calle con tal de conservar limpio el nombre de su familia. La joven trató de buscar a Daniela con desesperación, pero la chica ya no se encontraba en ese lugar.

El padre de Daniela la había arrastrado hasta donde los esperaba un coche tirado por caballos en la mitad de la lluvia, le ordeno subir y pidió a un par de hombres que viajaran a la velocidad que los caballos les permitieran y se llevaran a su hija y a él lejos de ese lugar.

El coche comenzó a avanzar rápidamente con la pobre chica dentro completamente mojada, al cruzar las grandes puertas de la propiedad los caballos aceleraban el ritmo y un grito se escuchó en todo el lugar, María José corría por detrás del coche sin importarle el barro, la lluvia o el frio; corrió hasta que el coronel que la había sacado de la casa le impidió hacerlo sosteniéndola entre sus brazos mientras la joven gritaba y forcejeaba.

Ya no había nada más que hacer, Daniela se había ido. 







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