Parte 5

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Me levanté de golpe de mi pupitre y me dirigí al lavabo. En parte por los remordimientos y en parte porque los chicos de la clase me miraban preguntándose porqué yo no había ido con las demás chicas.

No estaba en posición de ponerme a discutir sobre sexismo.

Entré en los servicios con algo de aprensión. Al abrir la puerta me di cuenta de que tenía las yemas de los dedos negras. Oí las suaves voces de mis compañeras de clase, como un murmullo, y los estridentes quejidos de Tatiana.

—Tati... no te preocupes —decía Elena con suavidad—. Déjame verlo a ver si tiene arreglo.

—Tía, eso hay que cortarlo —dijo Martina—, es la única solución.

—No le digas eso —riñó Macarena.

—Deberíamos ir yendo a por las tijeras antes de que se líe más —Martina se cruzó de brazos.

—Joder, petarda —gruñó Tatiana—, cómo se nota que no es tu pelo.

—Tati, solo intenta ayudar —la voz de Elena sonaba conciliadora.

Me acerqué silenciosamente, como quien pasa al lado de un nido de serpientes.

—Con aceite... —balbuceé.

—¿Qué has dicho? —dijo Macarena volviéndose hacia mí.

—Con aceite se quita bien —volví a decir—. El chicle.

—Eso es lo que pone en internet que hay que hacer —dijo Lourdes—. O con hielo.

—Hielo no tenemos, pero yo tengo aceite de coco. Voy por él —Elena salió corriendo del baño.

—Eso no va a funcionar —murmuró Martina—. Hay que cortarlo.

—Juro que le voy a matar —Tatiana escupía rabia con cada palabra que salía de su boca—. Es que sé que ha sido él. No sé cómo coño lo ha hecho, porque no le he visto, pero ha sido él. Está gilipollas porque estuve tonteando el viernes con su primo.

Elena entró corriendo un par de minutos después con un bote de aceite de coco en la mano.

Lo echaron sobre el chicle y empezaron a tirar hacia fuera mientras hablaban del culo y los ojos del primo de aquel chico.

—¿Puedo? —dije haciéndome un hueco entre la marabunta de chicas.

Me dieron un mechón para limpiar así que estábamos cinco a la vez intentando quitar el chicle del pelo. En vez tirar de él y arrancarlo a cachitos como hacían ellas, yo lo iba deslizando hacia abajo, para que siguiera el pelo y saliera por la punta. Era un proceso lento pero el pelo quedaba totalmente limpio.

—Joder, Cuerv... la nueva lo ha limpiado ya —Martina examinó mi mechón mientras yo cogía otro.

—A ver... —dijo Lourdes.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Elena.

Les expliqué en qué consistía mi técnica, pero antes de que empezaran a aplicarla apareció la profesora de matemáticas en el baño.

Nos ordenó volver a clase y fue entonces cuando Tatiana se puso a llorar como una histérica. Estaba tan alterada que no se entendía lo que decía. Pero no era necesario, el problema era bastante visible, casi todo su pelo estaba enganchado en chicle.

—Podéis quedaros dos con ella —cedió la profesora—, pero ninguna más, y en cuanto acabéis volvéis a clase.

—Vale —dijo Macarena—, me quedo yo.

—No —gimoteó Tatiana—, que se queden Helen y la nueva.

Macarena resopló y no disimuló en su mirada el asco que me tenía.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora