Extra #2

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Ivette

La risa de París resaltó en medio de las demás carcajadas como siempre lo hacía. Ivette y ella se habían unido a un grupo ruso de coleccionistas de cuadros con la intención de que el clan Gray comercializara con ellos. Las celebraciones no eran para descansar sino para conseguir más trabajo.

Luego de la ceremonia de coronación de la Reina Kaysa, la gente se dispersó, abandonó sus asientos y comenzó a buscar presas que los ayudaran a sostener sus reputaciones debido a la llegada de un nuevo reinado y de nuevas reglas. En lo personal, le había resultado indiferente durante toda la competencia de los Construidos. Nunca le agradó, nunca la odió, la vio como una contrincante más, pero ese momento lo cambió todo. Ahora le debía su obediencia y su lealtad. Los susurros que escuchó ese día aseguraban que estaba aliada con la rebelión, que planeaba acabar con las leyes frías de La Nación y que instalaría un régimen en el que los sentimientos ya no estarían prohibidos. A la mayoría los escandalizó la idea, a Ivette la hizo reflexionar. Un año atrás habría reaccionado exactamente como los demás, sin embargo, parecía sorprendente lo que una persona podía cambiar en esa cantidad de tiempo.

Arrastró su mirada por la Sala del Trono hasta ubicar a Emery, quien lucía relajada con sus músculos libres de tensión, estando enfundada en un vestido de patrones simples de un tono cerúleo como sus ojos delineados, mientras hablaba con Cedric Lockwood. En ocasiones sentía que era una pintura y ella una admiradora que podía observarla desde afuera cada tanto y jamás ser parte de la misma. Había perdido la cuenta de las veces que se arrepintió de besarla por primera vez, de haberla rechazado y de no haber parado de desear que las palabras que enunció el día de su boda fueran dedicadas a Blue. Las voces de los otros ensordecieron sus oídos al punto de hacerlos sangrar que no oyó a su propia voz gritándole que no la dejara ir. Fue tarde cuando se dio cuenta de que, si los corazones fueran de un color, el suyo probablemente sería azul.

La chica le regaló una breve ojeada cargada de lo que aparentaba ser añoranza, de una manera en que no lo hizo en meses, y se percató de que quizás aún le quedaba un último baile por dar juntas. Los latidos de Gray se aceleraron ante una loca idea que se apoderó de su mente. Por más que lo negara, como bailarina, estuvo rodeada de emociones, ya que al arte se lo presentaba como al hijo de la emoción, y no entendió por qué sus profesores describían sus presentaciones como "vacías", no obstante, de repente se llenaron de Emery. De la tristeza de saber que fue quien la alejó. De la ira de no seguir adelante sin ella como le habría gustado. Del amor que la consumía por dentro. Entonces, les rezó a los clanes para que le concedieran la fortaleza que se requería para hacer lo que iba a hacer.

―¿Me concede una charla en privado? ―le susurró a su esposa.

―Nos disculpan un segundo, damas y caballeros ―dijo París, en consecuencia, sus acompañantes se retiraron. Su pronunciación sonaba tan perfecta que no sospecharías que provenía de Francia. El saber que desbordaba inteligencia, belleza y bondad no apaciguaba la culpabilidad que la carcomía por dentro como un gusano a una manzana.

―No sé cómo empezar.

―Querida, dilo. ―Ella colocó una de sus manos sobre el hombro de Ivette y al observar el anillo en su dedo anular, la apartó.

―Tenemos que separarnos ―soltó la bomba, temiendo levantar los párpados y ver la destrucción que ocasionó.

―¿En busca de adquirir más inversiones?

―No lo entiende. Me refiero a nosotras. No quiero seguir en esta relación.

―¿De qué habla? Estamos casadas. Es imposible que terminemos.

―Hice un juramento que no puedo sostener al casarme con usted.

―¿Y la alianza?

De todos los compromisos que se hicieron, el de ellas fue uno de los más afortunados y aun así lo rompería.

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