Parte 6

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Ya que Héctor estaba de buen humor, dentro de lo que podía ser su buen humor, pensé que estaría bien saludarle. Pero poco antes de que llegara a donde estaban me vio, me miró decepcionado y se dio la vuelta. Elena fue detrás de él.

Unos chicos de otro curso vieron aquella jugada y se echaron a reír. Por suerte pasó frente a mi Tatiana, y le hice un gesto para despedirme. Tampoco me contestó. Los chicos tuvieron aún más motivos para reírse.

Aquel lunes estaba jugando al ping pong con mi estado anímico. Era una especie de juego sádico. Primero me daba esperanzas, y cuando bajaba la guardia me volvía a hundir.

Cada vez me costaba más convencerme de que mi ausencia de vida social no era un problema, de que solo tenía que aguantar en el instituto hasta junio. Quería alguien que me respaldara en el insti, alguien a quien poder contarle lo que pensaba de Tati, lo que sentía por Héctor o que probablemente yo era un mutante de X-men que movía papel higiénico.

Llegué a casa con la firme idea de encerrarme en mi cuarto y probar mis poderes. Mi tía estaba enfrascada leyendo uno de sus libros forrados con papel de periódico y ni me saludó, así que fue sencillo atravesar el salón sin que me detuviera.

Al entrar en mi habitación vi una caja sobre la cama, entre varios calcetines. Era un móvil nuevo con una tarjeta de teléfono.

Aquello me puso los pelos de punta, aunque no estaba segura de si me asustaba más la idea de que mi tía hubiese averiguado de alguna forma que yo estaba sin móvil, o temía que hubiera entrada en mi habitación y hubiera visto el caos de ropa, libros, cajas y zapatos en el que la había convertido.

Era inquietante que no me hubiese regañado por tener el cuarto así.

Tenía que averiguar que pasaba, así que fui al salón con el móvil en la mano.

—Tía.

Ella ni me miró, hizo un ruido con la boca cerrada para indicar que me escuchaba.

—El teléfono que hay en mi cama...

—Me lo han regalado —no me miró, pero parecía molesta por su tono de voz—, por cambiar de contrato. Pero el mío es mejor así que...

—Este está bien.

—Si no lo quieres lo tiro —me gruñó enfadada.

—No, no. El mío se apaga a veces —mentí—, me viene bien.

—No me importa lo que le pase a tu móvil —por fin me miró. Estaba furiosa.

No supe si estaba molesta porque no la dejara leer tranquila o aquella era su forma de expresar que estaba enfadada por cómo tenía mi cuarto. Quizá era buena idea que ordenara.

—Me dan una línea extra por el mismo precio, es de esa tarjeta —me dijo mi tía, algo más calmada, antes de que me metiera en mi cuarto—. El número es nuevo, pero si no lo quieres...

—Sí, lo quiero —dije parapetándome detrás de la puerta por si volvía a enfadarse—. Gracias.

Me encerré en mi habitación. Tuve que apartar el montículo de ropa para poder sentarme en la cama. Abrí la caja y examiné el móvil nuevo. No era de una marca conocida, pero estaba bastante bien. Era el mejor teléfono que había tenido hasta entonces.

Lo encendí, lo configuré y antes de introducir mis cuentas en redes sociales me detuve a pensarlo mejor.

Tener un número nuevo me obligaba a tener un WhatsApp nuevo y perder el contacto con toda la gente del pueblo, con toda la gente de mi pasado.

Para otra persona eso sería un gran problema, pero era lo mejor que me podía pasar a mi. Me daba la oportunidad de empezar de cero.

Así que también me creé una cuenta nueva de Instagram. Seguí a algunos usuarios que recordaba que me gustaban. Sobre todo músicos y perros famosos.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora